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Sandra es arquitecta, quedó ciega y sigue diseñando y construyendo edificios

“Una vez un chico en las redes sociales comentó en uno de mis videos: ‘Todos la admiran, todos la ven muy genia, me gustaría saber si la contratarían’ A mí esa pregunta me encantó porque dije, Bueno, acá se puso picante la cosa. ¿Me contratarían? Sabiendo que me quedé ciega“, se pregunta Sandra Dajnowski en diálogo con Telenoche.

Sandra nació con un síndrome congénito. “Con los años, en realidad, no veía bien, pero me iba adaptando a la situación para poder hacer una vida normal”.

Un día, a los 22 años, por descuido y por atender más los temas de la facultad, perdió la visión de un ojo. “Se me había desprendido la retina, pero cuando reaccioné, en consecuencia, ya era tarde para rehabilitar esa visión”.

De esa manera, Sandra siguió con su vida. Se recibió de arquitecta y trabajó hasta que un día el ojo que creía más sano también tuvo un desprendimiento de retina. Este periodo entre un ojo y el otro pasaron 14 años.

“Visité inmediatamente a mi oftalmólogo, me operaron y bueno, recuperé la visión no total, hacía una vida supernormal, viajaba, tuve mi hijo y un día súbitamente otra vez otro desprendimiento, otra vez corriendo al oftalmólogo, en un proceso muy lento, fui perdiendo lo poquísimo que tenía hasta quedar ciega”.

Cuando quedó ciega, Sandra sentía que había perdido todo. “Tardé años en recuperarme. En el momento que me puse de pie hablé con mi socio y le dije, “¿Y vos te animás a laburar conmigo?” “Obvio.”, me dijo. y acá estamos, pero es real que sin este prólogo la gente que no lo sabe, se pregunta: ¿Cómo hace?

Ejercer su profesión apoyándose en su equipo

A pesar de la adversidad, Sandra no permitió que la ceguera definiera su vida. Se apoyó en su equipo de trabajo y en su capacidad para adaptarse. “Aprendí a ver a través de la mirada de los otros”, afirma. Utiliza descripciones detalladas y su memoria para recrear imágenes y espacios en su mente.

“Tengo todo en mi cabeza. Perdí los ojos, pero no perdí ni mi esencia ni mi saber. Los equipos no los armé una vez que estaba ciega. Siempre trabajé en equipo y ese equipo con el que trabajé siempre y que tengo un total entendimiento es el que me animó a seguir adelante”.

El apoyo de su hijo y las redes sociales

Su hijo adolescente fue quien le sugirió compartir su historia en redes sociales, lo que le permitió conectar con otras personas y mostrar que la discapacidad no es un obstáculo para alcanzar metas.

Un mensaje de inclusión

Sandra destaca la importancia de la inclusión y la oportunidad. “Quiero que la gente no le dé vuelta la cara a una persona con discapacidad. Esa persona quiere trabajar, estudiar, amar, participar. Solo necesita una oportunidad”, enfatiza.

Fuente: TN

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Era chofer de ambulancia y creó el museo más grande de mates en el centro porteño: “No es solo una infusión”

Cuando Alberto Plaza recuerda sus primeros encuentros con el mate, sus ojos brillan con nostalgia y orgullo. “Mi master en cebaduría comenzó en 1979, cuando hice el Servicio Militar en el Comando Quinto Cuerpo del Ejército en Bahía Blanca. Qué manera de tomar mate”, dice entre risas a TNNo era un hobby pasajero: ya entonces, entre uniformes y rutinas estrictas, el mate le ofrecía un espacio de humanidad compartida.

Dos años después, en 1981, Plaza ingresó como chofer de ambulancias al Hospital Dr. José Penna de Bahía Blanca. Allí, entre enfermeras, médicos, telefonistas y administrativos, continuó su ritual. “Ahí fue donde empezó todo. Cada mate era un puente, un momento de pausa, de conversación, de vínculo”, recuerda. Y fue en esos años cuando nació su colección, un pequeño gesto que con los años se transformaría en una pasión de casi medio siglo.

Alberto, bahiense criado en Sierra de la Ventana, nunca imaginó que aquel primer mate, traído del servicio militar, marcaría el inicio de un viaje que lo llevaría a crear el museo más grande de mates. “Recorrí el país, gasté camionetas enteras y hasta recorté días de vacaciones para sumar a mi colección. Cada objeto tiene su historia y su porqué”, confiesa.

Su colección es única: más de 10.000 mates, de todas las épocas y estilos, junto con latas de yerba, pavas y otros elementos temáticos. De esa vasta colección, 2.500 piezas se exhiben hoy en pleno corazón de Buenos Aires, en un edificio histórico protegido, el antiguo Bazar Inglés, a metros del Café Tortoni, en Av. de Mayo. “Es como tocar el cielo con las manos. Mi sueño de toda la vida hoy está a la vista del turismo mundial”, resume, emocionado.

De Sierra de la Ventana al centro de Buenos Aires

En 2008, Plaza inauguró su primer museo en Sierra de la Ventana, muy bien recibido por los turistas y declarado de interés cultural. Pero el salto a la capital fue otro desafío: “Quería dejar el taller que estaba trabajando, que quedó mi hijo, y hacer algo en Sierra de la Ventana. Pero surgió la idea de mostrarlo. Mi nieto Alexis dijo: ‘Quiero instalarlo en Buenos Aires’. Me dejó muy contento, porque no sabía lo que iba a pasar, pero hoy estoy tranquilo y feliz”, comenta.

El museo se convirtió en un espacio moderno y vivo, no solo una exhibición de objetos, sino un recorrido cultural que explica la historia del mate, desde los pueblos Kaingang y guaraníes, que lo consideraban sagrado, hasta los jesuitas, que lo llevaron a Europa como el “té de los jesuitas”. “El mate es hospitalidad, igualdad y pertenencia. En cada ronda está la esencia de lo argentino”, dice Plaza, reafirmando su visión del mate como símbolo nacional.

Un museo con corazón y estructura

Además de Plaza y su nieto Alexis, el proyecto cuenta con museólogos, sommeliers de yerba mate y especialistas que aportan un marco académico y turístico. La planta baja relata la historia y cultura del mate, mientras que el primer piso está destinado a degustaciones, talleres educativos y una tienda. Cada módulo busca acercar al visitante a la riqueza cultural del mate y a su influencia en la identidad argentina.

“El museo no es solo mío, es de todos. Queremos que la gente comprenda que el mate no es solo una infusión: es tradición, vínculo y cultura”, explica.

El kilómetro cero

El Museo se define como el kilómetro cero de la Ruta de la Yerba Mate, ya que la Avenida de Mayo fue el punto neurálgico por donde llegaba el “Oro Verde” desde las Misiones Jesuítico-Guaraníes hasta Buenos Aires.

“Desde los tiempos anteriores al Virreinato del Río de la Plata, la yerba mate fue parte del comercio y la cultura que transformaron a nuestro país. Ahora, el museo se convierte en el lugar donde esa historia se puede vivir”, comenta Plaza.

Cada mate de la colección tiene un relato, una procedencia y una técnica particular. Plaza menciona con orgullo un mate de porcelana checoslovaca: “Esto comenzó cuando los inmigrantes descubrieron la infusión aquí y, al no contar con calabazas, los hicieron de porcelana. Cada pieza refleja creatividad y adaptación cultural”.

El museo alberga mates de madera, cerámica, vidrio, metal y hasta mates modernos personalizados con grabado láser, que permiten a los visitantes llevarse una experiencia única. “Adquirimos máquinas para personalizar los mates al instante. Mi nieto se involucró mucho en este proceso, y hoy los visitantes pueden llevarse su propio recuerdo de la experiencia”, añade.

Un viaje en el tiempo a través del mate

El museo no se limita a exhibir objetos: ofrece un viaje a través de los siglos. Desde los Kaingang y guaraníes hasta la expansión española del siglo XVI, pasando por los jesuitas y la llegada del mate a Europa. Hoy, el mate sigue presente en nueve de cada diez hogares argentinos, consolidándose como un producto emblemático, no solo en el país sino en el mundo.

“El mate es nuestra bebida, nuestra identidad. Cada cebada es un acto de compartir, de igualdad, de historia viva”, dice Plaza.

Actividades y educación en una zona icónica

El Museo del Mate propone visitas guiadas, talleres educativos, un mate bar y tienda de souvenirs, buscando que la experiencia sea completa. Próximamente, se presentará un libro del sommelier de yerba mate Martín Gómez, titulado La Yerba Mate. Mitos, verdades y chamuyos, que complementa la oferta cultural.

“Queremos que los chicos aprendan, que comprendan que esta infusión es parte de nuestra historia, de nuestra identidad y que nos conecta con generaciones enteras. Cada actividad, cada taller, cada visita guiada busca transmitir eso”, asegura Plaza.

El museo tiene como misión preservar, difundir y promover la cultura y la historia del mate. Cada ronda es un acto de hospitalidad y pertenencia. Los visitantes, tanto locales como extranjeros, comprenden que el mate no es solo una infusión, sino un ritual que une familias, amigos y comunidades.

“Es fundamental que el mundo vea que el mate tiene un lugar en Buenos Aires, que su espíritu se comprenda y se respete. Queremos que esta bebida emblemática sea apreciada globalmente”, concluye el fundador, de 65 años.

El Museo del Mate, más que una colección, es la historia viva de un país y de un hombre que dedicó su vida a preservar la cultura argentina. Alberto Plaza comenzó su pasión en la colimba, continuó en el hospital y la expandió durante décadas, viajando, coleccionando y aprendiendo.

Hoy, en pleno centro porteño, el mate tiene un lugar donde su espíritu puede ser comprendido por todos, y Buenos Aires se convierte en escenario del legado cultural argentino.

“Cada visitante que entra al museo entiende que el mate no es solo tradición, sino un vínculo con nuestra identidad. Ese es nuestro mayor logro”, finaliza Plaza, con la mirada puesta en la Avenida de Mayo, el Café Tortoni y la ciudad que ahora también comprende la grandeza de la infusión nacional.

Fuente: TN

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La salteña que descubrió la forma de cambiar el olor de las plantas y eliminar las plagas en el campo

Victoria Coll Aráoz (44) es una científica salteña que está revolucionando el agro y la industria de la ecología química.

Se hizo dos preguntas tan simples como complejas, y abrió un mundo completamente nuevo para luchar contra las plagas en las plantas: “¿Por qué?“, y ”¿Qué pasaría si...?“.

Ella estudió botánica, hizo un doctorado en química analítica en la Universidad Nacional de Tucumán; un posdoctorado en ecotoxicología y, una beca Fulbright la llevó a Florida, Estados Unidos, a trabajar en el Agriculture Research Service.

“A veces parecía que ponía plata para trabajar”

Si bien destaca que su paso por el Conicet fue clave en su formación profesional, en reiteradas oportunidades la falta de elementos para trabajar y de apoyo económico, complicó los avances en su investigación y eso la guió hacia el cambio.

“Me cansé de un sistema que te explota y te maltrata. A veces parecía que ponía plata para trabajar. Me dio mucho, me formó y fui feliz, pero cuando recibí inversión privada, me fui”, relató en diálogo con TN.

Coll Aráoz puntualmente estudió “los olores, que son el medio de comunicación universal de las especies”, y se hizo dos preguntas: “¿Por qué dos plantas de la misma especie es atacada o no por algunos bichos?“; “¿Qué pasaría si modifico el olor de las plantas para que no les guste a las plagas?“.

“Logré integrar disciplinas y con mi startup hicimos posible cambiar genéticamente el volatiloma (olor) de las plantas, y así una plaga elige no atacar a determinadas plantas o no evolucionar para defenderse de algún producto químico”, explicó.

“Las startup son un parchecito”

La científica ya logró hacer “unas diez pruebas a campo”, y aseguró que los productores agropecuarios “son muy solidarios y están dispuestos a ayudar”.

“Tengo conexión con el sector por contactos propios, es levantar el teléfono y pedir; pero las startup son un parchecito, porque venís a Texas, ves lo que hacen y te vuela la cabeza. Tenemos capital humano, pero sin un partnership de afuera no hay posibilidades“, dijo.

En la entrevista con TN, Victoria contó que si incubaba su desarollo dentro del Conicet, la institución iba a tener el 50% de sus acciones. ”No me iba a poder sentar en la mesa de decisión de mi propio proyecto, y lo que más quisiera es que mi primer mercado sea el argentino", afirmó.

“Una termina resolviendo de alguna manera y avanza, pero terminamos siendo mendigantes de colegas extranjeros. Lo positivo es la inventiva y la creatividad que desarrollamos con poca plata, pero estamos en condiciones totalmente desiguales respecto al mundo”, concluyó.

Fuente: TN

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La bodega patagónica que esconde un tesoro prehistórico: “Es la única del mundo”

Un viaje al pasado y al paladar, eso es lo que se esconde en un rincón del Alto Valle neuquino, en San Patricio del Chañar. La Bodega Familia Schroeder no solo es un destino obligado para los amantes del vino, sino también para aquellos fascinados por la historia prehistórica de la Patagonia. “Es un caso aparte: somos la única bodega del mundo en la que encontraron restos fósiles de un dinosaurio”, dijo a TN Belén del Moral, gerenta de turismo de la bodega.

Se trata del Panamericansaurus Schroederi, llamado así en homenaje a la familia Schroeder y a la petrolera que prestó herramientas para las excavaciones.

El día en que encontraron “una piedra rara”

Este dinosaurio herbívoro de 75 millones de años fue descubierto por casualidad en 2002, mientras comenzaban las obras para construir los cimientos de la bodega.

Se encontraron con una piedra rara y se descubrió que eran restos fósiles”, resumió Del Moral. Un húmero, algunas costillas y parte de las vértebras de la cola de un saurópodo hasta entonces desconocido para la ciencia.

Tuvieron que frenar la construcción unos tres a cuatro meses, mientras los expertos del Centro Paleontológico Lago Barreales procedían al rescate de los restos.

Si bien “encontrar fósiles en la Patagonia es normal, no suele pasar en una bodega”, sostuvo Del Moral.

Fue un hallazgo inesperado que cambió el rumbo no solo de la obra de infraestructura, sino de toda la bodega, que hizo de los dinosaurios su emblema. En la entrada “una familia” de tres dinosaurios recibe a los turistas, mientras que una de sus líneas de vinos más prestigiosas de vinos se llama Saurus, al igual que el restaurante que deleita a los visitantes con sabores gourmet y menú de pasos imaginado por el chef Ezequiel González.

Por el tamaño de las piezas halladas, los paleontólogos estimaron que este saurópodo de la familia titanosauridae habría alcanzado los 10 metros de largo, pesado unas 16 toneladas y poseía un largo cuello que elevaba hasta los seis metros de alto su pequeña cabeza.

“Es un atractivo increíble, hasta nos da orgullo y a los chicos les encanta, es una fascinación ver sus caritas ilusionadas cuando ven los dinosaurios”, dijo Belén sobre lo que significa el sauropodo para la bodega.

Si en la Familia Shroeder los dinosaurios son todo un tema, en cuanto a cepas es el Pinot Noir que los distingue. “El Pinot Noir es para la Patagonia lo que es el Malbec para Mendoza, es la cepa que mejor se adaptó y se desarrolló aquí, principalmente gracias al viento”, sostuvo Belén.

Y explicó: “El racimo del Pinot Noir es bien compacto, es un varietal que se enferma mucho, pero acá el viento ayuda a sanitizarlo, le engrosa la piel, el hollejo”. La importante amplitud térmica, sumada a los vientos y escasas lluvias, hacen que “los Pinot Noir de la Patagonia sean mucho más intensos”, sostuvo.

De las 180 hectáreas de viñedos de la bodega, el 20% pertenecen a esta cepa, que también es vinificado como blanco para la base de 4 espumantes y como rosado para otras 2.

Por “un capricho” del fundador de la bodega, el médico y emprendedor Herman Heinz Teodoro Schroeder -hijo de inmigrantes alemanes pioneros en la Patagonia-, la bodega desarrolló también los Merlot. “A él le gustaba mucho el Merlot y quería tener su propio Merlot, pero fue un capricho que salió bien porque 22 años después seguimos todos acá“, se río Belén. Herman ya falleció hace algunos años, pero la bodega sigue en manos de sus hijos y nietos.

En esa bodega patagónica, también cultivan uvas de Malbec, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Sauvigon Blanc, Chardonnay y Torrontés con las que producen cuatro líneas de vinos -Saurus Estate, Saurus Select, Saurus Barrel Fermented, y familia Schroeder- y cuatro líneas de espumantes.

Hay desde vinos de estilo joven hasta vinos tardíos y líneas de reserva, con paso por barricas de roble francés o americano. “Nuestro tope de gama tiene un potencial de guarda aproximado de casi 15 años, es un gran vino”, aseguró Del Moral.

Según explican desde la bodega, San Patricio del Chañar es un terruño con características particulares para la elaboración de vinos, gracia a sus suelos enriquecidos por el lecho del río Neuquén.

Una bodega con sistema gravitacional

Los fósiles que encontraron no son el único secreto de la bodega. Familia Schroeder es una de las pocas bodegas del país que usa el sistema gravitacional en la producción de vinos, un enfoque moderno que permite evitar el uso de bombas y reduce la oxidación durante el proceso de vinificación.

La bodega está construida sobre la barda-como se conoce en la Patagonia a las mesetas-, de alguna manera incrustada dentro de esta barda. Se construyó para arriba, pero también para abajo”, sostuvo.

Y precisó: “la bodega cuenta con cinco niveles: el primero es donde se recepciona la uva cuando se realiza la cosecha. En un segundo nivel tenemos todo lo que son las prensas neumáticas para elaborar el mosto de los de la uva rosada y uva blanca. En un tercer nivel tenemos los tanques de fermentación donde propiamente se realiza el vino. En un cuarto nivel están los tanques de conservación y en un último nivel lo que son las salas de barricas”.

La uva cae, literal, por gravedad, por una tubería hacia los tanques de fermentación, y luego por el mismo método hacia los tanques de conservación”. Además, la ubicación de la cava en un subsuelo le permite tener temperaturas óptimas y regulares, en una zona de fuerte amplitud térmica.

Pero la verdadera joya de la bodega es la Cava del Dinosaurio, construida exactamente en el lugar donde se encontraron los restos fósiles. Se trata de un mini museo que alberga en la roca original la réplica de los huesos del dinosaurio.

 Este espacio no solo resguarda la historia geológica de la región, sino que también ofrece una experiencia enoturística sin igual, donde los visitantes pueden degustar vinos mientras se sumergen en el pasado remoto de la Patagonia.

La bodega se convirtió así en un destino que invita a descubrir los secretos que la tierra guardó celosamente durante millones de años. Vinos y dinosaurios, un maridaje tan impensado como profundamente patagónico.

Fuente: TN

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