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Inauguraron un nuevo restaurante en Resistencia

Se trata de "La Chimenea", por la calle Moreno.

Peppo participó en la noche del miércoles de la inauguración del restaurant La Chimenea, el emprendimiento familiar que abrió su nuevo local en avenida Mariano Moreno 870. “Estas iniciativas son las que nos hacen sentir orgullosos y que nos invitan a seguir trabajando por un Chaco de oportunidades”, expresó el mandatario.

Peppo destacó la inversión privada de la familia Gómez, que decidió continuar expandiendo su emprendimiento con la posibilidad de dar mayor empleo. Así, indicó que desde el Gobierno Provincial, a través de la Secretaría de Empleo, se acompañó el proceso de expansión, brindado capacitaciones a sus trabajadores.

“Es un emprendimiento que tiene que ver con la historia productiva del Chaco. Es un lugar que fue declarado patrimonio provincial, y que hoy se ha reciclado con mucha calidad y detalle”, valoró el gobernador, al tiempo que destacó la trayectoria de la familia en el rubro gastronómico.

En la misma línea, hizo referencia al aniversario de la provincialización del Chaco y consideró que “en este marco se inaugure un emprendimiento, que se de trabajo, que se apueste al crecimiento, y que se tenga fe en el Chaco, es muy importante”.

“Esto es parte del Chaco positivo y nos pone muy contentos acompañar este crecimiento. Desde el Estado seguiremos poniendo a disposición todas las herramientas para acompañar a los empresarios locales, porque para nosotros cada puesto de trabajo es importante”, concluyó.

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Ella lo buscó durante 33 años y él la encontró en 48 horas: la historia del reencuentro de una mamá con su hijo robado

“Él fue robado de mi panza. Yo lo esperaba para el 18 de diciembre. Pero una asistente social me internó el 15, y ya el 16 me operaron y nació. Es decir que adelantaron su nacimiento dos días. Y ahí comienza toda la historia. La triste historia”.

Desde ese día, Nélida Benítez pasó 33 años buscando a su hijo Alejandro. Viajaba desde Misiones para encontrar su cara, aquella que nunca había visto, en el rostro de cientos de niños que se cruzaba cerca de una dirección que le habían pasado en Buenos Aires. Y viéndo a los chicos jugar en el Parque Rivadavia, donde esperó, en vano, la llegada de ese hijo que le había arrebatado de los brazos. Y que crecía, que era un adolescente después, un joven más tarde. Hasta que se convirtió en un hombre de 33 años, que un día, en abril de 2021, decidió buscar comenzar a su madre. Y la encontró en 48 horas.

Así se llama, 33 años en 48 horas, el libro que escribió Alejandro Pérez Guahnon. En sus páginas narra su historia, que no solo es personal. Es también la denuncia -o el testimonio vivo- de un entratamado de corrupción que involucra a la Justicia y la Policía de Misiones. Una historia que Alejandro ya contó por primera vez en Infobae el año pasado.

“El libro no cuesta ningún dinero, no tiene precio: yo lo regalo para quien necesite -aclara Alejandro-. Está ayudando a mucha gente, porque se le empiezan a despertar cosas. Por ejemplo, me contactan madres que les dijeron que su hijo murió y nunca tuvieron la posibilidad de ver su cuerpo: ‘Leí tu libro y me doy cuenta de que también seguramente fui engañada, y me gustaría empezar a buscar’. Lo escribí para concientizar a la gente que estas cosas pasan. Y siguen pasando”.

En el libro, están las palabras de Alejandro. Y en esta entrevista con Infobae, están por primera vez las palabras de su mamá. La otra protagonista de esta triste historia.

La entrevista completa de Alejandro Pérez Guahnon y Nélida Benitez en Infobae.

—Vayamos hacia atrás, Nélida. A la llegada de Alejandro. ¿Cómo era tu vida en ese momento?

—Era de familia pobre pero de corazón limpio. Trabajaba, criaba a mis hijos, tenía mi casa propia. Alejandro era mi sexto hijo. Había tenido cinco, pero uno falleció mucho tiempo antes.

—¿Qué le pasó?

—Nació con un soplo, que tenían que verle siempre. Ese día había paro en el hospital y no lo pudieron atender a tiempo.

—¿Y el papá de Alejandro estaba presente en tu casa, ayudaba? ¿Cómo era el vínculo?

—Él tenía otra familia. Decía que trabajaba en el campo, iba; pero venía siempre. Eso sí.

—Y vos estabas muy sola.

—Sí...

—¿Y cómo te arreglabas para darle de comer a tus hijos estando embarazada?

—Siempre trabajé. A lo que más me dediqué fue a la construcción: yo sola hice mi casa. Entonces, lo que podía hacer, lo hacía.

—¿Había para comer?

—Sí, sí. Porque trabajaba.

—¿Qué pasa ese día? ¿Por qué te internan? ¿Cómo se acerca una asistente social a vos?

—Siempre recibíamos mercadería. Y ese día viene una de mis hermanas, Ana Benítez, y me dice que estaban dando mercadería. Fuimos caminando hasta Acción Social. Yo ya estaba con la panza grande. Mi hermana sube a anotarme para las bolsas de mercadería. Yo quedé abajo; le di mi documento, como de costumbre, para anotarme. Después ella baja: traía la mano cerrada, como que escondía algo; nunca le pregunté qué llevaba en esa mano. Volvimos a mi casa y llega la asistente social, me saluda amablemente, como si me conociera de antes.

—Pero vos no la conocías.

—No, nunca la había visto. No sabía que era asistente social. Como todos teníamos asistente social, entonces dije: “Una más”.

—¿Por qué siempre iba una asistente social? ¿Para ver que los chicos estuvieran bien?

—Mis dos hijos más grandes iban a guardería cuando yo trabajaba. Entonces, todo el tiempo estábamos supervisadas por una asistente social: si tenían las vacunas, si estaban bien. Y bueno, ese día me hizo preguntas, como cualquier asistente social: si yo estaba sola, qué sé yo. Pero empezó a hacer muchas preguntas. Me preguntó por la panza, si estaba atendida mi panza; le dije que sí, que me faltaba el último estudio, y ese fue mi error, porque ella me dice que me acompañaba a hacerme ese estudio. Fui con ella, confiada; era una asistente social. Me dijo que no íbamos a ir al hospital sino a una clínica, Clínica Misiones, porque así me hacía todo más rápido. Me atendieron. Al rato me dicen: “Mamá, no te podés ir porque la criatura ya viene”. “¿Y mis hijos?”, le digo, porque habían quedado solos en mi casa. “Nosotros nos hacemos cargo de todo. Somos asistentes sociales”, me dijo. Ahí ya no me dejaron salir más. Quedé internada. Y que el chico estaba mal, que venía mal... Me dijeron que me iban a preparar para una operación, para una cesárea; nunca me habían operado, a todos mis hijos los tuve normal. Al otro día me llevaron a… Y de ahí no sé más nada, porque me hicieron dormir totalmente.

—Te anestesiaron completo para una cesárea.

—Completo, completo.

—¿Tu hermana tuvo que ver con todo lo que pasó después, fue parte de todo lo que te hicieron?

—Sí, sí...

—Nace Alejandro. ¿Vos le pusiste el nombre?

—Sí. Ya lo tenía elegido.

—¿Y qué te dicen cuando te despertás?

—Pregunté por él. Me dijeron que estaba en neo porque, según ellos, nació mal: que tenía un defecto en la pierna y que tenía que viajar a Buenos Aires. Ellos ya sabían que así como yo estaba, sola, no iba a poder viajar. Y después me dijeron que él había muerto. Una enfermera fue la única que me dijo la verdad. Se acercó como escondida, y me dijo que tenga cuidado con él.

—¿Te hicieron firmar algo?

—Sí. Para que una asistente social lo traiga a Buenos Aires, porque yo de ahí no me podía mover. Yo no podía leer porque estaba dormida.

—Firmaste, todavía anestesiada.

—Sí.

—¿Cuánto tiempo te tuvieron en ese lugar, Nélida?

—Alejandro nació un miércoles; el sábado salí.

—Y saliste sin él.

—Sí...

—¿Vos suponías que Alejandro estaba en Buenos Aires, atendiéndose?

—Claro. Porque después la asistente social, Nidia Inchausti, me dice: “Ya lo van a operar, está todo listo en el quirófano para él. Llega, lo operan, y en tres meses vas a tener noticias suyas. Nosotros te vamos a cuidar”. Pero desde ahí, nunca más supe de Alejandro. El sábado llega mi marido, Ramón Alcaraz, y me pregunta por Alejandro. “No creo nada”, fue lo primero que me dijo. El lunes hicimos la denuncia. Y fue a buscarla a esta asistente social, que le dice que Alejandro había muerto porque él era un papá ausente. Y que ellos se habían hecho cargo del entierro. Él le dijo que era el papá y que tenía que saber dónde estaba enterrado su hijo. Pero ella le decía que no. Mi marido no le creía, no aceptaba.

—¿Ya se hablaba de la venta de niños en Misiones? ¿Sabías que sucedía, conocías casos?

—Sí, sí. Por arriba, sí. Se hablaba, pero era como una noticia lejana.

—Mientras tanto, ¿qué pasaba con tu hermana? ¿Ella tuvo alguna mejoría económica?

—Sí, sí. Bastante.

—¿Por entregar a Alejandro?

—Sí. Siempre tuve sospechas.

—Hiciste una denuncia, pocos días después de su nacimiento.

—Sí. Por robo de bebé. En Defensoría (de Menores). Cuando me di cuenta, éramos 17 madres pidiendo la misma cosa. Las mentiras que ellos hacían para poder sacarte los bebés... Cómo la manejaban a la madre para firmar. Por ejemplo, yo no firmé la renuncia de él, sino que en uno de los papeles que ellos me hacían leer, ahí salió su adopción. Y yo firmé, por apurarme a que me lo entreguen, porque todos los días era: “Fijate aquella madre, recuperó el bebé. Yo le hice, yo le traje”.

—¿Eso quién te lo decía?

—La defensora de menores.

—¿Que también estaba involucrada?

—También.

—¿Y te seguía haciendo firmar papeles?

—Sí. Y esa denuncia que yo había hecho, me la escondieron. No podían mover ningún papel porque mi denuncia estaba escondida.

—¿O sea que la policía de la provincia también tenía que ver?

—La policía no sé. Pero yo iba todos los días a la comisaría a buscar mi denuncia: “¿Dónde está? ¿Quién llevó? ¿Quién tenía?”. Entonces, cuando todavía no había pasado un año, un buen hombre, que trabajaba en la comisaria, me dice un día: “Yo te veo que sufrís mucho y te voy a contar la verdad. Pero nunca me viste, ni me nombres”. Ahí me dijo que mi denuncia estaba encajonada en el juzgado de la jueza Norma Nilda Lampugnani. Que la familia que lo trajo era Pérez Guahnón. Y me dio la dirección exacta: avenida La Plata 555, en Buenos Aires. Eso se me grabó para toda la vida.

—¿En algún momento alguien quiso sugerir que vos vendiste a tu hijo?

—Siempre. Toda la vida dijeron. Hasta mis hermanas se encargaban de decirlo. Incluso cuando yo venía a buscarlo a Buenos Aires.

—Pero antes de venir a Buenos Aires, hubo un juicio.

—Sí. Cuando me pasan el nombre de la jueza, voy a verla. Y encuentro que también estaba involucrada. En el juzgado me negaban todo el tiempo, entonces un día me meto de la nada, entro a su despacho, porque todos me decían que no tenía que entrar. Yo estaba sacada. A mí no me importaba nada, ni tampoco sabía que era una jueza de mucho poder. Lo primero que le digo es por qué tenía encajonada mi denuncia. Y me dijo que lo iban a meter preso a mi marido para que yo le diga quién nos daba tanta información. Yo nunca le dije quién era. Y le dije que desde Buenos Aires iba a hacer algo por mi hijo, y se ve que ahí tuvo miedo. Lo que ella que quería era que esta gente, los Pérez, lo adopten. Buscaban, que yo le dé la firma para renunciar a la patria potestad.

—¿En ese momento estaban en el periodo de guarda?

—Claro, en el período de guarda.

—Acá tengo el fallo del juicio que se hizo. Un fallo inédito: dice que “tras determinar que los trámites de adopción fueron efectuados dentro de los carriles de la legalidad, la doctora sostuvo que la madre biológica vive en una extrema indigencia, tiene otros hijos, su concubino la abandonó cuando estaba encinta y no reconoció al niño como suyo”. Como si cualquiera de estas cuestiones habilitara sacarle un hijo a una madre: el Estado tiene que acompañar a esa mamá en situación de vulnerabilidad, para criar a su hijo. O sea, esto sucedió, y la jueza fue esta misma mujer.

—Sí. Norma Nidia Lampugnani. Ya no ejerce: en el 2021 le otorgaron la jubilación.

—La Justicia te deja sola. Pero vos seguiste buscando a tu hijo.

—Sí. Toda la vida. Y vine a Buenos Aires, a esa dirección en avenida La Plata. Me encuentro con el portero, le cuento mi historia. Le pregunto si hay una familia Pérez. Y me dice que sí. “¿Tienen un bebé?”, le pregunto. “Tienen dos bebés. Uno ya tiene un año y algo, y el otro está por cumplir uno. Están preparando una fiesta grande. Lo trajeron del Paraguay y la mamá murió”, me dijo. “No, no. Me lo robaron a mí. Yo soy argentina y estoy viva. Alejandro es mi hijo”, le dijo. “Sí, el bebé se llama Alejandro”, me dice. Le cuenta a su señora, que se entusiasma y me dice: “¡Vamos! Yo sé dónde están”. Subimos 10, 11, 12 pisos, no me acuerdo, y tocamos una puerta. La señora del portero dice: “Esta es la mamá del bebé que trajeron”. Y me cerraron la puerta en la cara.

—¿Quién abrió esa puerta?

—Una señora que limpiaba la casa.

—¿Alguna vez lo viste a Alejandro, de chiquito?

—No. Siempre era mi sueño verle, esa era mi misión. Yo me iba a Buenos Aires, trabajaba, hacía de limpieza, y en mis horas libres iba a esa dirección todos los días, porque yo pensaba que ellos lo iban a bajar un día. Me paraba horas y horas frente a ese edificio porque la señora del portero se asustó: “Me van a dejar sin trabajo”, me dijo. Entonces, cuando iba a ese lugar, tenía la Policía encima mío: me pedían los documentos, me preguntaban qué hacía en ese lugar. Al tiempo, cuando vuelvo, el portero me dice que se habían mudado. Después de eso volvía y hacía toda la avenida La Plata, mirando siempre dónde él podía estar. Miraba a todos los nenes. Iba al Parque Rivadavia y me sentaba y esperaba que él vaya a jugar ahí o algo. Durante años volví a esa plaza.

—Nunca renunciaste nunca a tu hijo.

—No, no.

—Lo buscaste, lo sentiste, lo esperaste.

—Toda la vida. Mi rezo siempre era: “Dios, acortá el camino que me separa de mi hijo Alejandro Martín”.

—Mientras tanto, él crecía. ¿Qué soñabas para Alejandro?

—Yo me iba imaginando cómo sería: que ya tenía hijos, que ya se había casado. Como que se iba grabando en mi mente lo que él iba haciendo.

—Hasta que un día, ¿qué pasó?

—Ese día fue fatal... Me llama una de mis hijas y me dice que tiene noticias de Alejandro Martín. “No juegues con eso”, le digo. Creí que me estaba haciendo una cargada, como me hacían mis hermanas. “Mami, te estoy diciendo la verdad”, me dice. Recién cuando me mostraron una foto suya, ahí parecía que yo pisé el suelo... Fue tan fuerte ese día que quería estar viva, sana, fuerte, para conocerlo. Y fue tan fuerte...

Una búsqueda de ida y vuelta

Desde aquel día en una clínica de Misiones, cuando a Nélida le robaron a su hijo, la historia debe hacer un salto, en tiempo y distancia: 33 años después, en Buenos Aires. Y en Alejandro.

“Yo siempre supe que era adoptado -cuenta ahora-. Toda la vida me lo hacían sentir porque yo soy morocho y toda mi familia siempre fueron rubios, de ojos claros, tez blanca. A mis 17, 18 años, cuando mi mamá, Ester, vio que estaba medio en una nube y no iba para ningún lado, entró a mi habitación abrazando una carpeta, llorando como nunca la había visto. ‘Yo siempre te quiero contar la verdad’, me dijo. Y como lo que uno menos quiere es ver a sus papás llorando, le dije: ‘No me interesa nada. Llevate esa carpeta’“.

—Esa carpeta era la posibilidad de conocer tu origen. ¿Te angustió? ¿Qué te pasó con eso?

—En ese momento no entendía qué era. Para mí había una familia que no podía hacerse cargo de mí, entonces cerré un candado en mi cabeza diciendo: “Esto queda de lado, no sé hasta cuándo”.

—Pero años después, cuando abrís esa carpeta, nace 33 años en 48 horas.

—Sí. 48 horas de búsqueda, sin parar. En esa carpeta estaban los papeles de mi adopción, pero también la denuncia de mi mamá hacia la asistente social, y hasta el artículo de un diario, donde estaba mi nombre escrito. Ahí mi cabeza hizo un clic.

—¿Les preguntaste a quienes te criaron qué era todo eso, o iniciaste una búsqueda por otro lado, buscando tus propias respuestas?

—Primero empecé a investigar solo. Yo ya era papá y estaba casado, pero me alquilé un departamento y me encerré a buscar. Necesitaba tener la cabeza totalmente en blanco para poder asociar todo esto, que era demasiado para mí. Y ahí, desde ese 12 de abril del 2021 que abrí la carpeta por primera vez, estuve 48 horas buscando sin parar.

—¿Qué te habían contado a vos?

—Que me adoptaron el mismo día de mi nacimiento. Ellos ya habían adoptado a mi hermano mayor con la misma asistente social, y también en Misiones. Esta asistente social le dijo: “Hay un chico en adopción, la madre lo dejó porque no podía hacerse cargo. Pero si ustedes quieren hacerse cargo del chico, tienen que viajar hoy”. Eso fue el 16 de diciembre, a las 10 de la mañana; el día que nací. A la noche ellos ya estaban viajando a Misiones. Y esa misma noche, me encontraron ahí, en la clínica. Mi mamá estaba dormida en la misma clínica.

—¿Vos les creés a ellos que no sabían?

—Sí, sí. La asistente social también le mintió a mis padres adoptivos diciéndoles que el problema no era que había una denuncia porque mi mamá me quería de vuelta, sino que mi papá quería plata por mí. Le daban una versión a mis padres adoptivos, y otra a mis padres biológicos.

—Esto es terriblemente doloroso, y me parece importante aclarar que hoy la adopción directa en Argentina está absolutamente prohibida para impedir todos estos mecanismos. ¿Vos entendés que existió algún tipo de intercambnio económico?

—Sí, sí. No me contaron en ningún momento que hubo un pago, pero sí que las adopciones en ese momento eran por escribanía pública. O sea, una persona se anotaba en una escribanía, entraba en una lista y una asistente social se comunicaba con las familias para avisarles que había un chico en adopción. Entonces, cuando se enteran de eso, la asistente social les dice que debían mandar plata, ropa y comida para poder ayudar a la madre. Y luego de eso, se hacían cargo del chico: ahí comenzaba el período de guarda. No me dijeron que hubo un pago, pero sí me contaron que pagaron la clínica y que ayudaban con estas cosas, que ayudaban con plata. Claramente, hubo un pago en cuotas, podemos decirlo, a la asistente social. Cuando empecé a investigar, me di cuenta cómo funcionaba este sistema. Y es más: hasta llegué a escuchar que hay chicos que valen 40.000 dólares, 50.000. Todo dependiendo si es rubio de ojos claros, si es moreno. No lo podía creer.

—¿Cómo la buscaste a tu mamá?

—Lo primero que hice fue buscarla con el nombre y apellido en Dateas. Me salía una dirección, que era la casa anterior donde vivían. Lo primero que dije fue: “Está viva. Tengo que buscarla”. En la denuncia estaban los nombres de tres de mis hermanas: Carolina, Micaela y Gisele. Me puse a buscar por Instagram y Facebook. Les mandaba mensajes a todo el mundo con ese apellido, con esos nombres, con paradero en Misiones, en Posadas. Trataba de ir atando cabos para poder ir achicando un poco esta búsqueda.

—Hasta que respondió alguien.

—Sí. Contacté a mi hermana Gisele. Tuvimos nuestro primer chat. Le dije que estaba buscando a mi mamá, de nombre Nélida Benítez.

—¿Y qué te dijo?

—Lo primero que me preguntó fue mi nombre. Después, la fecha de mi nacimiento. Y dijo: “¡Guau!”. Ella estaba muy ansiosa, no podía creer lo que estaba viviendo. Y me dijo: “A vos te robaron de la panza de mi mamá, de una clínica. Y te estuvimos buscando durante toda la vida. Dejamos nuestras cosas acá y viajamos a Buenos Aires, hasta que tuvimos que volver. Pero mamá después fue y volvió con papá a buscarte".

—¿Y a vos, qué te pasó cuando te dijo eso?

—Y... no tengo palabras para explicarlo. Es como saltar de una vida a otra, como resucitar de la muerte, que ni siquiera sé lo que significa eso. Como levantarme de un coma. Había vivido toda una vida y de repente me entero que esa no era mi verdadera identidad. Sabía que era adoptado, pero todo lo que había detrás de esta adopción.

—¿Y la primera conversación con tu mamá?

—Gisele me dijo: “Llegó mamá, si querés podés llamarla”. Y ahí me dio miedo... La llamé. Y tuvimos nuestra primera videollamada. Contale vos, mamá.

Nélida: —Hasta hoy no sé si creo o no creo. Si estoy en el aire o estoy caminando. Todavía no… Quedé un año en shock. No sabía quién era.

Alejandro: —Estábamos recuperando estos 33 años, porque el día que empezamos a hablar, de repente éramos como mamá e hijo, como si hubiéramos vivido toda la vida juntos.

Nélida: —Toda la vida juntos... Nos conocíamos los dos, todo.

—¿Y cuando lo viste?

Nélida: —Fue dar gracias a Dios porque me escuchó. Nada más. Eso fue todo lo que di: gracias a Dios, que lo encontré. En cada cumpleaños suyo, siempre se hacía una torta. Y la vela de Alejandro se apagaba entre todos los hermanos. Siempre estaba vivo en la mente de mis hijos. Para ellos, siempre estaba vivo.

—¿A cuánto tiempo de esa llamada viajaste por primera vez a conocerlos?

Alejandro: —A los pocos días. Tenía miedo de conocerlos, por temor a que me rechazaran. Hasta que no aguanté más, y fui.

—¿Te enojaste con Alberto y Ester?

Alejandro: —Sí, me enojé mucho.

—Nélida, ¿te pidieron perdón?

Nélida: —No, no. Yo fui para ellos un objeto: ellos buscaban un hijo adoptivo. Los que vendían encontraron el lugar para ubicarlo a él, para hacerme la maldad a mí. Los Pérez no estaban preparados para él: desde Misiones los amenazaban, que si no lo tenían a Alejandro, le sacaban el hijo por quien ellos tanto pelearon. El otro, adoptado.

—¿Esto era así?

Alejandro: —Sí. Los amenazaron diciendo eso: que no iban a poder adoptar más. Y mis papás no podían tener hijos. Entonces lo único que hicieron fue aceptarlo.

Nélida: —Pérez fue a mi casa con una asistente social, un abogado, no sé qué, a ofrecerme plata para que yo retire la denuncia. Es decir: él sabía donde yo vivía, sabía que buscaba a mi hijo. Sabía que me lo robaron. No podés tener un bebé y decir: “No supe que te robaron”.

—¿Hoy están separados?

Alejandro: —Sí. Se divorciaron en el ’98. Y para mí, esto tuvo que ver, totalmente.

—¿Cuál es tu lectura?

Alejandro: —Que vivieron cosas que unas personas normales no viven. Y habrán llegado a un punto que no quisieron más. Tenían muchas peleas, discutían mucho.

—¿Qué te pasa a vos con esa oferta de plata que cuenta tu mamá?

Alejandro: —Hay tres versiones distintas: la de mis padres biológicos, pero también la versión de Alberto y la versión de la abogada que lo acompañó. La de ellos dos se contradice mucho. Sé que hay cosas que no me están diciendo. Hay algo raro. Lo que me cuenta Alberto es que había unos chicos ahí jugando en el piso, que vivían en un lugar de mucha pobreza, con paredes de machimbre, piso de tierra, techo de chapa. Y le preguntó a la señora que estaba ahí, la hermana de ella, por qué había hecho una denuncia. Y lo que dice Alberto es que había hecho la denuncia porque apareció mi papá, que quería tener a su hijo de vuelta, y que quería plata. Entonces, se levantaron y se fueron. Ahí termina la versión de Alberto.

—¿Y vos qué crees Ale?

Alejandro: —Que se equivocaron mucho. Más que nada Alberto, porque no me habla, no me da explicaciones. “¿Vos todavía crees que te robaron?”, me dice. “Sí, por supuesto”. Yo todavía no terminé de cerrar la historia, no conozco toda la verdad.

—¿Seguís en contacto con ellos?

Alejandro: —No. A Alberto le mando mensajes para que nos veamos, me dice que sí, pero nunca tengo una respuesta. Y Ester también. Siento que están enojados conmigo. Pero bueno, es la búsqueda de mi identidad. Es más importante.

—¿Y vos, con ellos?

Alejandro: —Estoy decepcionado.

—¿Los extrañás?

Alejandro: —Tampoco.

—Nélida, yo lo escucho a Alejandro y siento que él también te buscó toda la vida.

Nélida: —O me necesitó toda la vida...

Fuente: Infobae

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Confirmaron la condena contra una empresa de electrodomésticos por no aceptar una devolución

La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial confirmó una sentencia que ordenó a una empresa de venta de electrodomésticos a devolver el dinero de una compra cancelada por un consumidor que había ejercido su “derecho de arrepentimiento” a través de una plataforma digital. Aunque su reclamo fue admitido parcialmente en primera instancia, el comprador apeló en busca de una reparación más amplia. El tribunal de Alzada rechazó todos sus planteos: entre ellos, el pedido de actualización del precio, la aplicación de intereses compuestos, una sanción por “temeridad” procesal, un resarcimiento adicional por daño moral, la incorporación del rubro “proyecto de vida” y la imposición de una multa por daño punitivo.

El fallo fue dictado por la Sala B de la Cámara Comercial porteña, integrada por las juezas Guadalupe Vásquez y Matilde Ballerini, ante la vacancia de la Vocalía Nº 6.

El caso se originó a partir de la acción judicial iniciada por un usuario que había adquirido un lavavajillas de última generación fabricado por una empresa norteamericana por medio del sitio web de una cadena especializada en artículos para el hogar. Según relató en su demanda, intentó desistir de la operación dentro del plazo legal previsto, pero la firma se negó a aceptar la devolución.

En primera instancia, el Juzgado Nacional en lo Comercial Nº 29 le dio parcialmente la razón al demandante y condenó a la compañía a pagar “la suma de $470.512 con más sus intereses y costas”.

El magistrado consideró acreditado que el comprador ejerció en tiempo y forma su derecho de arrepentimiento y que la negativa a recibir el artefacto constituyó un incumplimiento contractual. Además, desestimó la cláusula invocada por la parte demandada para excluir ciertos bienes del régimen de devoluciones, al señalar que “la ley 24.240 -Ley de Defensa del Consumidor (LDC), sancionada en 1993- únicamente contempla ese supuesto para compraventa de bienes perecederos recibidos por el consumidor y abonados al contado", en virtud del artículo 32 de esa norma.

Disconforme con el alcance de la sentencia, el reclamante presentó un recurso de apelación donde, entre otros puntos, pidió que el reintegro ordenado tuviera en cuenta el valor actual del electrodoméstico, argumentando que el importe reconocido representaba sólo “el 25% del mismo”. No obstante, la Alzada descartó el planteo por razones formales, tras indicar que “no fue oportunamente sometido a consideración del Sr. Juez a quo”, lo que impedía su revisión en esta etapa del proceso.

El hombre también reclamó la capitalización mensual de intereses, en virtud del artículo 770 del Código Civil y Comercial. En ese marco, la Cámara observó que esa petición no fue incluida en la demanda original y sostuvo que ese hecho “resulta un óbice a los efectos de que esta Sala emita un pronunciamiento al respecto”, en tanto afectaría el principio de congruencia.

Por otro lado, el apelante cuestionó que la empresa hubiera incorporado como prueba una carta documento sin valor legal, identificada como un simple borrador. Según señaló, el escrito presentaba la leyenda “IMPRESIÓN DE PRUEBA – SIN VALOR LEGAL” atravesando el cuerpo del texto y carecía de firma alguna. Aún así, expresó, fue ofrecido como pieza documental por la firma demandada. Para el actor, ese elemento resultó ser uno de los pilares de la defensa y debía ser interpretado en los términos del artículo 45 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que contempla la aplicación de multas cuando se verifica que una parte incurre en “temeridad o malicia”.

El órgano de segunda instancia recordó que estas figuras están reservadas para supuestos en los que se demuestra “la mala fe de quien las realiza”. En ese sentido, explicó que la temeridad “denota la conducta de quien deduce pretensiones o defensas cuya falta de fundamento no puede ignorar”, y que “la malicia es la conducta procesal manifestada mediante la formulación de peticiones exclusivamente destinadas a obstruir el normal desenvolvimiento del proceso”. En este caso, concluyó que “las conductas reprochadas” no alcanzaban a configurar los supuestos que exige la ley procesal “para la aplicación de sanciones”.

Respecto del daño moral, el demandante aseguró que la suma fijada en primera instancia-$108.000- era insuficiente, ya que equivalía a $145,16 “por cada día de padecimiento” durante los 744 días transcurridos entre su reclamo y la resolución judicial.

La Sala B reconoció que el episodio se excedía de “una mera molestia o incomodidad” y que era posible afirmar que “se ocasionó una considerable afectación de sus intereses extrapatrimoniales y ello lo sumió en un estado que afectó desfavorablemente su estabilidad emocional y justifica su reparación”. Sin embargo, evaluó que el monto dispuesto en el fallo anterior era “ajustado” a las características de la causa y a “lo otorgado en casos análogos”.

El actor, a su vez, exigió el reconocimiento de un rubro ligado a la "interferencia en su proyecto de vida“. En ese plano aseveró que ”toda la situación vivida le generó un entorpecimiento en su vida” y que “desde la fecha de compra y hasta el día de hoy” tenía en su domicilio “un lavavajillas que no quiere y que no usa”.

También ponderó que el electrodoméstico en cuestión era “de gran tamaño”, que no resultaba “de fácil guardado en un departamento” y que actualmente se encontraba “ocupando lugar en mi cocina”, algo que le impedía colocar otro bien “de su agrado”.

El tribunal examinó estos planteos a la luz del artículo 1738 del Código Civil y Comercial, que dispone que la indemnización por daño debe comprender también “las consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la víctima [...] y las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida”.

Bajo esos términos, la sentencia de la Cámara porteña subrayó que no se había llegado a demostrar “qué afecciones padecióo qué niveles de angustia o desconsuelo pudo haber sufrido” por mantener el artefacto en su vivienda sin ser retirado por la empresa. Además, agregó que “las afecciones que expuso el actor haber padecido fueron debidamente contempladas al tiempo de otorgar y cuantificar el rubro ‘daño moral’”.

El último de los agravios cuestionó la negativa de aplicar una multa por daño punitivo. Según planteó en su escrito el apelante, el incumplimiento contractual debía ser castigado con ese tipo de sanción. Pero las magistradas de la Sala B, al resolver en sintonía, recordaron que esa figura “sólo procede en supuestos de particular gravedad, calificados por el dolo o la culpa grave del sancionado o por la obtención de enriquecimientos indebidos derivados del ilícito” y que “puede haber incumplimiento sin daño punitivo, situación que se dará en la mayoría de los casos”.

Aclararon, en tanto, que esa medida se tomaba “en casos excepcionales” con el propósito de lograr “fines disuasivos” y perseguir “la punición o castigo de determinadas inconductas caracterizadas por un elemento axiológico o valorativo agravado”.

“En el caso -concluyeron las juezas Ballerini y Vásquez-, luce claro que existió un objetivo incumplimiento por parte de la demandada, mas ello no permite, per se, extraer como conclusión que su conducta encuadre en un deliberado y desaprensivo proceder que, en los términos que calificó la doctrina especializada, pueda justificar la imposición de la multa pretendida“.

Con todo, la Alzada resolvió rechazar el recurso interpuesto y confirmar la sentencia de grado con el pago de costas “al vencido”.

Fuente: Infobae

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Crearon mosquitos rojos para combatir el dengue en Mendoza y recomiendan no matarlos

Para combatir el mosquito que puede transportar el virus del dengue, en la provincia de Mendoza, Argentina, se intenta usar la llamada técnica del insecto estéril. Están haciendo ensayos y ya liberaron en un barrio de la ciudad de Guaymallén algo que sorprendió a la población: mosquitos rojos.

La técnica consiste en la cría y liberación al ambiente de ejemplares de mosquitos machos estériles. Se considera que al copular con las hembras silvestres, no dejarán descendencia, y de este modo se interrumpe el ciclo biológico natural. Aunque aún los investigadores que realizan los ensayos deberán demostrar la eficacia de la técnica.

Se trata de una estrategia en evaluación que se ha estudiado también en los Estados Unidos, Brasil, y México. Pero todavía no hay una aplicación masiva de la técnica. Ahora el proyecto está siendo desarrollado por el Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria (ISCAMEN) de Mendoza.

Hay también otras estrategias en desarrollo en el mundo como una manera de contrarrestar a las poblaciones de mosquitos que han expandido su distribución por las temperaturas más cálidas en más zonas del planeta como consecuencia del cambio climático inducido por actividades humanas.

En qué consiste la técnica del insecto estéril

Se clasifica como un tipo de control biológico que propone la utilización de insectos para controlar su propia población. En este caso, los mosquitos resultantes son de color rojo, porque se trata de un pigmento que usan los investigadores para diferenciarlos de los ejemplares comunes.

El primer ensayo de liberación de mosquitos se realizó en un barrio de Bermejo, Guaymallén. En diálogo con Infobae, fuentes del ISCAMEN expresaron que esa experiencia forma parte de una serie de ensayos. Al finalizar esa serie se informará sobre los resultados y el alcance de las pruebas.

El organismo público viene utilizando la misma técnica del insecto estéril para el control de la mosca del Mediterráneo, una plaga que afecta la producción de frutas y hortalizas.

Los ensayos en curso forman parte de una investigación para evaluar si la técnica tiene un efecto beneficioso para bajar las poblaciones de mosquitos Aedes aegypti.

“De manera articulada con el Ministerio de Salud y diversas áreas de gestión de la Municipalidad de Guaymallén, se ha dado el primer paso para analizar el comportamiento del insecto producido en laboratorio en un entorno real, a partir de la liberación 10.000 mosquitos machos estériles de Aedes aegypti pigmentados para su identificación en un punto central de Guaymallén”, informaron

Cuáles son los pasos de la técnica

En el caso del mosquito Aedes aegypti, la hembra necesita alimentarse de sangre para desarrollar sus huevos y completar un nuevo ciclo de vida. Durante este proceso, la hembra puede picar a varias personas y transmitir el virus si es portadora.

Con la técnica del insecto estéril, se hace primero una separación en la etapa de pupa del insecto. Se seleccionan los machos y se eliminan las hembras. Posteriormente, los machos son esterilizados y marcados con pigmentos fluorescentes para diferenciarlos de los machos silvestres presentes en el área de liberación.

Luego se hacen las liberaciones de machos estériles de manera repetida y se monitorean con trampas para adultos y ovitrampas. En este paso se evalúa la efectividad de la técnica.

“Los machos estériles compiten con los machos fértiles silvestres por el apareamiento con las hembras silvestres. Los huevos resultantes de esos cruces no son viables, es decir, no logran desarrollarse en larvas”, afirmaron. Al hacer varias liberaciones, el objetivo es reducir la población de mosquitos en el área tratada.

En el ISCAMEN aclararon que solo se liberan mosquitos machos estériles, que no pican ni representan una amenaza para las personas. Antes de hacer las liberaciones al ambiente, se hicieron evaluaciones en el laboratorio.

Consideran que “los insectos estériles liberados no tienen la capacidad de establecerse en el ecosistema, por lo que no causan efectos adversos en el medio ambiente ni alteran su equilibrio natural”.

Qué pasa en otros países

Ese tipo de iniciativas también se están llevando adelante en otros países. El ISCAMEN de la Argentina había firmado un convenio con la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), en 2019. Otros 19 países también participan por convenios en el desarrollo de la técnica del insecto estéril sobre el mosquito que transmite el dengue.

En FloridaEstados Unidos, también la técnica se probó en la Isla Captiva, durante un proyecto piloto entre 2020 y 2022, según informó la AIEA. Se criaron y esterilizaron mosquitos machos en masa antes de ser liberados para que se aparearan con hembras salvajes. En el punto máximo de las liberaciones, se liberaban aproximadamente 400.000 machos estériles por semana en la Isla Captiva.

Las liberaciones llevaron a una reducción significativa de la población en el primer año, 2020, y a una supresión completa en 2021 y 2022. Los científicos pudieron comparar los índices ecológicos entre la Isla Sanibel (el área de control) y la Isla Captiva, donde se liberaron los mosquitos estériles.

Aunque luego, el huracán Ian devastó por completo las islas Captiva y Sanibel en septiembre de 2022, lo que hizo imposible acceder por carretera y puso fin al proyecto piloto.

Fuente: Infobae

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