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Desafió dos duros diagnósticos, le dijeron que no podía tener hijos y un año después ocurrió el milagro

Un baño silencioso, el agua corriendo, y un mechón de pelo escurriéndose entre sus dedos. En ese instante, Ornella entendió que su vida había cambiado. Tenía 26 años, un diagnóstico devastador y un futuro reducido a preguntas. Lo que en aquel momento no sabía era que ese viaje lleno de vértigo recién empezaba, pero que, en medio de tanto dolor, iba a nacer su mayor milagro.

Un día, la joven empleada descubrió que tenía un bulto en la mama izquierda. Enseguida fue al médico y le dijeron que era una displasia mamaria, que no había de qué preocuparse y, sin preguntarle sobre sus antecedentes familiares, la dejaron ir.

Ornella había vivido de cerca el cáncer con su padre, que lo había sufrido dos veces, y sabía de qué se trataba. Sin embargo, para aquel entonces, nada la acercaba a ese pronóstico.

El tiempo pasó y después de largos meses descubrió que el bulto seguía creciendo. Ante la incertidumbre fue su abuela quien accionó y la llevó a un centro especializado. Allí la travesía acababa de comenzar.

“Cuando llegué me hicieron una ecografía mamaria y me dijeron que lo que veían no pintaba bien, así que iban a completar con una mamografía. Ahí comenzó todo”, relató Ornella en diálogo con TN.

Un diagnóstico devastador

Corría el año 2014 y por su edad, muchos médicos no hacían mamografías hasta después de los 40 años, salvo por casos excepcionales donde hay antecedentes. Pero en esta ocasión, el estudio fue clave. “Las dimensiones no eran buenas y deciden hacerme una biopsia. En ese momento viví la angustia de esperar 15 días hasta que finalmente me llamaron del hospital para decirme que ya estaban los resultados, que vaya acompañada”, explicó.

Orne emprendió camino con su mamá y apenas llegó notó que algo no andaba bien. “Me acuerdo que me recibieron unas chicas muy jovencitas, residentes, con lágrimas en los ojos, sabiendo lo que me iban a decir”, recordó.

Y el devastador diagnóstico llegó. “Era cáncer de mama triple negativo, uno de los mas agresivos. Había que actuar ya porque tenía metástasis en los ganglios linfáticos. El pronóstico no era nada bueno”, detalló.

La noticia la impactó de llenó. “En ese momento lloré mucho porque no estaba preparada para que me den esa noticia. Nadie está preparado para que le digan ‘tenés cáncer’. Lo primero que se te viene a la cabeza es que te vas a morir, o te haces la pregunta al menos. Se me vino el mundo abajo, no sabía muy bien para dónde correr, fue una semana donde no sabía qué hacer”, contó Orne.

Los médicos fueron rápidos: a la semana, Ornella había comenzado a hacer quimioterapia para reducir el tumor que tenía un tamaño importante. Luego de ello, la idea era sacarlo. “Cuando empieza el tratamiento, la primera pregunta que se me vino a la mente es ‘¿se me va a caer el pelo?’. Y sí, se iba a a caer. Empecé con la primera sesión y a la semana me estaba bañando y veo como me caían los mechones, fue un golpe bastante duro para mí“, recordó.

“La gente te puede decir ‘te están salvando la vida, qué superficial’, pero para mí fue una bomba, un shock, que me costó, me costó volver a encontrarme con esa nueva Ornella que estaba atravesando tantos cambios desde lo físico y emocional”, señaló.

Las amistades, para entonces, fueron clave. Ella no quería aceptarlo, intentaba sostener lo que quedaba hasta último momento, pero una amiga que tenía una máquina para cortar el pelo se animó y la acompañó. “Me rapó. Fue un momento muy emotivo. Ella se quedó con mi pelo y hasta el día de hoy lo tiene”, detalló emocionada.

El tratamiento continuó, le habían realizado seis sesiones de quimioterapia y el tumor se había reducido considerablemente, por lo que restaba realizar la cirugía para sacarlo. Finalmente, la operación se llevó adelante y todo salió perfecto.

Había sido un gran paso, pero no terminaba allí. “Lo que seguía eran más quimio, más tratamiento porque al haber tenido metástasis, debían asegurarse de matar toda célula mala que haya quedado en el cuerpo”, explicó.

Del “no vas a poder tener hijos” a Isabella, el “milagrito”

Lo que se le avecinaba a Ornella era mucho más fuerte. Esta nueva etapa iba a arrasar con todo para sanarla y ahí llegó otro duro diagnóstico. “El médico me dijo no vas a poder tener hijos, te doy un tiempo para que puedas congelar óvulos si querés’”, recordó. “Yo no tenía obra social, económicamente no estaba bien y tenía que comenzar con el tratamiento cuanto antes. Decidí arrancar y dije ‘seré madre de otra manera, adoptaré, si es el destino, si Dios lo quiso así por algo será’”, contó.

Así comenzó: 60 sesiones de rayos lograron barrer con todo lo malo. Finalmente, después de tanto luchar, la situación comenzaba a mejorar y ella ya podía volver a su vida. Pero en ese momento descubrió una situación inesperada. “Más o menos al año, un día, volví a menstruar. El médico no lo podía creer cuando se lo conté, lloramos juntos”, recordó Orne.

Todo comenzaba a ponerse en orden. Para entonces se había puesto de novia y había vuelto a su rutina. Pasaban cosas nuevas y buenas, pero la mejor todavía no la conocía.

Síntomas, malestares, cambios. Un día la joven decidió hacerse un test y no creyó lo que veía. “Estaba embarazada, fue un milagro, no lo podía creer. Estaba feliz, pero también con miedo porque después de todo lo que pasó por mi cuerpo me preguntaba de qué manera uno puede gestar vida y cómo iba a ser”, manifestó.

Pero esa vida se hizo presente más allá de cualquier cosa. “Tuve un embarazo hermoso, super a término, y un día llegó Isabella”, contó con emoción. “Nació con casi cuatro kilos, super sana. Ahí mi vida empezó de nuevo. Sentí que me había congelado en el tiempo, un tiempo en el que estuve muy para adentro, muy para mí, tratando de hacerme todas las preguntas, y cuando llego a ella fue arrancar una nueva vida, sana”, insistió.

“Fue un desafío haberme convertido en mamá. La llegada de Isa fue como mi salvación, todo empezó a tener sentido, como que todo lo que había pasado no había sido en vano, con la llegada de ella mi vida se volvió linda, todo el sufrimiento, los malos momentos, la angustia habían quedado en el pasado”, dijo con los ojos llenos de lágrimas y la mano de su hija agarrada a la suya.

“Cuando empecé a menstruar fue loco, pero el primer test que dio positivo fue una mezcla de llanto, de incertidumbre. Ahí me cayó la ficha y dije ‘evidentemente tenía que ser mamá’. Estaba escrito, ni la ciencia fue exacta conmigo, quizás mi propósito era ese: traer vida”, aseguró.

El segundo golpe

Cuando todo estaba acomodándose, Ornella tenía un trabajo que le gustaba y su hija -de entonces ya 6 años- crecía sana y feliz, sintió, una vez más, un bulto.

“Fue igual que la vez pasada: un bultito en la mama derecha, muy chiquito. Saqué turno con la mastóloga, me palpó y me dijo que íbamos a hacer una biopsia directamente, no le podíamos dar tiempo a nada”, explicó.

Orne, que ya estaba acostumbrada a los controles, creyó que se trataba de algo de rutina, estaba segura de que todo iba a ir bien. Para ese momento ya sabía leer con claridad los estudios que les realizaban a ella y a sus amigas, y esa capacidad fue clave cuando recibió el segundo diagnóstico.

“Me llegó por correo un sábado a las 15. Cuando veo el diagnóstico y leo ‘carcinoma triple negativo’ no lo podía creer, fue un shock, estaba en un rincón de la casa cargando el teléfono y me agarró una crisis. Me encerré en el baño y empecé a preguntar por qué, por qué otra vez, lloré mucho, sentí mucha angustia porque era de nuevo vivir todo eso que yo ya había pasado y que no quería volver a vivir. Gracias a Dios mi hija no estaba ese día porque yo estaba completamente descompensada y no podía mirarla a la cara”, recordó.

Ornella, ahora, tenía la dura situación de contarle del diagnóstico a su hija: “La vi a ella y pensaba qué iba a hacer si me pasaba algo. Yo sabía que la iba a luchar, que no me iba a dejar vencer, era fuerte, pero ahora era mamá. La senté, le conté que mamá tenia una bolita mala, que se la tenían que sacar, que iba a estar todo bien. Ahí empezó otra vez el recorrido: en este caso primero me operaron para sacarlo, porque iba a crecer muy rápido”.

“Me dijeron que se me iba a volver a caer el pelo y a la semana, otra vez, tenía mechones en la mano y, otra vez, el sostén de siempre: vino una amiga a raparme”, destacó la joven mamá. “El momento más difícil fue con Isa, ella no toleraba verme sin pelo, fue un shock muy fuerte así que fuimos a comprar una peluca y le pusimos Jacinta. Todo era ir de a poquito para que se vaya amigando a esta nueva mamá”, resaltó.

Isabella no solo lo fue incorporando, sino que también se convirtió en un gran refugio para su madre. “A medida que fue pasando el tiempo intentábamos transformar el dolor y los malos momentos en alegría, en risa y transmitirle a ella que, si bien era feo lo que estábamos pasando, era importante poder sacarle el lado positivo, buscar la manera de reírnos para que sea más fácil. Es como el mensaje que le quiero transmitir a ella, el legado que le quiero dejar: no importa lo que pase, siempre hay una lucecita al final del camino, algo de qué agarrarse para salir”, aseguró.

Y así pasó la enfermedad, una vez más. El cuerpo sanó y todo comenzó a estabilizarse. “Hoy estoy en pleno proceso de reconstrucción, es algo que marcó mi vida, primero a mis 26 años y después a mis 35. Sin duda fue algo fuerte y me ha dejado mucha enseñanza, mucha sabiduría. Quizás suena como medio trillada la frase pero es cierto que uno valora todo después. Yo exprimo cada segundo, cada minuto de la vida. Por supuesto no todo el tiempo estoy feliz pero trato de disfrutar y mirar el lado positivo. Hoy siento que estoy encontrándome devuelta conmigo, después de tanto tratamiento y medicación, hoy tengo un cuerpo diferente, soy otra persona”, aseguró.

El cáncer, igualmente, dejó sus secuelas. “Cuando me diagnosticaron por segunda vez la doctora me mandó a hacer un análisis genético porque no era común que en poco tiempo haya vuelto a hacer el mismo cáncer. El resultado fue positivo así que lo que venía era sacarme los ovarios porque, al ser genético, lo más probable era que, después de la mama, vaya a los ovarios".

Finalmente, le extrajeron los ovarios y una vez más el anuncio: “La médica me dijo ‘no vas a poder ser mamá, si querés tener otro hijo no vas a poder’, pero yo con Isa estaba recontra realizada, sentía que mi milagro ya estaba en la tierra”, reconoció Ornella.

A los 36 años, entonces, quedó menopáusica y fue un duro proceso atravesarlo, un shock que también le generó problemas físicos, hormonales, anímicos. Pero pese a todo, de la mano de Isa, Orne avanza. “Hoy estoy reconstruyéndome”, concluyó.

Fuente: TN

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Vivía en un country de Zona Norte, vendió su casa en 24 horas y volvió a su pueblo: “El campo me salvó”

Andrea Aira (36) vivía en un country de Zona Norte con su familia, y trabajaba en una inmobiliaria. Cuando los gastos fijos fueron difíciles de sostener jamás creyó que en Saladillo, su ciudad natal, iba a reencauzar su vida.

Pasó de estar rodeada de mansiones, el asfalto perfectamente señalizado y la visita de los carpinchos en el patio, a convivir con el verde de la llanura bonaerense, los pozos de los caminos rurales y el olor de la hacienda.

Por una propuesta laboral de su hermano se bajó de los stilettos que usaba para vender propiedades, y ahora todos los días se pone las botas para trabajar en el campo.

“Jamás imaginé volver a vivir en el pueblo”

Yo era de las que veía bosta y sentía asco, y hoy no hay nada que me haga más feliz que llegar a casa y estar llena de tierra. Volví triste a mi pueblo, y cuando descubrí el campo, me enamoré”, contó en diálogo con TN.

Cuando se instaló en Saladillo, Andrea trabajó en marketing; hizo tareas administrativas en una panadería que tenía unos 20 empleados; y su hermano le propuso ocuparse del campo. Lo que al principio le pareció una idea descabellada, hoy es el leit motiv de sus días.

“Por estar en el rubro, la casa del country la vendí en menos de 24 horas. Jamás imaginé volver a vivir en el pueblo, me aburría acá y empecé a pensar qué podía hacer. Por mi hermano empecé completando planillas, pagando a provedores y él se dio cuenta que yo podía hacer más cosas”, detalló Andrea.

“Eso que muestro en redes es lo que soy”

Su transformación fue rotunda. Antes todo “le daba impresión”, y después de animarse a “ensillar sola un caballo” empezó a incorporar más actividades del agro.

“Cuando me separé empecé a ir al campo, y el campo me salvó porque siempre hay algo para hacer. Si no lo hubiese tenido, iba a seguir tirada en el sillón, y si me preguntás, no vuelvo más a Capital. Yo no podía ni ver una jeringa, y ahora vacuno, curo a los terneritos... Hago todo menos tacto”, dijo.

Andrea asegura que aprendió “desde cero”, y que a las hectáreas de su familia había ido, como mucho, dos veces en su vida.

“Eso que muestro en redes, es lo que soy. En los pueblos se necesita gente para trabajar, y no es necesario tener tierras. Laburo hay, y lo que hay que tener es ganas de aprender”, reflexionó.

Fuente: TN

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Trabajó como plomero, soñaba con cantar y ahora llegó al Colón: “Al principio no entendía nada”

Cumplir sueños no es nada fácil. El proceso, menos todavía. Marcelo Gómez pasó toda su infancia con un solo objetivo en mente: cantar, pisar escenarios, cautivar oídos. Pasó noches y noches imaginando que eso llegaría algún día.

Y se le cumplió. Hoy, con 45 años, no solo siente los nervios y la emoción de ese niño que alguna vez fue cuando se para frente a cientos de personas, sino que también es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él.

La primera puerta: una voz que marcó un destino

Marcelo tenía apenas siete años cuando escuchó por primera vez a Pavarotti. No sabía exactamente qué era esa música, pero la impresión fue tan profunda que él mismo la describió como una revelación. “A esa edad, algo se me abrió en la cabeza, como una suerte de puerta que nunca más se cerró”, explicó en diálogo con TN.

La escena nació casi por azar. En un local de discos, su padre eligió un CD de Julio Sosa, uno de Julio Iglesias para su mujer y otro de Jazzy Mel para su hermano. Dentro de esa mezcla, apareció el cantante italiano para Marcelo.

El eclecticismo era total, pero la semilla estaba plantada. Con el tiempo llegaría la fascinación por los Tres Tenores y una certeza que se fue afirmando en silencio: él quería cantar así. “Al principio no entendía nada, ni de la imagen de Luciano, ni del idioma”, admitió. “Pero esa voz me cautivó, me enamoró. Algo en mí dijo: esto es lo mío”.

Un camino con desvíos, trabajo y decisiones difíciles

Marcelo creció en Bernal, en un hogar humilde y trabajador. Estudió en la IMPA, donde se recibió de técnico electrónico, y luego inició estudios musicales en el conservatorio. Sin embargo, la vida le impuso responsabilidades tempranas.

Su padre falleció cuando él tenía 21 años. Entonces tuvo que dejar parcialmente los estudios para trabajar y sostener la casa. Ana María, su madre , trabajaba como peluquera; su hermano menor, Juan Manuel, aún estaba en el secundario, y Gabriela, su hermana mayor (con parálisis cerebral que requiere ayuda para absolutamente todo), tuvieron que reinventarse y formaron una red fuerte e inquebrantable.

“Me encontraba estudiando ingeniería electrónica, haciendo laburos de plomería y sentía que no era mi lugar”, contó. “Yo quería cantar. Pero también tenía que trabajar y ayudar a la familia. Era una tensión constante”, explicó.

La decisión de abandonar una carrera estable para apostar al canto fue enorme. Pero lo hizo. En 2012, “ya de grande”, como contó, ingresó al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. El comienzo tampoco fue fácil: tenía a su hija pequeña Valentina (hoy de 15 años) una familia propia que mantener y la organización de los tiempos no iba acorde a su agenda musical.

Tres años más tarde entró al coro como contratado. Y, como si fuera poco, a finales del 2019 ganó el concurso para quedar como tenor estable del Colón.

“Fue un sueño cumplido”, dijo. “Y pocos días después vino la pandemia”. No hubo estreno ni celebración, pero el logro estaba ahí, escrito en piedra. Luego de la cuarentena Marcelo pudo desarrollar su labor, ahora formalmente como tenor.

Alemania: el viaje imposible que el barrio hizo posible

Uno de los momentos más emocionantes de su historia ocurrió en 2009 cuando tuvo la posibilidad de participar de la Competizione dell’ Opera, que se desarrollaba en Bremen, Alemania. Marcelo nunca había volado en avión. Tampoco podía pagar el pasaje. La oportunidad parecía escaparse.

Hasta que ocurrió algo que él aún nombra con una mezcla de gratitud y sorpresa: sus vecinos de Bernal hicieron una colecta.

“La organización del evento te brindaba hospedaje, pero no el viaje. Yo no tenía como bancarlo, pero mis vecinos, que se hicieron eco de lo que me estaba pasando, me bancaron y pagaron el vuelo entre todos. Fue emocionante. ¿Cómo no voy a estar agradecido? Ese gesto me lo llevo para siempre”, recordó entre lágrimas.

Como si fuera poco, Marcelo logró llegar a la semifinal. El viaje se convirtió así en un símbolo: no era solo su triunfo, era el de todos los que lo empujaron para que pudiera dar ese salto.

El canto y Carolina, sus dos amores

La ópera llevó a Marcelo no solo a poder trabajar y dedicarse a eso, sino también a conocer al amor de su vida: Carolina.

“Lo loco es que con Caro nos conocimos trabajando, porque hacíamos una obra juntos, y si bien comenzamos siendo muy amigos, ese vínculo fue para más”, contó el tenor.

Como si fuera poco, no solo se casaron, sino que montaron un espectáculo llamado Sr. y Sra. Gómez, porque literalmente ambos tienen el mismo apellido, donde muestran las versatilidades, alegrías e incluso conflictos que un matrimonio puede atravesar.

“Yo soy un tipo común, que lleva una vida con su esposa, discute, se reconcilia, y que con ella comparte un hijo de un año. Todas esas cosas son las que se ven en este espectáculo, que está acompañado de nuestro canto”, explicó.

Volver al IMPA: cantar donde todo empezó

Años después, uno de sus ex profesores, de los primeros que logró ver el talento en Marcelo y que lo convenció para que se dedique al canto, lo invitó a la feria de ciencias del IMPA, su viejo colegio. El tenor aceptó sin dudar. Conoció a la banda escolar, habló con alumnos, y al final, lo esperaron para escucharlo cantar.

Interpretó Aurora, el Himno Nacional y varias arias de ópera. Los pasillos del colegio se llenaron de voces sorprendidas, celulares grabando, aplausos espontáneos. Incluso un video del momento circuló por los grupos de WhatsApp del barrio. “Fue impresionante. Me emocionó volver a ese lugar con la música que me llevó tan lejos”, reconoció.

El círculo volvía a cerrarse: el joven que soñaba con cantar en escenarios enormes estaba ahí, de regreso, cantando para chicos que quizás se vean reflejados en él.

Llevar la ópera a las escuelas: un proyecto que “sale del alma”

Desde hace algunos años, Marcelo impulsa una iniciativa junto a colegas del Colón: llevar la música lírica a jardines y escuelas primarias. De manera gratuita. Sin sponsors fijos. Con las ganas como motor.

“No lo veo como un proyecto formal. No es para hacer un negocio, es para compartir. Sale del alma”, aclaró.

El equipo incluye un barítono, una mezzosoprano, una soprano y él como tenor. Llegan con parlantes, micrófonos y un pequeño guion en el que explican qué es y cómo funciona cada cuerda vocal. Luego cantan arias famosas: la del Barbero de Sevilla, la Habanera de Carmen, O mio babbino caro, Nessun dorma.

Marcelo es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él. (Foto: TN / Leandro Heredia)

Marcelo es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él. (Foto: TN / Leandro Heredia)

A veces consiguen pequeños aportes del barrio para cubrir viáticos. Otras veces, lo hacen completamente a pulmón. Pero siempre se van con la sensación de haber sembrado algo.

Marcelo sabe por experiencia propia que un niño puede escuchar una voz y descubrir un mundo nuevo. “Quiero que algún chico tenga esa misma oportunidad que tuve yo”, expresó.

Fuente: TN

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Nacieron siamesas, las separaron a los cinco meses y ahora brillan en el deporte: “Nos cambió la vida”

El embarazo de María fue tranquilo y deseado. Sabía que había chances de que sea gemelar ya que en la familia había varios casos. Lo esperaba o, al menos, lo sospechaba. Sin embargo, lo que nunca creyó que podía pasar era que sus hijas, en realidad, iban a ser siamesas.

Jazmín y Ludmila Soria llegaron al mundo con 34 semanas de gestación en medio de una cesárea programada. El itinerario para su arribo ya estaba marcado: su mamá debía quedarse en el hospital y ellas serían trasladadas al Garrahan de urgencia para recibir la asistencia especializada necesaria.

“La noticia nos la dieron al tercer mes con una ecografía. La médica nos derivó a un hospital de alta complejidad y comencé con los controles en la Maternidad Sardá. Ahí empezó todo el operativo para su llegada, pero fue un embarazo normal, yo tengo dos chicos más grandes y fue igual, solo que con más controles por ser de alto riesgo”, resalta María en diálogo con TN.

Cuando las bebas llegaron al mundo, todo había cambiado en sus vidas. La familia ahora debía adaptarse a esta nueva realidad. “Cuando las llevaron a la terapia intensiva del Garrahan estuvieron internadas, ambas intubadas y con respirador durante cinco días. Después las pasaron a neonatología”, explicó.

Poco después, finalmente, llegaría la gran noticia del alta médica. La familia volvió a casa y comenzaba la travesía de maternar dos nenas juntas.

Sin embargo, la fragilidad de sus cuerpitos comenzó a pasarles factura. Al tercer mes, Ludmila empezó con problemas respiratorios y debieron hospitalizarlas nuevamente. Las constantes complicaciones de la pequeña hacían enfermar a su hermanita y no había mejoras.

La situación, que cada vez se complejizaba más, llevó al Comité de Ética del hospital a acelerar los procesos: si bien cuando nacieron establecieron que las nenas iban a ser separadas al año y medio, tuvieron que adelantar la cirugía y a los cinco meses Ludmila y Jazmín fueron operadas.

El procedimiento duró horas y fue de altísimo riesgo, pero las pequeñas salieron triunfantes: “Cuando las vi salir a las dos sentí un alivio increíble”, recordó María.

Ahora comenzaba una vida separadas, con muchos cuidados, controles y enfermedades. Hubo internaciones, malos momentos y miedo, pero siempre, unidas, pudieron avanzar.

La infancia, el bullying y una salida

El deporte apareció en la vida de las hermanas a sus nueve años. “Queríamos hacer algo porque íbamos al colegio, volvíamos y nada más. Fuimos al Polideportivo de Almirante Brown y vimos que había para hacer bastantes cosas adaptadas. Yo arranqué en la escuelita de básquet y Ludmi en bochas y natación”, contó Jazmín a TN.

Así empezó el recorrido y el amor por el deporte. “Empezamos a venir todos los días de semana y gracias a eso estuvimos en muchos torneos. Hoy tengo la suerte de jugar en el equipo de tercera división y también en primera. Pude ir a muchos bonaerenses con básquet, atletismo y vóley sentado”, agregó.

Inclusive, hace muy poco, Jaz pudo participar de un torneo Panamericano Juvenil en Chile, como primera experiencia internacional y representando a la selección. De allí volvió al país con la medalla de bronce. “Venía estando convocada, pero este fue el primero y fui una de las cuatro elegidas”, contó.

Luchi, por su parte, se centró en bochas y se incorporó a un grupo de su edad. Además, también fue citada para representar al país con su deporte.

En ese sentido, las chicas reconocen al deporte, y especialmente al Polideportivo, como su segundo hogar. “Me emociona de solo pensarlo, este se volvió un lugar donde nos pudimos refugiar porque no tuvimos una infancia normal”, resaltó Jaz entre lágrimas y agregó: “Nosotras venimos acá y nos olvidamos de absolutamente todo, estoy totalmente agradecida”.

También Ludmi lo sintió como un lugar seguro: “Yo en la primaria sufrí bullying y el deporte me ayudo a fluir conmigo misma y estoy muy agradecida también".

Las hermanas Soria, que no dejan de brillar en el club, saben que están más unidas que nunca y reconocen el significado de la una para la otra. “Ludmi es todo, es prácticamente mi otra mitad, siempre fuimos muy unidas, siento orgullo por ella, siempre voy a estar orgullosa porque la quiero muchísimo, es todo, siempre que no estoy con ella, siento que me falta algo”, sostuvo Jaz emocionada.

Su hermana no tuvo reparos tampoco en devolver los halagos: “Para mí ella también es todo, siempre estamos muy unidas, siempre que falta pienso ‘qué aburrimiento’, es lo más”.

El deporte y el futuro

Ambas sueñan con seguir dedicándose a sus pasiones, pero también quieren trabajar. “Quiero hacer una carrera y apostar a un trabajo donde me dé tiempo de dedicarme al deporte, algo de Inteligencia Artificial o ligado a la tecnología, me veo trabajando y haciendo deporte porque uno de mis sueños, que no cumplí todavía, es llegar a la selección mayor y ganar un título”, contó Jazmín y Ludmila se sumó a este deseo.

Las hermanas, además, incitaron a que otros, que quizás atraviesan su misma situación, se animen: “Hay una cantidad inmensa de deportes adaptados, te cambia la vida, no solo a mí y a ella, sino que vemos muchas historias en el polideportivo”, insistió Jaz y Luchi agregó: “Además de aportarte salud, podés conocer otra gente, yo soy muy feliz acá”.

Para María, la vida de las chicas dio un vuelco total desde que se involucraron en la parte deportiva: “Arrancamos creyendo que era solo para divertirse y hoy se sienten satisfechas“, aseguró con una inmensa sonrisa.

“Mi deseo es que sean felices siempre, hagan lo que hagan, me gustaría que puedan cumplir sus metas, estudiar, ser buenas personas. Nunca pensé que iba a pasar todo esto, creí que iban a estar en silla de ruedas, en mi casa, nunca imaginé, con todo lo que superaron, que iban a hacer todo lo que hacen hoy en día y todo lo que nos hacen vivir como familia”, resaltó la mamá.

Además, insistió en que las chicas también la ayudaron a formarse a ella. “Sus vidas no son fáciles, tienen una discapacidad motriz, pero tenerlas es un orgullo, son mis hijas, cuando me preguntan por ellas me dan ganas de contar por todo lo que pasaron”, insistió y completó: “Hoy están firmes, le dan batalla y quieren seguir estudiando, haciendo deporte, eso me hace bien, me siento orgullosa, creo que hice las cosas bien como mamá”.

Un pedido desesperado

Hace cinco años Ludmila recibió la silla de ruedas que usa actualmente, pero se fue deteriorando con el tiempo y en los últimos días directamente dejó de funcionar, por lo que ahora, necesita ayuda. La silla, que tiene un comando para manejarla con la mano, es su única autonomía debido a su discapacidad motriz. Sin embargo, hoy la familia no tiene respuesta por parte de la obra social.

Jaz, por otro lado, usa prótesis para ir y volver de la escuela, si bien no hace tramos largos porque como tiene una desarticulación de cadera se cansa, igualmente camina con bastones canadienses. Ella también tiene una silla pedida a la prestadora médica, pero le quieren dar una que no es lo que está indicada por su médica.

Actualmente, la familia inició acciones legales contra la obra social del personal de maestranza debido a que no cumplen con lo solicitado.

Dentro del amor por el deporte, la fortaleza que forjaron, el profesionalismo y el acompañamiento, las hermanas siguen luchando contra la burocracia y el individualismo.

Fuente: TN

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