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“Quien en su niñez aprende a rezar, no lo olvida jamás”

Raúl Méndez Moncada, un cura que deja una rica cosecha en Venezuela tras más de un siglo de vida santa dedicada a Dios
“El hombre que en su niñez aprende a rezar, no lo olvida jamás. Las pasiones y luchas de la vida, las rebeldías de la razón y los sentidos, podrán conducirle a la incredulidad, y aun a los peores excesos de la negación y la blasfemia. Pero un resto de fe infantil queda en el fondo del alma, como los caracteres del primitivo manuscrito en el viejo pergamino”.
Lo enseña Raúl Méndez Moncada, un muy querido sacerdote venezolano que murió recientemente a la edad de 101 años, dejando particularmente conmovidas a las regiones andinas de la nación sudamericana.
El texto forma parte de la “Carta Familiar” del Diario Católico, un “invento” del jefe editorial José Laureano Ballesteros que sobrevivió durante casi un lustro, brindándole al simpático abuelo la oportunidad de evangelizar cada domingo a través de una página encartada en el periódico centenario.
“… En el cielo hay una Madre, la Virgen Santísima, que es fuente de toda gracia y sabrá obtener lo que le pide otra madre por medio de su hijo cándido y puro”, diría Méndez Moncada en su carta, que muchas veces llevara en manuscrito, en la que enseñaba sobre las plegarias:
Raúl Méndez Moncada fue un estimado sacerdote. Una autoridad moral de los andes venezolanos, donde formó a no pocas generaciones, que incluye tanto a las más jóvenes como a las del clero del que era decano.
Nunca se retiró… Pues más que un trabajo, su labor de pastoreo fue una pasión característica de su sacerdocio. Y su modelo de santidad es motivo de alegría para viejas y nuevas y generaciones. Vivió para Dios, con la alegría que lo marcó su ordenación sacerdotal.
Enseñaba que “la clave de una vida sana y prolongada es la oración, un profundo amor a Dios, los valores como el respeto, dormir apenas lo necesario para el descanso, comer sin excesos y caminar mucho”.
Fue un profundo enamorado de la naturaleza y hacía uso de su autoridad moral para defender la verdad cuando lo creía necesario. En sus últimos años hablaba poco, “pero cuando lo hacía todos guardaban silencio”.
“Sus gestos hablan por él, al igual que su vida, ya convertida ella misma en oración”, indicaba este servidor en una conmovedora historia que inspira sobre abuelos centenarios publicada en Aleteia.
Más vigente que nunca, hoy cuando se despide para volver a los brazos de Dios, compartimos una de las más bellas piezas de su dominical “Carta Familiar”, un escrito de gran gran riqueza, con extraordinarias enseñanzas:
Las madres presentando sus hijitos a Dios en el templo. ¡Qué cuadro más hermoso! Ese debe ser el papel de las madres: llevar sus hijos a Dios desde pequeños. François Coppe, el gran escritor y poeta francés del siglo pasado, tiene una bella página que quiero transcribirles:
“De todos los espectáculos que puede ofrecer el género humano, ¿hay alguno más conmovedor, más suave y atractivo, que un niño que reza? Su madre lo ha puesto de rodillas sobre su camita, le ha hecho juntar sus manecitas y le enseña a pronunciar, una a una, las palabras de una breve oración; ésta será por ejemplo, si es muy pequeño: ‘Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía’ o si es mayorcito, el sublime Padrenuestro y el Ave María”
Por la mañana el niño levanta su carita al cielo azul, cuya pureza se refleja en el cristal inmaculado de sus ojos; y por la noche, a la apacible luz de la lámpara, en la pieza templada y tranquila, parece que un ángel asiste en las sombras, a la deliciosa escena para dar testimonio en el paraíso de este adorable acto de fe.
Sin duda, el niño no comprende todavía las palabras sagradas que pronuncia, pero sabe que su madre se complace en oírselas repetir; la mira sonriente, dejando ver que sus caricias son más tiernas; y junto a ese corazón que late, junto a ese seno tibio, respirando esa atmósfera de amor de y piedad, se despierta en su alma el instinto religioso.
En cuanto a esa madre feliz no hay en su vida instante más dulce que aquel en que presenta ante Dios a su niño con las manos juntas y arrodillado en su pequeña cama. ¡Qué inmensa dicha rezar con él, por él y para él!
No siente en tales instantes ese respetuoso temor que nos inspira a veces la Divinidad. Su corazón rebosa de abandono y confianza porque está segura de que Dios oirá las plegarias que balbucea una boca tan pura, y no duda que Aquél, en quien residen la fuerza infinita y la ciencia absoluta se sentirá complacido por tanta inocencia y debilidad.
Además, en el cielo hay una Madre, la Virgen Santísima, que es fuente de toda gracia y sabrá obtener lo que le pide otra madre por medio de su hijo cándido y puro.
Sí, son de seguro muy agradables a Dios y se elevan como una nube de incienso hacia la gloria, las plegarias de todos los cristianos, los himnos litúrgicos de los sacerdotes, las armonías con que los órganos hacen vibrar las inmensas naves de las catedrales, los coros de los peregrinos que al encaminarse hacia algún santuario hacen resonar los ecos de las montañas, los sollozos de los desdichados, el llanto de los arrepentidos; las plegarias ardientes del monje y la religiosa, arrodillados en sus celdas…. sí, todos suben hasta el trono de Dios.
Pero Él ante todo es Padre, y entre el inmenso y eterno rumor de tantas voces que le alaban y bendicen, seguro estoy que oye con especial ternura las sencillas y casi inconscientes oraciones de los niños, que se confunden con el gorjeo de una inmensa multitud de pajarillos que se posan en los árboles.
El hombre que en su niñez aprende a rezar, no lo olvida jamás. Las pasiones y luchas de la vida, las rebeldías de la razón y los sentidos, podrán conducirle a la incredulidad, y aun a los peores excesos de la negación y la blasfemia. Pero un resto de fe infantil queda en el fondo del alma, como los caracteres del primitivo manuscrito en el viejo pergamino.
Llega la hora de la prueba, la hora de un gran dolor, físico o moral… ¡Ahí cómo se acuerda en seguida el hombre maduro del día ya lejano en que arrodillado en la cuna, sentía en sus mejillas el calor del rostro de su madre que le enseñaba el Padre Nuestro y el Ave María!
Y entonces probablemente sentirá que su orgullo se derrumba, cubrirá su rostro con las manos y lanzará ese grito tan propio de toda boca humana: ¡Dios mío, ten compasión de mí! Este grito para un alma que naufraga, es el faro que brilla en las tinieblas, junto al puerto de salvación.
Qué gran poder tienen las madres. En su regazo está el futuro de la humanidad. Con su abnegación, con su honradez, con su ternura y delicadeza van moldeando esas esculturas que son los hijos, niños o jóvenes que después adornarán las galerías de la Patria y de la Iglesia.
Las madres no deben prescindir nunca del elemento religioso. Ellas son las que deben mantener viva la llama de la fe en los hogares; las que deben dar las primeras enseñanzas religiosas a sus hijos: las que deben encaminar sus pasos hacia la Iglesia, especialmente los domingos para que ya desde pequeños se acostumbren a cumplir con sus deberes religiosos.
Dichoso pues el hijo que en su madre cristiana encontró aquella primera e indispensable enseñanza de la fe y de la virtud.
Jacinto Benavente, el gran dramaturgo español, tuvo una madre extraordinaria, honesta religiosa, preocupada de los suyos. Cuando murió, su ilustre hijo dijo estas palabras: “Si no hubiera cielo habría que inventarlo para mi madre, porque ella era una santa”. Que todos los hijos puedan decir iguales palabras de sus madres.

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Vivió en la calle y superó las drogas para ser campeón: la historia del patinador que odió su infancia

Creció en un hogar marginal, lleno de carencias, en el que la violencia estaba a la orden del día. Tuvo que salir a vender pan a los 8 años y nunca dejó de trabajar. El deporte lo sacó de ese lugar oscuro al que no quiere volver. Su experiencia como soñador de Marcelo Tinelli y la medalla de plata que coronó su historia.
En el Monumento a la Bandera, en pleno centro de Rosario, un rayo de sol ilumina la sonrisa de Alfredo Wiedmer. No es algo menor si se tiene en cuenta que este patinador, que fue subcampeón del mundo en China, en 2013, tuvo una infancia llena de carencias y repleta de violencia, que lo expulsaron de su hogar y lo obligaron vivir en la calle durante más de dos años.
Alfredo es un resilente. Hoy no siente rencor por lo que le hicieron sus padres y logró perdonarlos. A sus 50 años pudo transformar su historia en algo potente para inspirar a los demás. Todos sus padecimientos, miserias y secretos saldrán a la luz en un libro que contará su vida con lujo de detalles. Una vida que pocos, por no decir casi nadie, se atrevería a elegir.
¿Por qué decis que tu infancia fue el peor momento de la vida?
Viví en un hogar difícil, con muchos abusos y violencia de todo tipo. A veces creo que lo que me ayudó a sobrellevar esa situación fue mi imaginación, esa imaginación de nene que tenemos todos y que me hizo evadir ese infierno.
Cuando tenías 8 años tus papás te pidieron que salgas a vender pan en la calle...
Recuerdo que era muy chiquitito y tenía que vender pan por la calle cuando salía del colegio. A veces volvía a las diez, once de la noche y lo único que me salvaba era mi imaginación. Pensaba que era un superhéroe que tiraba rayos arriba de su bicicleta y mataba a todos los monstruos que salían de la oscuridad.
Y qué se te pasaba por la cabeza en esa situación
Mi primera reacción fue, ¿por qué no van ellos? ¿Por qué no lo hacen ellos? ¿Por qué no salen ustedes a vender pan por la calle? Si yo soy un nenito que viene de la escuela y que quiere ir a jugar con sus amigos al campito, a la pelota.
Eras una víctima en uno de los momentos más sensibles de la vida, la infancia...
Estaba en un espacio de mucha marginalidad. En mi casa había mucha suciedad, muchos gritos, mucho llanto de parte de mi mamá, mucha tristeza y pobreza. Había mucha falta de todo.
¿A qué se debió esa infancia tan problemática?
Yo recuerdo que éramos una familia muy linda al principio. Mis papás eran amables, me criaban bien y con cariño. Pero de un día para el otro apareció la sustancia maldita del alcohol en las vidas de mis viejos y eso hizo que se modificara todo. Ese cariño, ese afecto que en un momento me empezaron a brindar de pequeño se fue disolviendo y empezaron a quedar malos tratos y mucha violencia.
¿Había problemas entre tu papá y tu mamá?
Recuerdo todo como un espacio muy violento donde mi papá le pegaba mucho a mi mamá. Era un contexto muy machista donde el hombre decidía cómo se hacían las cosas, qué es lo que se podía escuchar, qué es lo que se podía hacer y qué es lo que no.
¿Pudiste perdonar a tus papás?
Pude perdonarlos porque no puedo vivir con eso. Me di cuenta de que no era esa la vida que yo quería. Más allá de caer en ese mundo marginal al que me arrastraron mis viejos, yo no me resigné. Hice terapia durante muchos años y pude pedir ayuda. Uno de mis primeros objetivos fue eliminar el rencor de mi vida y poder perdonar a mis viejos, darme cuenta de que hoy soy lo que soy gracias a lo que ellos me hicieron pasar.
Cómo llega el patinaje artístico a tu vida
Cuando vi el patinaje por primera vez me atravesó el alma. Yo entré al club Fisherton de Rosario por primera vez porque mi tía era la entrenadora. Me enamoré de las luces, de las lentejuelas, de la conexión del cuerpo con la música, de la vertiginosidad que tiene subirse arriba de ocho ruedas. Y bueno, como que dije, yo quiero hacer esto, no quiero jugar a la pelota, no quiero jugar al básquet, no quiero jugar al tenis, quiero ser patinador.
¿Y cómo lo tomaron en tu casa?
Mi mamá no tenía mucho poder de decisión y mi papá no quiso que patinara. Cuando fui a plantearlo me borraron ese sentimiento de un cachetazo, y no tuve ni siquiera posibilidad de volver a pedirlo.
A los 14 años te fuiste de tu casa, ya no soportabas esa situación
Yo había empezado a trabajar a los 8 años y tenía 14. Trabajaba 10 horas por día en la calle vendiendo de todo y atravesando mil complicaciones. Realmente me sentía muy cansado. Una noche, mis viejos se acostaron a dormir, me hice el bolso y me fui a la casa de mis abuelos, en Fisherton. Ahí, con otra tranquilidad, pude empezar a patinar.
Y cómo fue esa conexión con el patinaje artístico
Mis abuelos me acogieron y me dejaban patinar, pero también me obligaron a trabajar en una carnicería. Me habían prohibido estudiar porque decían que los estudios no me iban a llevar a nada. Así que tenía un torbellino en la cabeza con la dualidad de lo maravilloso que era el patinaje y a la vez estaba tristísimo porque yo no quería trabajar.
Fue entonces que decidiste vivir en la calle...
Mis abuelos también tenían su historia y decidí irme a vivir a la calle. Ahí conocí las primeras adicciones y los momentos más peligrosos, donde hacía cosas que no estaban buenas. A diferencia de cuando era chico, que lo único que me salvaba era la imaginación, durante mi adolescencia estaba completamente conciente.
¿Y cómo salís de ese lugar?
Fue casi de casualidad. Tenía 18 años y trabajaba en un kiosko. Una persona vincculada al patinaje de Rosario me vio y me dijo que tenía que competir. Ahí fue el comienzo de una carrera deportiva que si bien había arrancado muy tarde, arrancó. Era todo lo que yo soñaba desde chico, cuando me pasaba horas mirando videos de los mejores patinadores del mundo. Afortunadamente, pude ganar algunos campeonatos provinciales y regionales, pero como te dije antes, ya era muy grande para el plano internacional.
Después de eso te convertiste en entrenador...
La realidad es que siempre estuve vinculado al mundo del patín y más allá de que como atleta no pude clasificar a un campeonato mundial, si lo estuve como entrenador. En cada uno de esos campeonatos siempre había algo en mí que estaba muy orgulloso de ver a su equipo compitiendo, pero yo quería estar ahí adentro, en el lugar de mis alumnos, quería ponerme los patines y saber lo que es competir contra los mejores de otros lugares del mundo.
¿Y cómo llegas a ser subcampeón del mundo con 38 años?
Me llamó la mejor entrenadora argentina, Tamara Álvarez, que me convocó porque faltaba un varón para ir al campeonato del mundo de China. Después de mucho entrenar, logramos clasificar y conseguimos la medalla de plata. Fue una locura, era inimaginable que nosotros pudiéramos llegar a un podio.
Y en el medio de toda esta locura también patinaste con Marcelo Tinelli...
Eso fue en el año 2008 y yo venía con una seguidilla de eventos desafortunados, que eran las consecuencias de haber tenido una vida tan compleja. Ahí recibo el llamdo de una gran amiga que me cuenta que estaba haciendo un casting de patinadores para un reality llamado “Patinando por un Sueño”. Viajé a Buenos Aires, hice la prueba y quedé. Fui el “soñador ” de Andrea Esteves, una compañera entrañable con la que aún tengo relación.
Imagino que esa exposición te hizo dar un salto a la fama...
Ese recorrido por la televisión modificó muchísimo mi realidad, porque fue un antes y un después participar en Showmatch, estar con Marcelo Tinelli. La verdad que fue una de las experiencias más lindas de mi vida.
¿Cómo encarás el futuro y qué es lo que querés para tu vida?
El otro día me preguntaba cómo terminaría esto, pero todavía no tengo ganas de pensarlo mucho. Yo soy una persona que trata de vivir sin expectativas. Creo que cuando las expectativas se apoderan de uno, el factor sorpresa queda eliminado y puede aparecer la frustración. Mi deseo es que cuando la gente me vea llegar se ponga contenta. Ese es el objetivo más grande de mi vida.
Fuente: TN
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La vida del doble de Maradona: la noche en la que simuló ser Diego en Brasil y cuánto cobra por ir a un evento

Escolástico Berto Méndez, conocido como Coco, es más que un doble: es un puente viviente que conecta a las personas con los recuerdos y la magia de Diego Armando Maradona.
Con cada foto y cada sonrisa, en el barrio porteño de La Boca, el clon -así se define- mantiene vivo el espíritu del ídolo argentino. Coco Méndez construyó su vida sobre una singular y fascinante premisa: ser el humano más parecido al mejor futbolista de todos los tiempos.
Coco se levanta todos los días para transformarse en el icónico futbolista argentino. Se para en Caminito, allí donde siente un amor inquebrantable por su trabajo, para sacarse fotos con turistas y locales, perpetuando el legado del 10.
“Vengo de miércoles a domingos. El turismo es lo mejor que hay para trabajar y al argentino también le gusta pagar, nadie nunca me dijo ‘no te voy a pagar nada’. Acá, en un día bueno, puedo llegar a hacer cerca de $100.000. Pero no todos los días son iguales. Se labura mucho de viernes a domingos, está lleno de gente”, explicó a TN.
Su historia como clon de Maradona comenzó en los años 80. “Empecé a verme parecido y me fue muy bien. Me presenté en un casting y ahí arranqué”, recordó con nostalgia. Su notable parecido no solo le abrió las puertas del turismo, sino también las de la industria del entretenimiento: ganó un casting para una película en la que Maradona conoció a Gardel. A partir de allí trabajó en eventos, cumpleaños y casamientos.
Una de sus anécdotas más memorables ocurrió en Punta del Este durante un desfile de Roberto Giordano. “Diego entró por la ‘puerta buena’ y me dejó con toda la gente (en la entrada principal). Casi me matan, creían que era verdadero Diego. La verdad es que la pasé mal. Se me tiraron todos encima”, contó.
Ser el clon de Maradona también lo llevó a vivir situaciones inusitadas, como aquella vez en Brasil durante el Mundial de 2014. “Había un evento en un hotel, me llama el jefe del lugar y me dice: ‘Mirá, va a venir Maradona y yo te quiero a vos. Diego va a entrar por la otra puerta’. Yo entré por la puerta grande. Se me tiraron todos arriba, a sacar fotos, lloraba la gente”, relató emocionado, y agregó: “Me pasó lo mismo que me pasó en Uruguay, fue una cosa de locos”.
“A Diego lo conocí en su programa, en La Noche del 10. Estuvimos mano a mano y le pregunté unas cositas lindas, sobre la mano de Dios y otras cosas, él se cagaba la risa. En un momento me dice: ‘Ojalá pudiera ser Coco para salir por todos lados. ‘Yo no puedo salir a ningún lado, papá', me dijo. Qué cosa increíble, ¿no?”, relató.
Sin embargo, no todo es glamour y aventura: Coco también ha enfrentado momentos difíciles, especialmente cuando Maradona falleció. “Cuando murió Diego la pasé muy mal, sufrí mucho, lloré tanto. Yo pensé que teníamos a Diego para rato, ¿me entendés? Una cosa increíble. Lloré tanto, tres días no comí, te lo juro. Sabes el dolor que tenía”, dijo con la voz quebrada.
El sueño que desea cumplir en 2025
A pesar de los altibajos, el hombre nacido en Caseros, casado con María y padre de cuatro hijos -Darío, Nicolás, Soledad y Natalia-, continúa con su misión, impulsado por el cariño del público y su amor por Diego: “Ser su clon es lo mejor que te puede pasar en la vida. Muy lindo, me encanta. Me encanta porque soy feliz, me divierto con la gente. Es muy bueno”.
Coco aspira a que lo sigan contratando para participar en publicidades: “Grabé muchas en Brasil. Los productores de allá apenas tienen una publicidad, me llama”. El hombre detalló que para ir a algún evento, en donde realiza un show musical con la pelota como protagonista, cobra alrededor de 500 dólares.
Dentro de su anhelo de expandir su carrera en el ámbito internacional, el hombre ya proyectó su desafío para el 2025: “Quiero viajar a Nápoles. Me quiero quedar 30 días ahí. Nunca estuve, pero los napolitanos que conocí me adoran. Sueño con ir a hacer lo mismo que hago acá, pero allá”.
“Mi familia está muy feliz y contenta. Con la plata que llevo cómo no van a estar felices”, comentó entre risas. Cuando la cámara se apagó y Coco se quitó el micrófono expresó su último pedido: “Poné que sigo siendo un hombre sencillo. Que estoy orgulloso de mi trabajo y poder hacer felices a los demás, al menos por un ratito”.
Fuente: TN
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Brenda nació con una malformación, baila tango en silla de ruedas y un domingo en una milonga encontró el amor

Una tarde de domingo, lejos de la melancolía y el sinsabor del cierre del fin de semana, Plaza Dorrego se convirtió en el epicentro del amor. Brenda y Horacio habían llegado hasta allí para disfrutar de una pasión que, sin saberlo, los unía. Ese día ella lo vio bailar y no lo dudó: lo invitó a la pista y algo surgió.
El tango los había llevado hasta ahí y el amor los hizo transitar mucho más. Al ritmo del 2x4, la relación fue creciendo y casi como en una película de Hollywood, la pareja protagonista de la historia tuvo su final feliz... aunque final es una manera de decir, porque el cuento de ellos acababa de comenzar.
Siempre en movimiento
Brenda nació con espina bífida, aunque asegura que jamás le impidió hacer nada de lo que quiso. Aunque no tiene sensibilidad en la parte baja, esto nunca la dificultó a la hora de hacer su vida. “Estoy en silla de ruedas desde los cinco años, vivo sola desde los 22 y hace cinco con Horacio. Igualmente, siempre me manejé sola yendo a todos lados, la silla nunca fue un impedimento”, resaltó.
Durante años se dedicó al atletismo y la natación, donde obtuvo cinco medallas de oro. También hizo básquet, vóley y defensa personal.
Siempre se mantuvo en movimiento y sabía que lo que más la apasionaba era eso, no parar. Con el tiempo surgió otro amor que nunca más soltó. Fue una propuesta repentina, una visita y el enamoramiento a primera vista.
El tango, una pasión
Ocho años atrás, Brenda se enteró de que en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard) había un muchacho que bailaba tango en silla de ruedas. Ella, incrédula, fue hasta allí y su sorpresa fue enorme: “Me enamoré de lo que vi”, aseguró la bailarina en diálogo con TN.
“Enseguida quise empezar a hacer danza con él, pero arranqué con la madre. Fueron nueve años de práctica, pero en ningún momento hice tango, sino expresión corporal. Esa no fue una muy buena experiencia, pero lo que sí bueno es que en ese taller encontré a una chica que hacía tango y me invitó a bailar con ella”, precisó.
A partir de ese momento no paró. Fue a distintos eventos, milongas, hasta que un día llegó a Plaza Dorrego. Bailó con su amiga, con otra chica más y con un muchacho, y a lo lejos vislumbró a un hombre alto y bien trajeado que le llamó la atención. “Lo vi bailar a Horacio y me fascinó, sabía que tenía que bailar con él”, recordó. “Él nunca se animó a sacarme, lo saqué yo. A partir de ahí empezó todo. Bailamos un año seguido y no sabíamos ni nuestros nombres”, contó entre risas.
Así pasaron los meses y un día, por un imprevisto, surgió el amor. Horacio tenía que encontrarse con una amiga que le había ofrecido un trabajo. Esa persona no apareció, pero quien sí apareció fue Brenda. Aquel día, entre mates y tangos, comenzó todo. “Desde entonces somos bailarines de tango, pareja y transitamos la vida con el tango y el arte”, sumó.
El primer amor
A diferencia de Brenda, a Horacio el interés por el tango le surgió desde muy chico. “A los siete años lo vi bailar a mis viejos en Viedma, donde nací, y me encantó. Pasaron los años, de un momento a otro mi mamá partió y nos quedamos solos con mi papá”, recordó.
“Un día, mucho tiempo después, él dijo que quería ir a una milonga y yo le respondí que quería ir con él y aprender. Ese fue mi inicio. Al principio era muy duro, pero con el tiempo avancé mucho, me hice primer bailarín y empecé a ganar plata. Después me dediqué profesionalmente, aunque no en todos lados lo toman como una profesión ni tienen en cuenta todo le esfuerzo que hay detrás”, señaló.
Con los años, Horacio viajó a Buenos Aires y se dedicó a la venta ambulante, buscando seguir su sueño. Sin embargo, nunca dejó de lado el tango y siguió frecuentando lugares donde se desarrollaba. Así, llegó a la plaza del amor. Él, al igual que su hoy esposa, tampoco olvida de aquel día en que se conocieron. “Fue raro por el hecho de que ella se me puso en frente y me invitó a bailar. Yo nunca había bailado con alguien en silla de ruedas y no tenía idea de cómo hacerlo, pero empezamos y así estuvimos un año donde casi todos los domingos nos encontrábamos en la plaza y bailábamos una tanda por lo menos, sin siquiera saber nuestros nombres”, precisó entre risas.
Además de ser pareja en la vida, se dedicaron a trabajar juntos y hacer de su pasión también su sustento de vida. Un día ambos tomaron la decisión de trabajar en la calle. Empezaron en la vía pública, cerca de su casa, después sumaron milongas y eventos privados. Hoy, bailan todas las tardes en Plaza de Mayo y brindan clases en El bar de Borges, el mítico bar donde el gran escritor argentino solía ir a tomar café en San Telmo.
Con el tiempo, además, aparecieron propuestas impensadas. Un día llegó el ofrecimiento de ir al mundial de tango y no lo dudaron. “Me enamoré de eso porque me encanta el escenario. Fuimos cuatro veces, yo pensé que por mi condición iba a ser más hostil por una cuestión de diferencia, pero fui una más del grupo. Fueron cuatro experiencias preciosas”, rememoró Brenda.
Un amor que va más allá
El tango está lleno de letras de amores y desamores, de pasiones y sueños. El baile tiene ese no sé qué que a esta pareja la hace vibrar y emocionar.
“He llegado a estar tres o cuatro días sin bailar y me empieza a doler todo como si hubiera bailado una semana seguida, no puedo, me enfermo, si no bailo tango me duele”, dijo con lágrimas de felicidad Brenda.
Y aunque sabe que quizás en algún momento el cuerpo le pase factura y deje de bailar, asegura que del tango no se va. “Es amor real, pasión y más con la persona que lo estoy haciendo”, se sinceró entre lágrimas y agregó: “Soy artista, si no me emociono no sirve. Bailar con él es un amor profundo por todos lados, es contención, energía, amor, mucha confianza”.
“Empezó siendo algo especial porque se animó sin miedo desde un principio, o por lo menos si tuvo miedo nunca me di cuenta, siempre fue todo muy genuino, después fue creciendo y hoy es amor puro lo que siento cuando bailo con él”, completó mientras se limpiaba las lágrimas que corrían por sus mejillas.
Casi como en espejo, Horacio también solo tuvo palabras de amor hacia su esposa. “Ella me enseñó que nada tiene límites, porque yo no sabía que alguien en silla de ruedas podía bailar y aprendí que toda persona que tenga una discapacidad motriz no está limitada a bailar. El tango está abierto a todos”, aseguró.
Sobre el baile, además, insistió: “El tango es mi todo. Me dio la profesión, la mujer que amo y me sigue dando todo lo que puedo tener. Se siente una gran satisfacción y un gran compromiso bailar con Brenda porque es muy importante difundir esto desde la danza, desde el respeto por el prójimo y desde saber que todos podemos bailar”.
“Bailar con ella es lo mejor que me podía pasar. Tengo todo: el tango, mi trabajo, mi compañera, y toda la gente que nos ayuda a que sigamos con esto adelante”, concluyó.
Hoy, la pareja no solo brinda un show único en Plaza de Mayo todas las tardes, sino que también da clases de tango los martes en El bar de Borges, ubicado en San Telmo. Todo su arte se puede ver en Instagram, en @hrctony o @brendaholtz77. Además, realizan presentaciones en fiestas y reuniones sociales.
Fuente: TN