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Perdió a su mellizo en un accidente y construyó un cine con sus manos en su honor: “Se lo prometí a mi mamá”
La fila para sacar las entradas, otra fila para comprar los pochoclos, los pasillos alfombrados, la búsqueda casi a ciegas del asiento indicado, la espera. Finalmente la pantalla gigante se enciende y... ¡acción!
Ir al cine conlleva todo un ritual y preparar una película para proyectarla en una sala aún más. Eso bien lo sabe Eduardo, que lleva buena parte de sus 78 años dentro de este mundo en el que brillan James Cameron y Christopher Nolan.
Hace 30 años decidió dedicarse a manejar salas de cine como un negocio. Pero hubo un día en el que las cosas cambiaron y lo que en su momento lo motivaba a generar dinero, ahora tenía otro sentido: el del amor y el honor que dieron un quiebre en su vida.
En el año 2000 su hermano mellizo, Jorge, sufrió un grave accidente en la ruta cuando viajaba con su sobrino de 15 años, Mariano, y otras dos personas más. El chico y el tío perdieron la vida y la familia quedó destruida.
Fue un golpe muy duro para todos, pero sobre todo fue un gran impacto para Eduardo, que sintió que necesitaba canalizar ese duelo en algo que inmortalice a sus familiares.
Es por eso que, de ese dolor, como dice Cerati, llegó un nuevo amanecer y Eduardo comenzó a edificar. Le prometió a su mamá que iba a construir dos salas de cine dedicadas especialmente a esos familiares que había perdido y aunque en el camino hubo trabas, finalmente cumplió. Hoy Cinema Rosso es ese espacio creativo que mantiene ese aire de barrio al que los vecinos de Luján continúan visitando.
“A mí me alegra cuando ando por la calle y dicen ‘fui al Rosso a ver tal película’, es un orgullo”, dice su creador a TN.
Una promesa a mamá
“Yo siempre fui bastante inquieto para hacer cosas y un día le dije a mamá que iba a hacer esto. Quería homenajear a mi familia, sufrí mucho con la muerte de mi hermano porque se fue una parte mía ese día", asegura Eduardo.
El lugar elegido para comenzar con el sueño fue el Mercado Roel de frutas y verduras de “Titi” Rosso, su padre, que por aquellos años se encontraba deshabitado. “Muchos me decían que estaba loco y no, no estaba loco, yo quería cumplir, porque esta esquina fue la esquina de la familia”, asegura.
Ladrillo a ladrillo, comenzó a construir. “Empecé de a poquito, sin créditos bancarios, fui a los proveedores y les dije lo que iba a hacer, gente conocida que me dio muchas manos”, recuerda. “El corralón de materiales, sanitarios, electricidad, agua, gas, todos los proveedores a los que les fui a tocar la puerta sabían los motivos y les agradezco muchísimo que me hayan escuchado. Yo me llevaba chapas, tirantes, todo sin plata, pero me comprometía a ir pagando a medida que juntara”, añade.
Un grave accidente
Durante ese tiempo, Eduardo pasó por casi todos los oficios: fue albañil, electricista, plomero, constructor, pintor, decorador. Levantó paredes, moldeó construcciones en seco, ideó cómo sería cada espacio de ese lugar que cada día tomaba más forma.
“Mi idea era inaugurarlo el 13 de febrero de 2013 porque es el día de mi cumpleaños y el de mi hermano, era una fecha muy importante. Pero en 2012 sufrí un accidente haciendo el techo de la sala 2, me caí. Eran cinco o seis metros de altura. Dios me salvó porque caí entre medio de la sierra circular y los aires acondicionados. Lo único que me acuerdo de ese momento fue que me fijé si movía las piernas porque no sentía nada. Me di cuenta que sí las movía y a partir de ahí no recuerdo más nada hasta dos horas y media después, cuando me despierto en la sala de rayos”, precisa Eduardo.
Ante esta situación la obra se frenó porque él no pudo seguir adelante. Había sufrido una fractura en la columna y diversos golpes que le llevaron mucho tiempo de recuperación. “Tardaba una hora en caminar una cuadra”, señala.
Esta situación, finalmente, demoró todo. “Lo que tenía planificado terminar en unos meses me llevó tres años más e inauguramos en el 2016″, aclara.
Una promesa cumplida
La recuperación no fue fácil y a eso le tenía que sumar que ahora todo costaba un poco más. "Hubo muchos momentos donde tuve ganas de abandonar porque no daba más, porque no tenía los materiales. Los vecinos pasaban por la calle, me veían y me decían ‘y, Eduardo, ¿para cuándo?’ y yo les decía ‘no falta mucho’, pero ese ‘no falta mucho’ no pasaba más, se hizo muy largo", reconoce.
En medio de la tristeza y la desesperación, tuvo un solo pedido: “Miraba para arriba y les decía a mi hermano, a mi sobrino, a mi mamá, ‘denme una manito’, y al viejo le decía ‘papi, ayudame, dame fuerzas’. Y finalmente me la dieron”.
En 2016 se concretó la inauguración tan anhelada y Eduardo cumplió con lo que tanto deseaba, aunque su mamá también había partido y no lo pudo ver. Sin embargo, sostiene, sabe que desde algún lugar lo acompañó.
“Este cine para mi tiene un factor emocional muy grande, me costó muchísimo, siete años y medio, pero sabés lo lindo que es mirar al cielo y decir ‘mami, acá está, cumplí’, esa satisfacción que vos sentís por dentro te queda para el resto de tu vida, y me siento muy orgulloso de eso, de poder cumplir”, asegura con lágrimas en los ojos.
Pero, ahora, había otro problema. Para cuando él se recuperó habían quedado atrás las viejas máquinas de 35 milímetros y la manera de transmitir las películas en los cines era completamente distinta: los enormes aparatos ya no servían y lo que le daba vida a las historias en el cine estaba transformado en formato digital.
También las cabinas de trasmisión quedaron obsoletas y Eduardo decidió usarlas para guardar recuerdos: desde afiches de cada película que se transmitió desde 2016, hasta baldes de pochoclos y vasos, merchandising de cintas que fueron furor e inclusive, el casco de Elio, que él mismo confeccionó con un colador de cocina.
Cinema Rosso
Cinema Rosso está ubicado en la esquina de Lavalle e Italia, apenas a cuatro cuadras de la Basílica de Luján, y el jefe de la familia lo lleva adelante con la ayuda de sus dos hijos, aunque, inquieto como siempre, no deja de estar en cada detalle.
El lugar, que no pierde esa esencia de barrio, cuenta con tres salas diferenciadas por números y colores, pero, especialmente, por nombres: Jorge Rosso (hermano), Mariano Market (sobrino) y Cecilia Giovacchini (madre). El nombre del cine, además, lleva el apellido de su padre.
También cuenta con un primer piso que tiene recuerdos, fotos, y butacas viejas, donde un pequeño escenario ocupa el centro del espacio en el que Eduardo, junto a su banda que homenajea a The Beatles, ensayan.
Hoy, en medio del estallido de las plataformas y la crisis que hace que las familias dejen de lado las salidas recreativas, Eduardo también lucha por mantener viva esta pasión. “¿Si tengo ganas de hacer otro? Por más que tenga la edad que tengo, yo te diría que si, las ganas no me faltan", concluyó con emoción.
Fuente: TN
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Resistencia será sede del Congreso “Somos La Voz 2025: Ungidos Para la Transformación”
Los días 14 y 15 de noviembre, la ciudad de Resistencia, Chaco, será epicentro de uno de los eventos cristianos más esperados del año: el Congreso Internacional “Somos La Voz 2025”, bajo el lema “Ungidos Para la Transformación”.
El evento reunirá a una generación de líderes, pastores y creyentes comprometidos con la expansión del Reino. Entre los invitados internacionales estarán los pastores David y Diana Scarpeta, el profeta Ronny Oliveira, y, por primera vez en más de una década, el evangelista Benny Hinn, quien ministrará junto a su equipo.
También participarán los fundadores del movimiento, los pastores Guille y Milu Ledesma, los pastores Cristian y Maca Ledesma, y los anfitriones Apóstol Jorge y Profeta Alicia Ledesma. El cierre estará a cargo de Factor de Cambio, en un tiempo de celebración y activación espiritual.
El congreso promete ser una cita clave para todos los que desean ser parte de la transformación espiritual y social que está impactando a las naciones.
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Rescató un perro con sarna y su vida cambió: dejó la publicidad, se hizo vegano y ahora salva animales
La vida de Federico Sordo estuvo ligada a los animales desde chico. Sus padres consentían las andanzas de su hijo adolescente cada vez que llegaba de la calle con un animal en sus brazos. ”¿Qué hay del otro lado de la puerta, Fede?”, le consultaban cuando tocaba el timbre de la casa en vez de abrir con sus llaves. Era su forma de avisar que llegaba con compañía.
Años después, al terminar el secundario, estudió veterinaria pero se dio cuenta de que no era su camino y cambió a publicidad. “Impulsado por la curiosidad y la necesidad de saber más sobre la realidad de los animales, empecé a escuchar a activistas como Gary Churovsky y a ver documentales de investigaciones producidos por organizaciones como PETA. Eso llevó a que un día me sentara en la mesa con mi familia y les dijera que no quería comer más carne”, recuerda Federico en diálogo con TN.
Fue una imagen de su mamá cocinando lo que a él le resultó “un pedazo de animal” lo que disparó la conciencia sobre su alimentación. Así, sin saberlo aún, comenzaba el camino de su activismo por los demás animales.
Un perro “macanudo”
En 2011, ya viviendo solo, llegó el día en que su vida empezaría a transformarse por completo: fue la noche en que un perro flaco y con sarna decidió buscar refugio en la entrada de su edificio. Fede lo vio y no dudó en entrarlo al monoambiente de 39 metros cuadrados que compartía con su gata. En ese momento llegó su primera lección: “Me le acerqué para agarrarlo y me gruñó. Ahí entendí que las ganas de ayudar nunca tienen que estar por encima de quien necesita la ayuda. Me quedé sentado al lado de él un rato hasta que le dije ‘mirá, tengo que entrar’ y lo arrastré con la alfombra sobre la que estaba acostado".
“Cuando cerré la puerta, se paró y me acompañó hasta el ascensor. Sentí que sabía muy bien lo que estaba haciendo”, agregó. Al recién rescatado lo bautizó Cascote (porque estaba todo cascoteado) y por él empezó “a hacer equipos”: la veterinaria que ofreció ayuda para atender al perro, la fotógrafa que le hizo imágenes para difundir su adopción y sus compañeros de la agencia de publicidad que colaboraron con los gastos. Para compartir las novedades diarias y arrancar con la búsqueda de un hogar armó la fanpage en Facebook Cascote, un perro macanudo.
“En publicidad estaba pensando ideas para venderle a la gente cosas que no necesitaba, entonces dije, en lugar de estar haciendo eso, puedo pensar ideas para ayudar a Cascote a encontrar una familia. Así diseñé su campaña de adopción, basada en cosas que hacía un perro macanudo y eran motivos de adopción. Uno que recuerdo con una sonrisa es el de ‘se come la fruta abrillantada que le sacás al pan dulce’, algo muy digno de un perro macanudo”. Gracias a esa campaña la comunidad empezó a expandirse hasta sumar miles de seguidores.
“Cuando Cascote fue adoptado, publiqué que me parecía bueno poner la página en función de otros animales que lo necesitaran. Quería saber si aparecía otro animal o si yo difundía otra cosa, iban a estar. Y la gente, sí, sí, claro. Unos divinos”, contó.
Rescates, santuarios y elefantes
La experiencia con Cascote siguió impactando en la vida de Fede: se hizo vegano, dejó su trabajo en la agencia de publicidad y se lanzó a cumplir el sueño de dedicar el cien por ciento de su tiempo a trabajar por los derechos de los animales: “No podía trabajar más en publicidad vendiendo productos de origen animal. Me empezó a hacer ruido todo y renuncié sin tener mucha idea de qué iba a hacer pero sí que sería algo relacionado con los perros”.
Ahí surgió La Pandilla de Cascote, paseos 100% macanudos, el servicio de paseo de perros del cual vivió durante varios años, compartiendo los paseos con Barón, su perro, compañero inseparable. “Fue hermosa la respuesta de la gente cuando hice el anuncio en la comunidad de Cascote. Me escribieron de todo el país diciendo que querían que pasee a su perro”, dijo. El eslabón siguiente en la cadena que fue entrelazando el destino de Fede fue cuando comenzó a participar de las primeras vigilias en las puertas de mataderos promovidas por la organización Animal Save.
Una noche de lluvia de 2018 cuando el grupo de activistas esperaba la llegada de los camiones con vacas se enteraron del nacimiento de una ternera dentro de uno de los transportes. Luego de negociaciones con el matadero lograron que se las entreguen y Fede fue nuevamente hogar de tránsito para un animal. La cuidó en el mismo monoambiente en donde había comenzado todo con Cascote, hasta que la cadena de solidaridad permitió que Save (como bautizaron a la ternera) fuera recibida por el Santuario de Animales Equidad, en la provincia de Córdoba. “Yo simplemente fui un ladrillo más del puente que construimos para cambiarle la vida a esa vaquita”, recuerda.
La llegada de Save al santuario produjo otro sismo en el rescatista de Cascote: pronto se sumaría al equipo de comunicación de la institución. Su directora, Alejandra García, lo conoció en ese intercambio que provocó el rescate de la ternera y le ofreció trabajo en Córdoba. “Yo no lo podía creer, era Disney para mí, estaba llegando a lo que quería, que era trabajar para un santuario, comunicando los derechos de los animales”. Para 2023 se incorporó al equipo de comunicación del Proyecto ELE (Estrategia para la Liberación de los Elefantes) la campaña de la fundación suiza Franz Weber que llevó adelante el traslado a santuarios de los elefantes en cautiverio en zoológicos.
Así conoció a Pelusa, fue testigo con su cámara del viaje de Mara desde el ex zoo de Palermo a Brasil; de Pocha y Guillermina desde Mendoza -“tuve el honor de contemplar y registrar todo su proceso de entrenamiento, de adaptación a las cajas para poder viajar”-, Tamy, Kuki y Pupy y finalmente Kenya, en 2025.
“Todo lo que aprendí en cada traslado, en cada viaje, todo lo que aprendí incluso de Cascote hasta la fecha, lo puse al servicio del documental que estamos trabajando junto con Nicolás Pauls en este proyecto que se llama ELE, un vínculo de liberación, y que podrá verse a fin de año”, explica.
Hay equipo
“Es un honor poder estar detrás de la cámara contando esto, poder trabajar de esto y ponerme al servicio. Porque yo siento que lo que sucedió con Cascote me hace preguntarme: ¿puede un perro cambiarte la vida? Porque Cascote a mí me la transformó en absoluto. De hecho no me puedo imaginar mi vida si no fuese como es y esto me llena de agradecimiento y me hace sentir muy pleno, poner mi vida al servicio de los demás animales“, asegura Federico.
En ese camino de servicio Fede se cruzó con el de muchas personas en la misma frecuencia que él, por eso piensa que “no existe el rol del salvador, uno nunca ayuda a los animales solo, siempre hay un equipo por más chiquito que sea. El primer equipo ya es con ese animal no humano que estás ayudando y después los humanos que empiezan a aparecer colaborando con dinero, con difusión, siendo hogar de tránsito, adoptando”
Para finalizar, deja un mensaje para quien quiera oírlo: “Es importante remarcar que hay un montón de gente ayudando que por ahí está completamente invisibilizada y desbordada también, porque siempre son las mismas personas las que se involucran. Entonces, para el que quiere hacer algo pero no sabe cómo o qué, le digo que no hay que hacer grandes cosas sino que simplemente hay que ver si estamos siendo coherentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, porque ahí es donde empieza a cambiar todo”.
Fuente: TN
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De una idea en un cajón a un vivero modelo: las once mujeres que transformaron el barrio Rodrigo Bueno
Por las calles del barrio Rodrigo Bueno, donde el cemento alguna vez intentó tapar todo, hoy se respira albahaca, kale y esperanza. Detrás de ese aire distinto hay once mujeres que decidieron hacer crecer algo más que plantas: una forma de vida.
Lo que comenzó como una iniciativa vecinal hoy es La Vivera Orgánica, un emprendimiento social consolidado, que creció en organización, impacto y reconocimiento.
En sus inicios no contaban con servicios, y hoy ofrecen siete propuestas distintas, desde talleres y venta de plantines hasta asesorías en huertas urbanas y provisión de productos al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
El origen: un cajón, una idea y mucha tierra por delante
Todo empezó en 2017, cuando el Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC) llegó al barrio con talleres para acompañar el proceso de urbanización. Entre las capacitaciones había una de jardinería.
Elizabeth Cuenca, vecina de nacionalidad peruana que hoy oficia como directora del emprendimiento, recordó que fue ahí donde “la preocupación por la salud y la alimentación” empezó a brotar entre mujeres desconocidas que compartían un mismo deseo: volver a tener la tierra cerca.
“En ese momento no pensábamos en un negocio, solo en sentir el sabor real de las frutas y verduras”, explicó Elizabeth en diálogo con TN.
De a poco, comenzaron a reciclar cajones de verdulería y a armar pequeños germinadores. Cuando estos ya no entraban en sus viviendas, trasladaron todo al balcón de la casa comunal del barrio. Sin saberlo, estaban sembrando la semilla de lo que más tarde sería la Vivera Orgánica Rodrigo Bueno.
El salto: del balcón al vivero
En 2019, tras insistir en reuniones con el IVC y el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, consiguieron un espacio propio. “Nos preguntaron si éramos conscientes de lo que implica tener y manejar un proyecto autosustentable. Les dije que sí, aunque sabíamos que iba a ser complejo”, expresó.
Ese año, el 5 de diciembre, se formalizó el inicio del proyecto. El gobierno aportó la infraestructura; las mujeres, tal como sostuvo Elizabeth, “todo lo demás”. Con el acompañamiento de la ONG Un Árbol para mi Vereda, se capacitaron durante tres años en producción, comercialización y administración.
Resiliencia
Ya para enero de 2020 cosecharon sus primeras hortalizas (lechuga, acelga, kale, mostaza), pero apenas dos meses después llegó la pandemia, que puso en evidencia las desigualdades estructurales: muchas familias no accedían a cuatro comidas diarias.
El encierro por el COVID-19 frenó al mundo, pero no a ellas. Elizabeth fue la primera en volver al vivero: “Nos quedamos sin trabajo, sin ingresos y con miedo. Yo empecé sola, cuidando la producción. Luego, las compañeras se fueron sumando. Fue lo que nos salvó emocional y económicamente”, reflexionó.
Fue por ello que, con los permisos correspondientes, el grupo realizó un censo barrial y entregó, cada dos semanas, 25 bolsas de verduras a 25 familias con necesidades extremas.
La flor de los servicios
En mayo de ese mismo año lanzaron su primer producto online: un kit de huerta para armar en casa. Planeaban vender 15, pero terminaron vendieron 60. “Ahí dijimos: este es el camino”, recordó Elizabeth
Tras el éxito de las primeras ventas y la buena recepción por parte de sus clientes, decidieron llevar adelante distintas propuestas de servicios.
Entre esos se encuentran el armado de huertas y jardines de mariposas o colibríes, mantenimiento de espacios verdes, producción de biobosques urbanos, venta de kits y plantines nativos y aromáticos, voluntariado corporativo ambiental.
“Gracias a Dios fuimos las encargada de armar las huertas tanto de distintas familias en el conurbano como de una famosísima parrilla en Palermo. Sin darnos cuenta habíamos generado una clientela muy fiel”, afirmó.
Del conocimiento a la educación
Otro de los mayores y recientes logros de la Vivera Orgánica es la creación de su espacio educativo. Allí, con sus talleres reciben escuelas, jardines y universidades, que se acercan para conocer el trabajo que realizan.
“Este tipo de espacios y actividades comenzaron principalmente porque nosotras sentíamos una necesidad de retribuir todo el conocimiento adquirido en la comunidad”, sostuvo Elizabeth.
Además, participan del programa ACAP del Ministerio de Educación, que permite a estudiantes secundarios realizar prácticas vinculadas a la sustentabilidad, la jardinería y la economía circular.
Este espacio se convirtió en un punto de encuentro entre generaciones y saberes, donde se enseñan prácticas agroecológicas, se comparten experiencias de cultivo y se fomenta una mirada consciente sobre el entorno urbano.
Inculcar la conciencia
El próximo 8 de noviembre, La Vivera Orgánica abrirá sus puertas a una nueva experiencia: una exposición artística que mostrará trabajos realizados con materiales reciclados, que permanecerá durante quince días.
“La propuesta busca tender puentes entre el arte y la sustentabilidad, mostrando cómo los residuos pueden transformarse en piezas con sentido y belleza”, manifestó la directora.
La muestra, pensada como un paseo sensorial, invitará a reflexionar sobre los ciclos de la materia y la posibilidad de crear a partir de lo descartado. En ese diálogo entre naturaleza y arte, La Vivera refuerza su identidad como espacio cultural y educativo, donde el reciclaje se convierte en lenguaje y la tierra en escenario.
Fuente: TN