Redes Sociales

Nacionales

“Rompí mi familia”: tiene 23 años, contrajo deudas con 15 entidades financieras, robó una herencia y la perdió en el juego online

“Llevo un año, tres meses y 27 días en abstinencia”, dice Juan, que no se llama así pero elige ese nombre para preservar su identidad en esta charla con Infobae.

Desde que hizo su primera apuesta en una plataforma digital, no pudo parar. Al principio usó dinero propio, pero cuando se le terminó, le pidió prestado a varios amigos, con historias inventadas. Después a entidades financieras, hasta que tocó fondo y usó los ahorros de toda la vida de su familia.

“Podía estar hasta el cuello de deudas y seguía pensando que con una próxima apuesta iba a poder saldar todo”, explica, y hoy no tiene dudas de que eran los síntomas de una enfermedad silenciosa, a la que pudo poner nombre: ludopatía. “Sé que voy a estar enfermo toda la vida, y por eso es tan importante el proceso de recuperación en el que estoy”, explica.

La primera vez que fue a una reunión de Jugadores Anónimos (JA), lo acompañaron sus padres, que acudieron desesperados, en búsqueda de ayuda para su hijo. “Entramos los tres llorando; fue el mismo día que les conté que había usado toda la plata que tenían guardada, que era una herencia familiar”, cuenta, con la impotencia a flor de piel.

Tuvo tres recaídas en períodos de abstinencia, y revela que aprendió algo diferente de cada una. Hoy no solo está comprometido con su propia rehabilitación, sino que además presta servicio en un grupo para jóvenes menores de 30 años que sufren la misma problemática. “Soy uno de los fundadores, y recibimos a un montón de personas, porque hay todo tipo de historias y situaciones”, asegura.

—¿Cómo es tu familia?

—Soy hijo único, crecí en una familia con padre, madre, y dos abuelos maternos. Hice la primaria y la secundaria sin problemas, y siempre me sentí aceptado en mi grupo de amigos. Nunca tuve grandes problemas para relacionarme con la gente.

—¿No diste muchos dolores de cabeza en la adolescencia tampoco?

—Para nada. Tengo un grupo de amigos que es muy sano, y tengo el gusto de mantenerlos hasta hoy conmigo cerca. Son muy importantes para mí.

—¿Recordás cuando fue la primera vez que apostaste?

—Desde chico he tenido algún indicio de apuesta en mi familia, de modo recreativo. Capaz que un domingo después de comer, todos jugábamos a algo en casa, unas chirolas por plata, y ahora me doy cuenta de que yo ya tenía conductas que repercutieron de más grande en mi personalidad. Mi peor período fue desde mitad de 2021 hasta mediados de 2022, que exploté, apostando de manera compulsiva.

—Desde ese momento, de algún juego de cartas en casa con tus papás, hasta el día en el que empezás a apostar online, ¿en el medio no hubo acercamientos a bingos ni a casinos?

—No, para nada. En 2020 empecé a consumir diferentes tipos de contenidos, muchos eran por streaming, viendo a influencers o personas en los medios que hacían ese tipo de contenido, y de a poco me fui metiendo cada vez más. Al principio sin realizar apuestas, hasta que el consumo se convirtió en apuesta. No fue de un día para el otro, ni de un mes a otro, fue progresivo.

—¿Y cómo fue cuando entraste por primera vez a un sitio online de apuestas?

—Había trabajado tres meses en vacaciones, y ahorré un poco de plata. La primera vez que jugué realicé una apuesta online y mis padres me vieron. Me dijeron que no les gustaba para nada que hiciera eso, y yo les dije que era algo recreativo. “Ustedes saben que yo nunca me voy a meter en eso”, les dije, y terminé apostando en todo tipo de juegos, haciendo apuestas de todo tipo.

—¿Qué pasó aquella primera vez? ¿Ganaste o perdiste?

—Las primeras veces gané. Gané cantidades que en ese momento eran grandes sumas, y con ese dinero, esa gran ganancia, había planificado unas vacaciones con amigos en el verano. Faltaban cinco meses en ese momento, y al mes pude retirar la plata de donde estaba. Jugué una muy porción muy chiquita, la perdí, volví a jugar y así terminé perdiendo todo. Llegué a tener quince cuentas abiertas en diferentes entidades financieras, todas con montos adeudados.

—Decís que al principio era esporádico, ¿pero identificás el momento en que se complejizó todo?

—Sí, las primeras veces no era todos los días. Era una vez por mes, después una vez por fin de semana, y con el tiempo empecé a escalar más. Se convirtió en una necesidad, era pura adrenalina cuando jugaba. Me sentí en un lugar donde todo lo demás pasaba a segundo plano, donde nadie me reprochaba nada y yo creía que no estaba molestado a nadie. Se podría decir que era como un estado de éxtasis.

—Tenía que ver con la adrenalina, no con la fantasía de ganar.

—Era una mezcla de todo. Aunque nunca pensé en vivir del juego, tenía conductas que demostraban lo contrario. Siempre pensaba que iba a ganar y recuperar todo.

—Quiero aclarar que a la larga nunca se gana. El sistema está hecho para que en algún momento se pierda. Uno puede ganar una vez, dos, tres o cinco, pero después va a perder.

—Desde mi experiencia, nunca gané. He tenido algunas ganancias, pero al otro día lo perdía, y perdía más. Siempre era una cadena y nada era suficiente. Ganás y perdés el doble, siempre. Cuando perdía sentía una desesperación inmensa, y seguido a eso la necesidad de seguir apostando. No existía mi juicio. Era completamente ingobernable. Soy impotente ante el juego, y toda mi vida voy a serlo. Me he retirado por unas horas, pero mientras hubiera de dónde sacar, nunca podía frenar.

—Hoy, cuando miras para atrás, ¿te das cuenta de qué era lo que te pasaba, que vacío estabas llenando con el juego?

—Todavía no sé bien por qué jugaba. Pero tiene que ver con los vacíos, sí. Al día de hoy no hay algo que me llene como me llenaba el juego. Pero mi vida hoy, lejos del juego, mejoró muchísimo. Yo no podía dormir, no podía establecer una charla con alguna persona querida, porque mi vida era alrededor del juego: pensar cómo pagar las deudas, qué estrategia me iba a hacer ganar, todo giraba en torno a eso.

—¿Cómo era ir a un cumpleaños? ¿Podías disfrutar el momento?

—Absolutamente no. Capaz que media hora, pero ya me quería ir porque quería apostar. El juego llenó todos los espacios de mi vida. Los afectivos, los laborales, los de un estudio universitario, porque en ese momento había empezado a estudiar Ingeniería Industrial, pero en mi cabeza siempre estaba primero el juego.

—¿Podías estudiar la noche previa a un parcial?

—Si estudiaba un día antes, tal vez era un logro, porque si me ponía a estudiar tenía abierta en un segundo plano una página de juego, o miraba el celular para ver cómo venían los resultados.

—Primero usaste tu dinero, después empezaste a pedir prestado a amigos, ¿y ellos empezaron a sospechar lo que te estaba pasando?

—No, porque yo no daba indicio de nada. Sufría en silencio, y ni siquiera la gente con la que jugaba regularmente veía mi lado compulsivo en el juego, porque lo ocultaba. Cuando me juntaba con amigos ponía una sonrisa, como que estaba todo bien, lo mismo con mi familia, y en la facultad me iba muy bien, aunque solamente asistía a cursar. Quizá el único el indicador era que me irritaba y alejaba a la gente. Tenía mucha ira reprimida y respondía muy mal a cualquier cosa. Estaba muy solitario. Me encerraba mucho, no compartía con nadie, cada vez me fui aislando más y más. Mentía mucho, inventaba cosas, ‘pinché una rueda con el auto y necesito cambiarla ahora’, o ‘me robaron plata de la cuenta’, me victimizaba para conseguir más dinero para apostar.

—¿Perdiste vínculos por esto?

—Sí, muchos. Luego de estar en abstinencia pude sanarlos. Me abrí con ellos, les conté lo que me pasaba, la enfermedad que estoy transitando y mi proceso de recuperación. Algunas personas lo entendieron y otras no, que no las juzgo para nada, porque yo hice mucho mal, mucho daño, y fui una persona muy ausente emocionalmente con quienes realmente quería.

—Estabas enfermo.

—Estoy enfermo, pero en un camino de recuperación en abstinencia.

—¿Cuál fue el momento más oscuro?

Cuando toqué pozo financieroes decir que ya había cometido un delito de robo, porque saqué dinero que no era mío. Era de mi familia y me lo jugué absolutamente todo, cada centavo.

—¿De dónde lo sacaste?

Era plata que mis padres tenían guardada y yo sabía dónde estaba. Iba sacando montos pequeños, hasta que se fueron de vacaciones, que estuve 15 días solo, y me bastaron para hacer un desastre económico que me va a llevar tal vez diez años de mi vida resarcirlo. Y seguía creyendo que lo podía solucionar con una próxima apuesta. No veía la magnitud de lo que había hecho, ni de lo mal que estaba yo. En ese momento estaba en un estado de éxtasis, donde lo único que quería era conseguir la plata. Era un mundo de posibilidades ese dinero, era una emoción que no la puedo poner en palabras.

—¿Eran ahorros de tu familia?

—Sí, era una herencia familiar.

—¿Se puede decir cuánto era o no se puede?

—En Jugadores Anónimos no hablamos de montos. Solamente podemos decir si era mucho o poco, que igual depende el poder adquisitivo de cada familia. Lo que para mí es mucho, para otro puede ser poco. Hay muchas realidades económicas diferentes, pero lo que todos tenemos en común es que somos enfermos, y financieramente, no importa qué vida tengamos, jugamos absolutamente todo lo que tenemos, y no hay un fin.

—Y el fin para algunos es la muerte, hay casos así lamentablemente.

—Nosotros tenemos claro que hay tres posibles destinos si seguimos jugando: la cárcel, la locura o la muerte. Todo jugador compulsivo convive con esas tres realidades.

—¿Fue a raíz de ese dinero que usaste que hablaste con tus padres?

—Sí, pero lo hablé recién 20 días después de que ellos volvieron. Nunca se les ocurrió que yo podría haber llegado a hacer algo así. Cuando les dije que ya no había más nada, no podían creerlo. Fuimos a revisar y cuando vieron que no había nada, no lo podían creer. Entraron en un estado de conmoción total. Los tres estábamos llorando, viendo qué iba a ser de mi vida. Mis papás lo primero que pensaron no fue el tema económico, sino que se preocuparon por qué iba a ser de mí cuando ellos no estuvieran, y eso me impactó mucho.

—Tus papás entendieron rápidamente que estabas enfermo.

A los diez minutos de la conversación, me dijeron: “Vos estás enfermo”. Y yo llorando y diciéndoles que no. No podía aceptarlo. Y encima les conté solamente del dinero que había robado de la familia, y no de todas mis otras deudas, con terceros y con entidades financieras. Rompí la confianza de ese vínculo que teníamos como familia. La destrocé por completo.

—¿En ese momento ellos se acercaron a Jugadores Anónimos? ¿Cómo fue?

—Se los conté un viernes, y ese mismo viernes me dijeron: “Te vamos a conseguir ayuda”, y me llevaron a mi primera reunión. Yo les pedía por favor que no me llevaran, que no estaba enfermo, que solamente había cometido un error. Por suerte me llevaron igual. Fue el 10 de marzo de 2023. Llegué destrozado, los tres llorando de nuevo, y una de las personas que comparte grupo hasta hoy conmigo, le dice a mi mamá: “Tranquila, llegaste al lugar correcto”. Cuando me senté con todos los vi riéndose, comiendo sanguchitos de miga, y yo pensaba: “¿quién es esta gente? ¿Dónde estoy? ¿Por qué no están igual de mal que yo? Supuestamente si soy un enfermo, tienen que estar todos igual de mal que yo”. Con el tiempo yo soy uno más de los que se ríe. Voy al grupo, charlamos, me siento partícipe y me encanta estar. Antes lo hacía por obligación, porque me lo decían mis padres, pero hoy voy por gusto. Salgo de trabajar y pienso: “Tengo ganas de ir al grupo”.

—¿Ese día que te llevaron tus padres fue el que dejaste de jugar por primera vez?

—Estuve dos meses sin apostar, desde la primera vez que llegué a Jugadores Anónimos, y después recaí, justamente porque no terminaba de entender el por qué estaba ahí, y comprenderlo me llevó tres recaídas, todas distintas. Fue en la última donde entendí y sentí: “No quiero más esto para mí”, y no por lo que causé en otras personas, sino porque me sentía una persona vacía, sin propósito en la vida, porque nada me llenaba. Lo único que quería hacer era jugar y causaba estragos en toda persona que tuviese contacto conmigo. Me cansé de vivir como vivía, de no poder dormir, de estar triste, de no tener ganas de hacer absolutamente nada.

—En esas recaídas, ¿pudiste pedir ayuda o a alguien se tenía que dar cuenta?

—En las dos primeras se dieron cuenta mis papás, porque en ese contexto de que yo dejo de jugar, cedí todo el dinero, todas mis cuentas, y el uso de mi celular.

—¿Tus papás tenían tu celular?

—Sí, yo lo único que hacía era revisarlo quince minutos a la noche, mientras ellos me lo miraban. Solamente eso. Una de las sugerencias es no asociarse con gente que juega, y yo tenía un montón de contactos, que los bloqueé a todos. Salí de todos los grupos relacionados, me alejé completamente de las plataformas que promocionan el juego, y dejé de seguir a un montón de personas en redes sociales. Dejé de usar seis meses el celular. Solamente tenía abierto en el trabajo un WhatsApp Web únicamente para cosas laborales. El teléfono quedaba guardado en mi casa, y ese fue un paso muy grande, porque una de las cosas que te dicen es que no te acerques a establecimientos de juego, que no te pongas en riesgo, y a mí me costó mucho entender que el celular era mi sala de juego. He ido a salas presenciales también, pero no me generaban lo mismo que el celular.

—Y la plata, tu sueldo, ¿lo administraban ellos también?

—Si, entregué absolutamente todo después de mi última recaída. Antes de eso, lo único que tenía que hacer era pasarles el dinero que yo cobraba a su cuenta, pero el segundo mes, esa única cosa que tenía que hacer, no pude hacerla y por eso recaí. No podía manejar dinero.

—El clic estuvo ahí, ¿en esa segunda recaída?

—No, recién en mi tercera recaída.

—¿Uno deja de apostar en su cabeza o lo que logra es no pasarlo a la acción?

Hoy para mí es cada vez menos frecuente la aparición de un pensamiento de juego, por el trabajo de recuperación, de asistencia a los grupos, de abrirme y sacar toda esa mochila de culpa que tenía, y entender que estaba enfermo. Cuando entré a Jugadores Anónimos, a mí me dijeron: “No sabíamos que estábamos enfermos, pero una vez que sabemos que estamos enfermos, depende totalmente de nosotros decidir qué hacemos con eso, si nos recuperamos o seguimos por la misma vida que nos destrozó tanto tiempo”. Si aparece un pensamiento de juego, hay una barrera de contención que nos enseñan, para ponerle freno, además de la contención familiar.

—Tus papás no te soltaron la mano nunca.

—Nunca. Hoy realmente son una contención inmejorable para mí. Están a todo momento. Mis papás son todo, mi familia es todo. Lo primero que me pidieron cuando supieron lo que me pasaba fue que me recupere, que eso era lo más importante.

—¿Qué les decís a tus papás hoy?

—Hoy con ellos puedo hablar. Mi relación cambió y mejoró mucho. Todo es porque yo cambié, porque soy una persona que se interesa por los demás. Lo veo en mis amigos, que me puedo sentar a hablar con ellos, escucharlos, interesarme por lo que me cuentan. Eso era imposible años atrás. A mis papás puedo escucharlos hablar sobre sus laburos y cosas que les pasan día a día.

—¿Les pudiste agradecer a tus papás?

Intento agradecerles siempre, porque me bancaron mucho más de lo que alguna vez pensé que me iba a llegar a imaginar. Me contuvieron desde todos los lugares posibles. Fue muy duro para ellos y yo lo sé. Me contuvieron dos personas rotas, porque yo rompí mi familia. No hay palabras que puedan describir lo que ellos hicieron por mí.

—Vos hiciste un trabajo enorme, pero ese día tus viejos te salvaron también.

—Completamente. Ellos y Jugadores Anónimos. No hay manera de agradecer lo que hicieron por mí. Lo pude hablar con amigos, con mis papás, pero nadie me entendió y me ayudó como me ayudaron en Jugadores Anónimos. Cada cosa que yo decía, veía que la gente asentía con la cabeza.

—Dejaste de sentirte solo.

—El primer día que llegué, me abrazaron, y yo ni sabía que necesitaba un abrazo. Hoy no los veo y los extraño.

—Y hoy cuando llega alguien como ese Juan que eras vos hace menos de dos años, ¿lo abrazas también?

—Siempre se abraza a cualquier persona que llega. Yo llegué muy roto, sin saber qué iba a hacer con mi vida, y sé que la persona que llega, llega igual o más rota que yo; entonces uno le presta el oído, le sugiere y lo contiene, como nos contuvieron a nosotros.

—¿Empezaste a devolver algo de la plata?

—Sí, desde mi última recaída. Desde ese día todo mi sueldo lo manejan mis papás para resarcir la deuda económica que yo generé. Algo que nos enseñan en Jugadores Anónimos es que el problema económico, el financiero, es el más fácil de solucionar. Y yo pensaba: “¿Cómo va a ser más fácil si fue por eso que llegué acá?”, pero es cierto, porque cuando uno está lejos de las apuestas, la plata se genera trabajando. Siempre nos dicen que hay que honrar las deudas, y hoy en día a mí no me pesa trabajar y saber que ese dinero mensual es para eso. Antes sí me pesaba no tener ni para juntarme a comer con amigos, pero entendí que yo lo causé, y que lejos del juego estoy saldando esa deuda. Antes eran diez años que me iba a llevar, ahora capaz sean cinco. Todo porque estoy lejos del juego.

—Me dijiste que era una herencia familiar, así que probablemente ese dinero fue el trabajo de muchos años, generado por algún ser querido, así que puede ser muy sanador arreglar algo que uno rompió.

—Es todo. Nosotros somos enfermos emocionales y tenemos millones de defectos de carácter. Si no cambiamos, si no trabajamos eso, vamos a seguir siendo las mismas personas que éramos. Por eso siempre decimos: “No quiero volver a ser quien era antes de jugar”. Yo soy una persona diferente, y si yo vuelvo a ser la misma, probablemente vuelva a jugar.

—¿Uno es un enfermo para siempre?

—No hay otra manera. Es así. Hay que trabajar todos los días, 24 horas. Me costó aceptar que era un jugador compulsivo, pero una vez que lo acepté, todo fue más fácil. Día a día avanzo y estoy muy feliz. Eso es gracias a estar en los grupos, y hacer las cosas como debería haberlas hecho desde un principio. No cambiaría ni el mejor día en carrera de juego por el peor día lejos de carrera de juego, porque hoy realmente soy una persona distinta, que puede disfrutar la vida.

Fuente: Infobae

Nacionales

La vida del doble de Maradona: la noche en la que simuló ser Diego en Brasil y cuánto cobra por ir a un evento

Escolástico Berto Méndez, conocido como Coco, es más que un doble: es un puente viviente que conecta a las personas con los recuerdos y la magia de Diego Armando Maradona.

Con cada foto y cada sonrisa, en el barrio porteño de La Boca, el clon -así se define- mantiene vivo el espíritu del ídolo argentino. Coco Méndez construyó su vida sobre una singular y fascinante premisa: ser el humano más parecido al mejor futbolista de todos los tiempos.

Coco se levanta todos los días para transformarse en el icónico futbolista argentino. Se para en Caminito, allí donde siente un amor inquebrantable por su trabajo, para sacarse fotos con turistas y locales, perpetuando el legado del 10.

Vengo de miércoles a domingos. El turismo es lo mejor que hay para trabajar y al argentino también le gusta pagar, nadie nunca me dijo ‘no te voy a pagar nada’. Acá, en un día bueno, puedo llegar a hacer cerca de $100.000. Pero no todos los días son iguales. Se labura mucho de viernes a domingos, está lleno de gente”, explicó a TN.

Su historia como clon de Maradona comenzó en los años 80. “Empecé a verme parecido y me fue muy bien. Me presenté en un casting y ahí arranqué”, recordó con nostalgia. Su notable parecido no solo le abrió las puertas del turismo, sino también las de la industria del entretenimiento: ganó un casting para una película en la que Maradona conoció a Gardel. A partir de allí trabajó en eventos, cumpleaños y casamientos.

Una de sus anécdotas más memorables ocurrió en Punta del Este durante un desfile de Roberto Giordano. “Diego entró por la ‘puerta buena’ y me dejó con toda la gente (en la entrada principal). Casi me matan, creían que era verdadero Diego. La verdad es que la pasé mal. Se me tiraron todos encima”, contó.

Ser el clon de Maradona también lo llevó a vivir situaciones inusitadas, como aquella vez en Brasil durante el Mundial de 2014. “Había un evento en un hotel, me llama el jefe del lugar y me dice: ‘Mirá, va a venir Maradona y yo te quiero a vos. Diego va a entrar por la otra puerta’. Yo entré por la puerta grande. Se me tiraron todos arriba, a sacar fotos, lloraba la gente”, relató emocionado, y agregó: “Me pasó lo mismo que me pasó en Uruguay, fue una cosa de locos”.

“A Diego lo conocí en su programa, en La Noche del 10. Estuvimos mano a mano y le pregunté unas cositas lindas, sobre la mano de Dios y otras cosas, él se cagaba la risa. En un momento me dice: ‘Ojalá pudiera ser Coco para salir por todos lados. ‘Yo no puedo salir a ningún lado, papá', me dijo. Qué cosa increíble, ¿no?”, relató.

Sin embargo, no todo es glamour y aventura: Coco también ha enfrentado momentos difíciles, especialmente cuando Maradona falleció. “Cuando murió Diego la pasé muy mal, sufrí mucho, lloré tanto. Yo pensé que teníamos a Diego para rato, ¿me entendés? Una cosa increíble. Lloré tanto, tres días no comí, te lo juro. Sabes el dolor que tenía”, dijo con la voz quebrada.

El sueño que desea cumplir en 2025

A pesar de los altibajos, el hombre nacido en Caseros, casado con María y padre de cuatro hijos -Darío, Nicolás, Soledad y Natalia-, continúa con su misión, impulsado por el cariño del público y su amor por Diego: “Ser su clon es lo mejor que te puede pasar en la vida. Muy lindo, me encanta. Me encanta porque soy feliz, me divierto con la gente. Es muy bueno”.

Coco aspira a que lo sigan contratando para participar en publicidades: “Grabé muchas en Brasil. Los productores de allá apenas tienen una publicidad, me llama”. El hombre detalló que para ir a algún evento, en donde realiza un show musical con la pelota como protagonista, cobra alrededor de 500 dólares.

Dentro de su anhelo de expandir su carrera en el ámbito internacional, el hombre ya proyectó su desafío para el 2025: “Quiero viajar a Nápoles. Me quiero quedar 30 días ahí. Nunca estuve, pero los napolitanos que conocí me adoran. Sueño con ir a hacer lo mismo que hago acá, pero allá”.

“Mi familia está muy feliz y contenta. Con la plata que llevo cómo no van a estar felices”, comentó entre risas. Cuando la cámara se apagó y Coco se quitó el micrófono expresó su último pedido: “Poné que sigo siendo un hombre sencillo. Que estoy orgulloso de mi trabajo y poder hacer felices a los demás, al menos por un ratito”.

Fuente: TN

Sigue leyendo

Nacionales

Brenda nació con una malformación, baila tango en silla de ruedas y un domingo en una milonga encontró el amor

Una tarde de domingo, lejos de la melancolía y el sinsabor del cierre del fin de semana, Plaza Dorrego se convirtió en el epicentro del amor. Brenda y Horacio habían llegado hasta allí para disfrutar de una pasión que, sin saberlo, los unía. Ese día ella lo vio bailar y no lo dudó: lo invitó a la pista y algo surgió.

El tango los había llevado hasta ahí y el amor los hizo transitar mucho más. Al ritmo del 2x4, la relación fue creciendo y casi como en una película de Hollywood, la pareja protagonista de la historia tuvo su final feliz... aunque final es una manera de decir, porque el cuento de ellos acababa de comenzar.

Siempre en movimiento

Brenda nació con espina bífida, aunque asegura que jamás le impidió hacer nada de lo que quiso. Aunque no tiene sensibilidad en la parte baja, esto nunca la dificultó a la hora de hacer su vida. “Estoy en silla de ruedas desde los cinco años, vivo sola desde los 22 y hace cinco con Horacio. Igualmente, siempre me manejé sola yendo a todos lados, la silla nunca fue un impedimento”, resaltó.

Durante años se dedicó al atletismo y la natación, donde obtuvo cinco medallas de oro. También hizo básquet, vóley y defensa personal.

Siempre se mantuvo en movimiento y sabía que lo que más la apasionaba era eso, no parar. Con el tiempo surgió otro amor que nunca más soltó. Fue una propuesta repentina, una visita y el enamoramiento a primera vista.

El tango, una pasión

Ocho años atrás, Brenda se enteró de que en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard) había un muchacho que bailaba tango en silla de ruedas. Ella, incrédula, fue hasta allí y su sorpresa fue enorme: “Me enamoré de lo que vi”, aseguró la bailarina en diálogo con TN.

“Enseguida quise empezar a hacer danza con él, pero arranqué con la madre. Fueron nueve años de práctica, pero en ningún momento hice tango, sino expresión corporal. Esa no fue una muy buena experiencia, pero lo que sí bueno es que en ese taller encontré a una chica que hacía tango y me invitó a bailar con ella”, precisó.

A partir de ese momento no paró. Fue a distintos eventos, milongas, hasta que un día llegó a Plaza Dorrego. Bailó con su amiga, con otra chica más y con un muchacho, y a lo lejos vislumbró a un hombre alto y bien trajeado que le llamó la atención. “Lo vi bailar a Horacio y me fascinó, sabía que tenía que bailar con él”, recordó. “Él nunca se animó a sacarme, lo saqué yo. A partir de ahí empezó todo. Bailamos un año seguido y no sabíamos ni nuestros nombres”, contó entre risas.

Así pasaron los meses y un día, por un imprevisto, surgió el amor. Horacio tenía que encontrarse con una amiga que le había ofrecido un trabajo. Esa persona no apareció, pero quien sí apareció fue Brenda. Aquel día, entre mates y tangos, comenzó todo“Desde entonces somos bailarines de tango, pareja y transitamos la vida con el tango y el arte”, sumó.

El primer amor

A diferencia de Brenda, a Horacio el interés por el tango le surgió desde muy chico. “A los siete años lo vi bailar a mis viejos en Viedma, donde nací, y me encantó. Pasaron los años, de un momento a otro mi mamá partió y nos quedamos solos con mi papá”, recordó.

“Un día, mucho tiempo después, él dijo que quería ir a una milonga y yo le respondí que quería ir con él y aprender. Ese fue mi inicio. Al principio era muy duro, pero con el tiempo avancé mucho, me hice primer bailarín y empecé a ganar plata. Después me dediqué profesionalmente, aunque no en todos lados lo toman como una profesión ni tienen en cuenta todo le esfuerzo que hay detrás”, señaló.

Con los años, Horacio viajó a Buenos Aires y se dedicó a la venta ambulante, buscando seguir su sueño. Sin embargo, nunca dejó de lado el tango y siguió frecuentando lugares donde se desarrollaba. Así, llegó a la plaza del amor. Él, al igual que su hoy esposa, tampoco olvida de aquel día en que se conocieron. “Fue raro por el hecho de que ella se me puso en frente y me invitó a bailar. Yo nunca había bailado con alguien en silla de ruedas y no tenía idea de cómo hacerlo, pero empezamos y así estuvimos un año donde casi todos los domingos nos encontrábamos en la plaza y bailábamos una tanda por lo menos, sin siquiera saber nuestros nombres”, precisó entre risas.

Además de ser pareja en la vida, se dedicaron a trabajar juntos y hacer de su pasión también su sustento de vida. Un día ambos tomaron la decisión de trabajar en la calle. Empezaron en la vía pública, cerca de su casa, después sumaron milongas y eventos privados. Hoy, bailan todas las tardes en Plaza de Mayo y brindan clases en El bar de Borges, el mítico bar donde el gran escritor argentino solía ir a tomar café en San Telmo.

Con el tiempo, además, aparecieron propuestas impensadas. Un día llegó el ofrecimiento de ir al mundial de tango y no lo dudaron. “Me enamoré de eso porque me encanta el escenario. Fuimos cuatro veces, yo pensé que por mi condición iba a ser más hostil por una cuestión de diferencia, pero fui una más del grupo. Fueron cuatro experiencias preciosas”, rememoró Brenda.

Un amor que va más allá

El tango está lleno de letras de amores y desamores, de pasiones y sueños. El baile tiene ese no sé qué que a esta pareja la hace vibrar y emocionar.

“He llegado a estar tres o cuatro días sin bailar y me empieza a doler todo como si hubiera bailado una semana seguida, no puedo, me enfermo, si no bailo tango me duele”, dijo con lágrimas de felicidad Brenda.

Y aunque sabe que quizás en algún momento el cuerpo le pase factura y deje de bailar, asegura que del tango no se va. “Es amor real, pasión y más con la persona que lo estoy haciendo”, se sinceró entre lágrimas y agregó: “Soy artista, si no me emociono no sirve. Bailar con él es un amor profundo por todos lados, es contención, energía, amor, mucha confianza”.

“Empezó siendo algo especial porque se animó sin miedo desde un principio, o por lo menos si tuvo miedo nunca me di cuenta, siempre fue todo muy genuino, después fue creciendo y hoy es amor puro lo que siento cuando bailo con él”, completó mientras se limpiaba las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Casi como en espejo, Horacio también solo tuvo palabras de amor hacia su esposa. “Ella me enseñó que nada tiene límites, porque yo no sabía que alguien en silla de ruedas podía bailar y aprendí que toda persona que tenga una discapacidad motriz no está limitada a bailar. El tango está abierto a todos”, aseguró.

Sobre el baile, además, insistió: “El tango es mi todo. Me dio la profesión, la mujer que amo y me sigue dando todo lo que puedo tener. Se siente una gran satisfacción y un gran compromiso bailar con Brenda porque es muy importante difundir esto desde la danza, desde el respeto por el prójimo y desde saber que todos podemos bailar”.

“Bailar con ella es lo mejor que me podía pasar. Tengo todo: el tango, mi trabajo, mi compañera, y toda la gente que nos ayuda a que sigamos con esto adelante”, concluyó.

Hoy, la pareja no solo brinda un show único en Plaza de Mayo todas las tardes, sino que también da clases de tango los martes en El bar de Borges, ubicado en San Telmo. Todo su arte se puede ver en Instagram, en @hrctony o @brendaholtz77. Además, realizan presentaciones en fiestas y reuniones sociales.

Fuente: TN

Sigue leyendo

Nacionales

Proyecto Carayá: una mujer convirtió su sueño en un refugio para monos, pumas y animales silvestres

Podríamos decir que Proyecto Carayá es el primer y único centro de primates de Argentina, una Fundación que desde 1994 desarrolla un programa de conservación ex –situ de la especie Argentina Alouatta Caraya (Mono Carayá), a los que se sumaron, en los últimos años, monos capuchinos, zorros, pumas y gatos monteses.

Algunos de estos animales han sido víctimas del tráfico ilegal o el mascotismo, otros han llegado al refugio como consecuencia la destrucción de sus hábitats naturales, y casi todos han vivido situaciones traumáticas y llegan al Santuario (como coloquialmente se lo conoce) en condiciones realmente alarmantes.

Pero también, y fundamentalmente, podríamos decir que Proyecto Carayá es el sueño -hecho realidad- que anida en el alma y el corazón de las tres mujeres que lo sostienen, mamá Alejandra y sus dos hijas, Mayú -que se encarga de las tareas administrativas y el marketing de la Fundación- y Malen -que le pone el cuerpo cada día y será, seguramente, quien la suceda in situ en este proyecto-. Cada una en su rol, pero todas comprometidas hasta el hueso con esto que parece ser su misión en la vida.

La Ale, pura esencia

María Alejandra Juárez es, sin duda, el motor de este proyecto. “La Ale”, como le dicen casi todos en su Córdoba natal, soñaba con estudiar biología o veterinaria, pero eran tiempos de dictadura en la Argentina, y sus padres no la dejaron. “Entonces, terminé estudiando Historia con una orientación más bien antropológica, en una universidad privada. Pero yo siempre le busqué la vuelta a todo, y cuando tuve que hacer la tesis, la hice sobre la Historia del Zoológico de Córdoba. La tesis la demoré 10 años, pero en el zoológico me quedé como 20″, recuerda a sabiendas de que es poco o nada lo que se puede hacer para torcer su voluntad, o su “esencia”, como ella misma dirá varias veces a lo largo de esta entrevista.

Aquel primer contacto con el zoológico de Córdoba, y sobre todo con Alexia y Nahuel, dos ejemplares de tigre de bengala, cambiaría su vida para siempre y sería el puntapie inicial para este proyecto que lleva su sello, y en el que trabaja y vive, desde 1994.

Allí, en una reserva de 360 hectáreas situadas en el paraje Tiu Mayu -al que se llega tras recorrer 11 kilómetros de un camino de ripio que lo separa de la localidad más cercana- Alejandra y su hija menor, Malen, conviven con tres voluntarios, 222 monos -entre Carayás y Capuchinos-, 27 pumas, tres ejemplares de gato montés, seis zorros, cabras, burros, ovejas, tordos, varios perros y un percherón “que se percibe caniche y anda metiéndose todo el tiempo adentro de casa”, comenta Malen.

Tamaña tribu comenzó a gestarse con la llegada de Bubú, una Carayá que llegó desde Villa Carlos Paz a través de la Fundación Vida Silvestre. “Murió hace cinco años y es un poco quien inaugura todo este proyecto, porque después de ella empezaron a mandarnos más y más monos”, enumera.

Como Juana, una Carayá que llegó al santuario en 1995, con aproximadamente unos cinco años, y que murió hace apenas unos días “superando la expectativa de vida de su especie, que es de unos 25 años. Durante su vida en la reserva tuvo 25 hijos, 10 nietos y 15 bisnietos” -explica Malen-, muchos de los cuales aún la duelaban cuando hicimos esta nota.

La mayoría de los Carayá, llegan víctimas del mascotismo o del avance de las ciudades; los Capuchinos, en cambio, provenientes de distintos laboratorios. Verlos libres, saltando entre las copas de los árboles, jugando entre ellos, o respondiendo al llamado de sus cuidadores, es realmente fascinante.

De cuando Jane Goodall conoció a los Carayá

Y a esta altura es imposible no trazar un paralelismo entre “la Ale” y Jane Goodall, la etóloga inglesa mundialmente reconocida por estudiar las interacciones sociales y familiares de los chimpancés, con quien Alejandra tuvo su primer encuentro en 2009. “Vino con un colectivo lleno de biólogos. A partir de su llegada empezaron a tomarnos más en serio, digamos, llegan los convenios con las universidades… para mí personalmente fue muy grande. Para todos nosotros fue un paso enorme, porque hasta ahí yo era la loca”, cuenta.

Y, a decir verdad, quizá lo suyo tenga menos tecnicismos, pero sin duda, mucha más pasión. “Yo hay cosas que no las pienso. Si tengo que salvar un animal, no lo pienso”, sostiene. Será por eso que cada vez son más y más los que recurren a ella cuando un animal está en peligro.

Un refugio grande como el corazón

“En 2023 recibimos ocho bebés, el año pasado cinco, y este año cinco más”, enumera, no sin antes sumar a los anteriores, y llegar a un total de 27 pumas, lo que los convierte en el centro de rescate de pumas más importante de todo el país. Claro que esto no es nuevo “acá siempre hubo pumas”, apunta Malen no sin antes mencionar que ella y su hermana Mayu pasaron buena parte de su infancia acompañadas por un ejemplar de este felino.

“Lamentablemente en estos últimos cuatro años nadie se quiere hacer cargo. Hace 35 años atrás, los sacrificaban”, comenta Ale. “Ahora dicen que son plaga para justificar su cacería”, apunta Malen a su lado. “Entonces, yo sabiendo eso, digo que sí, acepto que los traigan. Y las chicas, cada vez que viene un puma me piden que sea el último. Pero yo ya les dije que no sé si va a ser el último, que eso no se los puedo garantizar, porque si eso pasa, estaría quebrantando mi esencia”, confiesa con la seguridad de quien sabe que ha encontrado su misión en la vida.

A diferencia de los monos, los pumas, zorros y gatos montés viven en una zona de la reserva que está vedada al público. Sí, porque desde 1998 la gente puede visitar Proyecto Carayá y, cada vez que paga su entrada, ayuda -en parte- a sostener este espacio.

“Yo no quería que esto se abriera al público, porque es mi mundo, ¿viste? Pero cuando me fui a Alemania, en 1998, mi hermano y dos voluntarios decidieron abrirlo porque, bueno, había que sustentarlo”, comenta.

“Yo siempre viví en un mundo aparte. Y lo mismo me pasa con la plata. Mis hijas, especialmente Mayu, me dicen que los cálculos no dan. Y si, tienen razón, por el lado que vos lo veas, no da. Pero si te tengo que decir la verdad, jamás me fijé en eso. Yo lo que creo es que de algún lado siempre va a salir la plata, porque no estoy haciendo nada malo. Entonces siempre de algún lado va a salir”, explica.

A su lado, Malen cuenta que el trabajo en la reserva es “24 por 7, nos levantamos muy temprano, con los monos golpeando la ventana. No hay día libre. Tenemos que estar siempre acá, y si nos tomamos vacaciones tiene que ser de a una por vez, juntas nunca”.

Alejandra la escucha, coincide, se aleja, pasea por su reserva, por este que es su lugar en el mundo. Se comunica con los monos, los pumas, la gente, que después de visitarla ya no es la misma, porque recorrer Proyecto Carayá es una experiencia transformadora, no solo por el contacto con la naturaleza, sino también y, sobre todo, por las personas que la habitan, y que parecen portadoras de una sabiduría tan única como intransferible.

A tener en cuenta antes de visitarlo

  • Proyecto Carayá está en la Ruta E66, a aproximadamente unos 11 kilómetros de la localidad de La Cumbre. Las visitas son guiadas y duran aproximadamente una hora y media. Los monos no se pueden tocar ni alimentar.
  • Durante el recorrido no está permitido consumir alimentos.
  • No es necesario reservar con antelación. Puede haber demoras para ingresar.
  • No está permitido el ingreso con mascotas.
  • Como en la zona no hay señal de celular, sólo se recibe efectivo.
  • Los horarios de visita o días de apertura suelen variar a lo largo del año, y el santuario puede cerrar sin previo aviso por problemas climatológicos o de otro tipo, por lo que se recomienda chequear las historias de Instagram antes de ir: @proyecto.caraya

Fuente: TN

Sigue leyendo
Advertisement

Nuestro Clima

Facebook