Redes Sociales

Actualidad

Lo robaron de los brazos de su madre al nacer, pero ella nunca dejó de buscarlo: 33 años después, se reencontraron

La mente puede engañarnos; el corazón no. Cuando la abrazó por primera vez percibió su aroma. Era nuevo: jamás lo había sentido. Y sin embargo le resultaba familiar, como si lo hubiera acompañado desde siempre. Olía a niñez robada, a juegos nunca compartidos, a adolescencia perdida. A un “te amo, hijo” jamás escuchado. Olía a comida casera, a abrigo, a hogar. Olía a su mamá.

Alejandro Martín Pérez Guahnon tenía 33 años cuando abrazó por primera a Nélida Isabel Benítez, su mamá. Y contaba con apenas unas horas de vida cuando -con engaños, mentiras y una cadena de complicidades- se lo llevaron de una clínica de Posadas, Misiones, para el desconsuelo sin medida de esa joven mujer. Lo robaron.

Empezaría entonces una historia propia de una serie dramática, de las que están en cualquier plataforma. Pero con una salvedad: aquí no hay nada de ficción. Es la triste realidad de muchísimos niños robados del norte de la Argentina, que se hacen adultos desconociendo su verdadera identidad, víctimas de un negocio millonario cargado de las complicidades de un sistema perverso. Y es también la realidad de esas madres y esos padres que buscan a sus hijos, ante el olvido del Estado, el desamparo de la Justicia y la desatención de la Policía.

Alejandro terminaría publicando un libro con todo lo vivido, 33 años en 48 horas, cuya versión digital es gratuita. Porque al fin, este comerciante de Villa Crespo procura descubrir una situación que suele pasar inadvertida a los ojos de la sociedad. “Quiero que a partir de mi historia estas cosas no sigan pasando. Esto se tiene que acabar. El robo de identidades es una de las peores cosas que pueden pasar en la historia -le dice a Infobae-. Y también cuento el poder de una madre para encontrar a su hijo. Porque nunca nada la detuvo. El amor ayuda a romper cualquier frontera y encontrar lo más preciado”.

—Vayamos al inicio. ¿Creciste sabiendo que eras adoptado?

—Sí, siempre lo supe. Es más: no recuerdo el día en que me dijeron: “Sos adoptado”. Para mí, era algo natural.

—¿Cómo era la casa de tu infancia?

—Una casa normal, donde tuve apoyo familiar de mis abuelos, mis tíos, mis primos, y un trato muy lindo, siempre. Tengo dos hermanos adoptivos: Gabriel y Denise. Somos tres; yo soy el del medio.

—¿Cada adopción fue por separado?

—Exacto. Primero adoptaron a Gabriel, también en Misiones. Al año y medio, en 1987, me adoptaron a mí. Y a los tres años nació Denise: ella es hija biológica de mis padres adoptivos. A mis 18 años tengo el recuerdo de estar sentado en mi habitación y ver a mi mamá entrar abrazando una carpeta: “Siempre te quiero contar la verdad”, me dice, llorando. Como no quería verla así, y como yo tampoco estaba preparado, le dije: “No me interesa saber quién es mi familia biológica. Llevate esa carpeta”.

—Sabías que habías sido adoptado, pero no la forma.

—Exacto. Hoy entiendo que fue una apropiación.

—¿Y cuándo iniciaste la búsqueda por saber cuál era tu familia biológica?

—Cuando fui papá. Cada vez que hacía algún estudio clínico o análisis de sangre, me preguntaban por antecedentes genéticos: si tenía algún familiar con alguna enfermedad congénita o muerte súbita. Pero nunca se me había ocurrido preguntar. Hasta los 28 años, en uno de los primeros estudios de mi hija, me consultaron por los antecedentes genéticos y muerte súbita. Y me quedé helado... Ahora me lo preguntaban por mi hija, no por mí. Entonces me tiré de cabeza a esta aventura.

—¿Y le pediste la carpeta a tus padres adoptivos?

—Sí. El domingo 11 de abril del 2021 fui a la casa de mi mamá y le pedí la carpeta. Ya no tenía miedo por lo que me iba a encontrar. Pero tampoco imaginé que me iba a encontrar todo esto...

—¿Te la dio sin problemas?

—Sí, sí, sin problemas. Ya veníamos hablando un poco del tema de la carpeta, pero nunca se la había pedido.

—¿Y nunca le habías preguntado qué tipo de adopción habían realizado?

—No, nunca. Siempre supe que había sido una adopción legal. En ese momento las adopciones eran por escribanía pública: uno se presentaba, se anotaba, y una asistente social buscaba a una madre que no pudiera hacerse cargo de su hijo. De esa forma, los adoptantes tenían que mantener a la madre biológica por medio de la asistente social, hasta el nacimiento del chico. Después, y hasta los seis meses, venía el período de guarda. Y luego un juicio por la adopción plena, en ese momento con la antigua Ley de Adopción. Con mi hermano, se anotaron en esta lista y la asistente social los llamó: “Hay un chico que va a nacer en tal fecha, necesito que vengan unos días antes para ayudar a la madre y hacer los papeles”. Viajaron a Posadas, lo adoptaron; no hubo ningún inconveniente, volvieron a Buenos Aires. Al año y medio esta misma asistente social llamó nuevamente a mis padres adoptivos, el 16 de diciembre (de 1987), a las 12 del mediodía; yo nací a las 10 de la mañana. Le dijo a mi padre que había nacido un chico, y que la madre biológica no podía hacerse cargo porque era pobre.

—¿Esto es lo que te contaron tus padres adoptivos?

—Sí. Y cuando abrí la carpeta, encontré que hubo un juicio por la adopción plena. Pero también vi una denuncia de mi madre biológica contra la asistente social. Y también un artículo del diario El territorio, de Misiones: “Resuelven que un niño continúe viviendo con sus padres adoptivos a pesar de que su madre biológica realizó una denuncia con el fin de recuperarlo”.

—¿Tus papás entendían que la adopción, hecha así, estaba mal?

—Es que no sé si estuvo mal, porque la adopción fue por escribanía pública. La que me robó de la panza de mi madre fue la asistente social. La adopción plena tardaba en salir, y recién al año y medio ellos se enteraron que había una denuncia por mi devolución.

—¿En la carpeta estaban los datos de tus padres biológicos?

—Tenía la denuncia de mi mamá biológica, con su nombre, apellido y número de DNI. También el certificado de nacimiento: estoy anotado como hijo biológico de Nélida, y adoptado por Esther y Alberto. Me encontré con todo eso.

—Y también te encontraste con unos padres biológicos que lucharon por vos.

—Sí. Eso fue lo primero que vi.

—¿Y qué te pasó con eso?

—Fue un tsunami de emocionesNo creía que todo esto era real. En la denuncia decía que (mis padres) eran pobres, indigentes, y no podían hacerse cargo de mí. Hasta que una jueza determinó que yo tenía que vivir con mis padres adoptivos porque eran gente de bien, pudiente, con un trabajo fijo, y entonces podían hacerse cargo de mí. Mandaban asistentes sociales a Buenos Aires y a Posadas. Y allá, en Misiones, decían que mi madre ya tenía cuatro hijos, que no estaba casada con mi papá, Ramón, que eran pobres, que tenían una casa muy precaria, y que entonces, no podían hacerse cargo de mí.

—¿Sos el menor de cinco hermanos?

—Nélida tuvo primero a Gonzalo y a Carolina, y después tuvo a Micaela y a Gisele con otro hombre; son dos padres distintos. Después conoció a Ramón y me tuvieron a mí. Mi mamá tenía fecha para el 18 de diciembre de 1987, pero el 15 Ramón no estaba con ella. Entonces mi tía biológica, la hermana de Nélida, la acompañó a un centro cívico con la idea de buscar un bolsón de comida. Cuando entraron, estaba esta asistente social: les dijo que no había bolsones, que volvieran a su casa. Cuando volvieron, a los pocos minutos la asistente social toca la puerta y le empieza a preguntar a mi mamá: “Te veo sola. ¿Quién es el padre? ¿Quién está a cargo de todos estos chicos?”. Ella le cuenta que en ese momento el padre no estaba, y que no podía ir a la clínica a que yo naciera porque no tenía con quien dejar a los chicos. La asistente social le dijo que la podía ayudar, que fuera con ella, que la llevaría a una clínica privada. Y terminó yendo a la Clínica Posadas.

—¿Y es la asistente social quien te roba?

—Sí, con complicidad de mi tía biológica. Nazco a las 10 de la mañana, y lo primero que le dicen a mi madre es que yo había muerto. Ella no lo creyó, y empezó a hacer disturbios, a llamar a las enfermeras, a la asistente social. Después le dijeron que había nacido con una malformación en las piernas y que tenían que trasladarme de urgencia a Buenos Aires para una operación, y que me traerían nuevamente. Le hicieron firmar un papel, que no le dejaron leer. “Es para el traslado de Alejandro”, le decían. Y la amenazaban: “El avión va a salir ya; si no firmás, Alejandro no va a poder viajar”. La obligaron a firmar.

—¿Las enfermeras fueron cómplices de esa situación?

—Sí. Toda la clínica fue cómplice.

—Tu mamá no sabía que estaba entregando a su hijo en adopción.

—No. Nunca lo supo. Cuando le dijeron que yo tenía un problema, dijo: “Quiero verlo”. Pero la asistente social le hacía la cabeza: “No. Alejandro tiene que viajar ya”.

—¿En algún momento le hicieron alguna promesa o intercambio económico?

—No. Nunca.

—¿Y a tu tía?

—No lo puedo dar por sentado. No puedo afirmarlo. Lo único que sé es que el mismo año en el que yo nací, a mi tía le entregaron una casa y un puesto en el Gobierno, en ese mismo centro cívico.

—¿Tus padres adoptivos pagaron por esa adopción? Más allá de la adopción directa, que en ese momento existía, pagar era ilegal.

—Lo que sé, porque está en los papeles, es que tuvieron que pagar la clínica, el servicio de esta asistente social y algunas cosas más. Entonces sí, hubo alguna especie de intercambio de dinero. El recibo de la clínica, que en ese momento estaba en australes, lo tengo.

—¿Y tu mamá, cuándo empieza a reclamarte?

—Nélida, mi madre, después me cuenta que la asistente social desapareció. La dejó en su casa el viernes 18 y ni siquiera le dijo chau; fue muy agresiva la despedida. Ahí mi mamá se empezó a dar cuenta de que había algo medio raro. Esa misma tarde llegó Ramón, mi papá, y le preguntó por mí: “No creo nada”, dijo, cuando le contó del traslado a Buenos Aires. Fue al centro cívico a buscar a la asistente social, que le mostró unas denuncias contra mi madre: su expareja, o sea, el padre de mis hermanas, y mi tía, la que me había entregado, denunciaban que era una mala madre, que dejaba a los hijos solos.

—Ramón no firmó ningún papel para darte en adopción.

—No, pero tampoco estaba casado, entonces la Justicia le decía: “Usted no es nadie”. Lo que hicieron fue casarse, para que Ramón pudiera tener más peso en la causa.

—Se casan para luchar por vos. Y además hacen todo judicialmente, que es muy difícil, sobre todo cuando uno está en una situación vulnerable.

—Sí. Mi mamá iba todas las mañanas a ese centro cívico y reclamaba hasta que cerraban las puertas, pero no le daban respuesta. Era como reclamar contra nadie, a un muro de ladrillos. A la asistente social no la vio nunca más en ese centro cívico. Y todos los días, antes de volver a su casa, mi mamá iba a la comisaría a pedir por mí. Le tomaban las denuncias pero no llegaban a ningún lado. Hasta que un día un policía la sigue. La empuja a un callejón y le dice: “Señora, yo no puedo verla así. Le voy a contar una cosa pero necesito que no me nombre porque puedo aparecer muerto”. Le dijo que su denuncia la tenían cajoneada en el Juzgado Número 4, a cargo de una jueza, y le dijo: “El chico está en Buenos Aires, en esta dirección. Y los padres son estos”. Los nombres no terminaron siendo los de mis padres, pero eran muy parecidos. Mi mamá va al juzgado, pide por esa jueza, le dicen que no está. Ve su nombre en la puerta de un despacho y se manda: “Señora jueza, usted tiene cajoneada mi denuncia. Esta asistente social me robó a mi hijo”. Lo primero que le dice la jueza es: “¿Quién te dio tanta información? ¿Cómo sabés tanto vos?”. Empezó a prepotearla: “¿Vos sabés quién es la señora que está ahí, atrás tuyo?”, le dice. Mi mamá ve a una señora tirada en un sillón, como descansando. “Ella estuvo con vos en la escribanía, firmando la adopción de tu hijo”. “¡Yo no firmé ninguna adopción!”, le responde. Entra Ramón al despacho, el ambiente se pone medio tenso. “No tenés idea con quién te estás metiendo. Voy a meter preso a tu esposo si seguís reclamando”. La sacaron del juzgado y nunca más la dejaron entrar. A partir de ahí, todos los días mi mamá se arrodillaba en la puerta del juzgado y se ponía a rezar por mí. Era lo único que podía hacer porque nadie la atendía: ni en la comisaría, ni en el juzgado, ni en el centro cívico.

—¿Quién era la señora que estaba sentada?

—Era otra jueza que, se supone, fue la que la acompañó a firmar en la escribanía. Sobre esto, les pregunté a mis padres adoptivos si vieron a mi madre biológica firmando en la escribanía y me dijeron que no, que no había nadie.

—¿Sigue viva la jueza?

—No lo sé. Hace dos años fui a entrevistar a tres de mis tíos que estuvieron implicados en todo esto, y me comentaron que no saben nada de la jueza, que ni siquiera la conocen. Y de la asistente social, primero me dijeron que estaba internada, que estaba muy vieja, que ya no podía hablar. En la misma charla después me dijeron que estaba muerta. Y después me comentaron que la habían visto caminando por la calle. Fue todo tan raro...

—Volvamos al momento que abrís la carpeta y encontrás que había una mamá buscándote.

—Sí. Eso fue lo primero que vi. Ya no sabía cuál era la realidad: había unos papeles que me estaban diciendo que me estaban buscando, pero en mi cabeza yo tenía otra historia. Ahí comencé esta investigación yo solo.

—¿Cuánto tardaste en conocer a tu mamá?

—El libro se llama 33 años en 48 horas porque estuve 48 horas, desde las 11 de la mañana del 12 hasta las 11 de la mañana del 14, que tuvimos nuestra primera videollamada. Pasé dos días sin parar buscando nombres y apellidos de mis hermanas por redes sociales. La primera videollamada fue un momento único: sentía que estaba hablando con alguien que conocía de toda la vida. Y la veía y era igual a mí. Toda la vida la gente me hizo notar las diferencias físicas con mi familia, porque son todos rubios de ojos claros y yo era el único morocho. Era muy claro que había sido adoptado. Esa primera comunicación fue muy pobre porque no había mucha señal, pero cuando le empiezo a decir mi nombre, Alejandro Martín, ella me dice: “Sí, ya sé. Te buscamos con los dos nombres, hacíamos oraciones por vos, viajamos a Buenos Aires”. Me empezó a contar todas estas cosas y era mucha información.

—La encontraste, la llamaste y le dijiste: “Hola, Nélida, soy…”.

—Sí. Antes de esto tuve un chat con mi hermana Gisela: “Mi nombre es Alejandro Martín. Estoy buscando a Nélida Isabel Benítez. Creo que es mi madre biológica”. Y ella me dice: “Sí, es mi mamá. Te estuvimos buscando durante mucho tiempo”. Y me dijo muchas cosas: “Mamá viajaba a Buenos Aires a buscarte apenas naciste. Fueron muchos viajes, de ida y vuelta”. Me comentó que fue a un edificio, que me buscaba en un colegio, en una plaza.

—Y a partir de tu hermana, arreglás el encuentro con tu mamá.

—Sí. Me dijo: “Acaba de llegar mamá. Está muy nerviosa, estamos tratando de que se calme un poco”. A los dos minutos me avisa: “Bueno, ya está calmada”. En ese momento me dio miedo, sentí pánico: “Tengo que hablar con ella y no sé qué decirle”. Se me puso la mente en blanco. Tuvimos la primera videollamada. Y me contó que cuando toda la familia se juntaba a comer, dejaban un lugar en la mesa, como si estuviesen esperando a que yo llegara. Y antes de comer, ella rezaba: “Dios, acortá el camino que me separa de mi hijo Alejandro Martin”. Y ese rezo lo dijo cada día de su vida.

—¿Y ahí empezaron un vínculo?

—Sí. Hablábamos todo los días, todo el tiempo. Y empecé a escribir todas estas cosas que me pasaban porque era mucha información la que me llegaba, y tenía que ir procesándola de a poco.

—¿En algún momento te enojaste con tus padres adoptivos?

—Sí. Me enojé. No me animaba a hablar con ellos. Hasta que cuando fui cerrando la historia y todo recaía sobre ellos, tuve que enfrentarlos y preguntarles todo.

—¿Qué les preguntaste?

—Si la conocían a mi madre. O qué se acordaban: cuándo habían viajado, qué había pasado en ese viaje, si habían visto a esta asistente social, si habían conocido a mis tíos, si vieron a mi madre en la clínica. Yo tenía todas esas preguntas

—¿Qué te dijeron respecto al juicio posterior, en el que Nélida intentaba recuperar a su hijo?

—Viajaron a Posadas y se juntaron con la jueza. Les contó que había aparecido mi padre biológico, y que le decía a mi madre biológica: “¿Cómo vas a entregar al chico y no pedís una plata por esto?”. Y que por eso me estaban pidiendo de vuelta. Lo importante era que no se juntaran mis padres adoptivos con mis padres biológicos.

—¿En estas búsquedas que tus padres biológicos hicieron en Buenos Aires, nunca se vieron?

—Este policía le da una dirección a Nélida, mi mamá: avenida La Plata 555. Yo recuerdo que viví en esta dirección, en el piso 13. En el primer viaje, Nélida va y habla con el encargado: “Acá viven dos chicos que los trajeron de Paraguay”. “No. A mi hijo me lo robaron acá, en Argentina”. La esposa del encargado se compadece de mi mamá y la acompaña al piso 13. Una mujer abre la puerta: “Ella es la madre del chico que acaban de adoptar”, le dice la encargada, pero le cierra la puerta en la cara. Nélida no llegó a verla, pero al parecer, era mi abuela adoptiva, que murió antes de que pase todo esto. Entonces, nunca pude preguntarle nada a mi abuela.

—¿Les creés a tus papás en la historia que te cuentan?

—Sí. Estuvieron en un lugar muy difícil. Cuando mi madre biológica va al juzgado a reclamar por mí, empezaron a aparecer otras mujeres que también estaban pidiendo por sus hijos, que habían sido robados por esta misma asistente social.

—Es toda una situación muy turbia, de mucha vulnerabilidad por parte de tus padres biológicos, de mucho desamparo legal. Por eso te preguntaba si les creías o no a tus papás adoptivos.

—Sí. La respuesta es sí, les creo. Lo que les pregunté, lo que me cuentan, les creo. Capaz hay cosas que no estoy preguntando y no me están respondiendo…

—Pueden ser muy dolorosas.

—Puede ser. Pero lo que yo tenía que preguntar, sí. Y todos los caminos me llevaron a esta asistente social, y a la jueza, y a sus jefes, a quienes están ahí, con todo esto. Porque claramente una persona sola no puede ingresar a una clínica y mover todo un sistema para vender tan impunemente a un bebé recién nacido. Tiene que haber una fuerza mayor ahí.

—¿Nélida perdonó a tus padres adoptivos?

—Habría que preguntarle a ella. A Nélida le tuve que explicar que mis padres adoptivos no fueron los que me robaron, sino que fue la asistente social, esta organización. Y a mis padres adoptivos tuve que explicarles que me robaron: “Capaz vos no me robaste, pero fui robado. A mí me robaron la identidad, me apropiaron. Vos me adoptaste legalmente, pero en el medio hubo un robo”, le dije a mi papá.

—¿Nélida y tus padres adoptivos, se encontraron?

—Sí, Nélida y mi mamá se conocieron.

—¿Y cómo fue?

—Cuando ya estaba todo más calmado, cuando pude hacer entrar en razón a las dos y entendieron un poco más la historia, tuvimos una cena en mi casa. Hay un video, con el abrazo de ellas dos.

—¿Desde lo legal, no quisiste hacer nada?

—No puedo hacer nada. La Justicia dice que mi causa prescribió. Y no tengo contra quién ir. A mucha gente que está buscando a sus hijos y quiere hacer la denuncia, le dicen: “No, la causa ya prescribió porque el chico o la nena debe tener más de 10 años, entonces no se puede hacer nada”. Y es mentira, porque un crimen de lesa humanidad no prescribe. Pero bueno, vas a un lugar donde te dicen eso, ¿y qué podés hacer?

—¿Crees que esto sigue pasando en nuestro país?

—Sí. Totalmente. Sigue pasando. Pasó con Loan: es exactamente lo mismo, de la misma forma, la misma modalidad. Una tía que la usan de campana como entregadora a una asistente social, del Estado o como quieras llamarlo. En el caso de Loan, un nene de cinco años.

—¿Te llegan denuncias a partir de que contaste tu caso?

—Sí, muchísimas, porque hay gente que no sabe a quién recurrir, a quién denunciar. Entonces, me lo cuentan a mí en mi instagram @soy_alejandro_martin . Son chicos que buscan a sus padres, y también padres que buscan a sus chicos. Es muy duro escuchar las historias porque todo funciona con la misma modalidad. Encima, me dan nombres de asistentes sociales. También me nombran muchísimas parteras. Pero es una organización.

—¿De la adopción de tu hermano sabés algo?

—No. Él no quiso buscar su historia, sus raíces.

—¿Cómo siguió tu vínculo con Nélida?

—Muy bien. Elegí adoptar a mi familia biológica como familia del corazón. Y desde el día uno les digo “mamá”, “papá”, “mami”, “papi”. Los trato como si hubiésemos tenido vínculo toda la vida. A mis hermanos también.

—¿Viajás a verlos?

—Siempre. Dos o tres veces por año, por lo menos. Hace unas semanas que volví. Tenemos un vínculo muy lindo. Siempre me esperan ahí, para comer. Siempre nos juntamos a hacer un asado.

—¿Cómo fue el primer encuentro en persona?

—Muy intenso... La primera comunicación la tuvimos el 14 de abril y recién el 28 viajé. Necesitaba verlos, saber que esto era real. Nélida y Ramón viven juntos en las afueras de Posadas. No se separaron nunca más. Fui con el auto. A mí me temblaba todo el cuerpo, transpiraba. Llegué al barrio, que es de calles de tierra, y me perdí. Veo un auto: era Gonzalo, mi hermano. “¿Ale?”, me dice. “Sí”. “Seguime”. Me guió hasta la casa. Estaba todo oscuro, pero me acuerdo que vi la silueta de mi madre, y la de un señor alto, que era claramente mi papá, que vino corriendo y nos dimos un abrazo...

—Se lloraron la vida.

—Y... lloramos mucho. “Gracias por todo lo que me buscaron, por haberse ocupado de mí”, le dije a mi papá. Después fui con Nélida y también la abracé. Y me pasó algo... Siempre algo tuve especial con los olores: reconozco las cosas por los olores. Y cuando la abracé, mi mamá no llevaba perfume, y tenía un olor especial. Y dije: “Esto yo lo olí toda la vida. ¿Cómo puede ser? Si a ella nunca la vi en la vida”. Debe ser algo de la piel, de la esencia... Ese abrazo fue interminable. Y fue muy fuerte.

Cuentan que ese abrazo que se demoró 33 años, ya terminó. Pero Nélida y Alejandro todavía no se sueltan. Ya nunca lo harán.

Fuente: Infobae

Actualidad

La historia de Chicho, el novillo de 500 kilos al que le festejan el cumpleaños con una torta de galletitas

En el campo es temporada de pariciones, y suele ser habitual que muchos terneritos queden solos en el lote. A veces una vaca se muere teniendo cría y otras, como en el caso de Chicho, no lo reconoce como propio y lo abandona.

Chicho de todos modos, tuvo buena suerte. Fue rescatado, y durante los primeros seis meses de vida fue tratado como una mascota. Mimado en el patio de la casa de la familia de Greta, en Ascensión, cerca de Junín, tuvo de mejor amiga a una gata; y ahora devuelve parte del amor que recibió ayudando a Raúl, a arrear la hacienda en los potreros.

“Es fanático del pan y del tomate”

Aunque ya pasaron años desde que Chicho está en el campo con sus pares, sigue respondiendo cuando lo llaman y disfruta mucho de que le festejen su cumpleaños con una torta hecha a base de “maíz y algunas galletitas”.

Está a 12km de casa así que voy en auto o en bici a verlo todos los días. Viene, nos acostamos y se duerme un ratito. Lo mimo, le doy de comer y después se va con el resto de la hacienda”, le contó Greta Tanzi a TN, y confesó que no imaginó que su vínculo se volvería viral en las redes.

Fue su tía la que le sugirió abrir una cuenta de Instagram donde mostrar los momentos únicos de esa amistad particular. “Hay gente de Alemania, de Francia, de Estados Unidos que nos dejan comentarios. Por ahí hay un poco de hate y me da bronca que digan que lo queremos comer porque es nuestra mascota, pero no sigo tanto el hate, me quedo con los mensajes lindos”, dijo.

Si bien Chicho ya es un novillo de 500 kilos, sigue recibiendo un trato especial y disfruta de comer “limón, naranjas y galletitas”. “Es fanático del pan y del tomate también, pero somos muy cuidadosos con las cantidades para que no le haga mal”, indicó Greta.

“Somos muy felices cuando lo vamos a visitar”

“Nos sigue como los perros. Cuando llegamos al campo con la chata, le pegamos el grito y se viene. Es nuestro perrito gigante”, aseguró la joven que considera que “tener un animal así de mascota, es lo más lindo”. “Es llamativo cómo entiende cuando mi papá quiere mover a los animales. Él se pone atrás de mi papá y guía al resto de la hacienda para ayudar”, relató.

Greta define como una “conexión increíble” la amistad que tienen, y asegura que será su “mascota toda la vida”. “En mi familia somos muy felices cuando lo vamos a visitar, y pasamos tiempo juntos. Conocerlo más de cerca, ver que no tiene maldad, que es dulce, cariñoso y compañero, es hermoso”, reflexionó junto a TN.

Fuente: TN

Sigue leyendo

Actualidad

Así se come en el bodegón con la milanesa más grande de Buenos Aires: el precio es increíble

La Ciudad de Buenos Aires es uno de los grandes polos gastronómicos del país y los bodegones son una parada infaltable para los fanáticos de la buena comida: en el barrio de Liniers, a tan solo metros del estadio de Vélez Sarsfield, se emplaza El Ferroviario, que cuenta con platos abundantes y la milanesa como especialidad. Además, su precio es accesible teniendo en cuenta que se puede compartir hasta con cinco personas.

Aquellos que tuvieron la oportunidad de degustar los platillos aseguran que los cortes de carne son de primera calidad: los mozos, incluso, la cortan con cuchara delante de los comensales. El restaurante ofrece hasta 13 especialidades diferentes de ternera y todos ellos vienen acompañados de una guarnición. De hecho, en la propia carta aseguran que los propios camareros conocen los tamaños de las porciones y que están acostumbrados a realizar recomendaciones.

Lógicamente, suele ser necesario llamar por teléfono para realizar reservas debido a la amplia demanda, sobre todo los días en los que el Fortín hace de local: el establecimiento se llena de fanáticos al final de cada encuentro. El horario de atención del local, que está ubicado en Avenida Reservistas Argentinos 219, abre de martes a domingos de 12 a 16 y de 20 a 1.

El Ferroviario: de las carnes que se cortan con cuchara a los 13 tipos de milanesa

Los habitúes de El Ferroviario piden empanadas de carne cortada a cuchillo a modo de entrada casi como si fuese un ritual, y el surtido de achuras también es numeroso -incluye mollejas, chinchulines y riñones-. Entre los platos principales, el matambrito ($23.200), el bife de lomo ($30.200), la entraña ($33.900) y el pechito de cerdo ($18.000) se destacan por su sabor y por ser algunas de las opciones más elegidas.

En cuanto a las milanesas, la clásica cuesta $12.000; la napolitana, que tiene jamón, muzzarella y salsa de tomate, tiene un valor de $16.810; la suiza, $15.210; la completa, con cuatro huevos fritos, está $12.890; la maryland, con jamón, morrón, arvejas, salsa de choclo y banana frita tiene un precio de $18.400; a la pizza, $18400; la fugazzeta, con cebolla, muzzarella y orégano, $18.400; y la riojana, con huevo frito, arvejas, panceta y morrón, $18.400.

Al mismo tiempo, hay otras dos opciones menos populares pero igual de ricas: la parmitiere, que posee salsa blanca, jamón, morrón, champignones y salsa demi-glace, que vale $18.400; y la Alaska, cubierta con humita y con guarnición grissete, para la que también hay que desembolsar $18.400. La más famosa, por supuesto, es la que lleva el nombre del bodegón, que tiene salsa blanca, verduras salteadas, muzzarella, rodajas de tomate y queso parmesano ($ 18.400).

En la carta, los propios dueños del establecimiento proponen que, si hay un grupo de cuatro sentado en una de las mesas del amplio salón, los agasajados prueben el asado entrerriano con vacío y matambre, que se cocina a lo largo de seis horas. Los que decidan asistir al restaurante pueden dejar el auto en el estacionamiento que está ubicado en el ingreso y también hay juegos para que los más chicos disfruten antes de recibir la comida.

El menú ejecutivo, que consta de bebida, entrada, plato principal -con 20 alternativas distintas- y postre o café, tiene un costo de $12.000 en efectivo, aunque el valor sube a $14.000 con otros medios de pago. La temática de trenes decora un ambiente ideal para festejar cumpleaños, reuniones familiares y otros eventos rodeado de seres queridos y amigos.

Fuente: TN

Sigue leyendo

Actualidad

Se horrorizó por la marea de botellas en el Río de la Plata y ahora fabrica anteojos con plástico reciclado

“Salí a correr por el vial costero del Río de la Plata, y me sorprendí con una triste imagen: la marea baja dejaba ver decenas de botellas de plástico acumuladas entre la espuma y la tierra negra de la costa”, recordó Malcolm Rendle en diálogo con TN sobre el día de 2017 que le cambió la vida.

El emprendedor nacido y criado en el bajo de San Isidro acababa de volver de vivir un tiempo en Barcelona, “donde ya había cinco tachos para separar los residuos, cuando en la Argentina apenas se hablaba de reciclaje”. Por eso, se le ocurrió crear una marca de anteojos de sol hechos con plásticos reciclados, Bond Eyewear, con la idea de “abrir los ojos de las personas” sobre la problemática y la importancia de cuidar el planeta.

“El principal desafío sigue siendo abrirles los ojos a las personas respecto a la contaminación por plásticos y, tal como el nombre de marca indica, generar un ‘vínculo’ entre los consumidores y el ambiente”, dijo el emprendedor.

Rendle se dedicaba al marketing y tuvo que adentrarse tanto en la temática del reciclaje y la economía circular como en la industria de las gafas. Con sus ahorros, se compró una impresora 3D y comenzó a triturar botellas de plástico y diseñar sus primeros modelos. “Tardaba unos 40 minutos en hacer un armazón, me la pasaba en casa imprimiendo e imprimiendo, hasta 12 pares por día”, explicó.

Para incentivar el reciclaje, se le ocurrió ofrecer un descuento de 2% por cada kilo de plástico domiciliario que le traían sus clientes. “Con 50 kilos, se llevaban unas gafas sin cargo. Eso de pagar con plástico es una idea que seguimos manteniendo hasta el día de hoy”, dijo Rendle.

“La idea es incentivar las prácticas de reciclaje y hacer reflexionar sobre la cantidad de residuos plástico que generamos. No se puede ir en contra de una industria tan grande como la es la del petróleo y la del plástico, pero tratamos de educar y atacar el problema más arriba, para que el plástico no termine en los ríos y océanos”, afirmó Rendle.

Siete años después, la impresora fue relegada a simple pieza de exhibición en su oficina. Hoy en día los 800 pares de anteojos que Bond produce por mes son fabricados en una planta, con moldeo por inyección y corte CNC de 5 ejes. Para fabricar un par de anteojos se necesita una botella plástica, y Rendle calcula que ya lleva recicladas y convertidas en accesorios unas 70 toneladas de plástico.

Rendle se asoció con una de las principales plantas de reciclado del país y estima en 130.000 kilos la cantidad total de plásticos que le llevó con su emprendimiento, que supera su producción. “Nosotros usamos una parte ínfima de lo que conseguimos y el resto queda a disposición para otras industrias”, dijo.

El emprendedor incursionó además en los biomateriales y desarrolló otra línea de anteojos hechos con resinas vegetales que son totalmente biodegradables y compostables. “Esto demuestra que se puede fabricar algo desde cero sin afectar a las próximas generaciones”, comentó.

Al meterse en el rubro de las ópticas, Rendle descubrió otra fuente de contaminación. “Los armazones que probamos tienen una lentilla de plástico que se saca y se tira cuando se le pone la graduación. Eso multiplicado por la cantidad de ópticas y la cantidad de armazones que se venden al año, es un número exorbitante. En la Argentina son 220 mil kilos al año, según un estudio que hicimos”, reveló. Por eso, armó una red de ópticas sustentables que recolectan las lentillas y luego Rendle las recupera cuando les entregan su mercadería. “Las procesamos y transformamos en productos de la marca, entonces también estamos generando valor a partir del rubro óptico”, sostuvo.

El plástico, un problema mundial

Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), anualmente se producen en el mundo más de 400 millones de toneladas de plástico y apenas el 9% de los desperdicios es reciclado.

Se estima además que cada año llegan a los océanos unos 11 millones de toneladas de residuos plásticos, que causan la muerte de un millón de aves y 100.000 animales marinos por año. El plástico puede tardar hasta 500 años en degradarse y cuando lo hace, forma microplásticos que están en todos lados: desde las heces de focas de la Antártida hasta en nuestra sangre.

Cada argentino produce 55 kilos de desechos plásticos al año, y según datos del CEAMSE, los residuos plásticos representan el segundo grupo de importancia (18,82 %) de los residuos sólidos que reciben en el AMBA y Gran La Plata. Por eso es clave su valorización y reinserción en el circuito productivo. La Cámara de la Industria de Reciclados Plásticos (CAIRPLAS) afirma que se reciclan en el país cerca de 258.000 toneladas anuales de plásticos.

La batalla contra el fast fashion

Los lentes también son accesorios de moda y la moda es una de las industrias más contaminantes del planeta. Para tratar de “romper el círculo vicioso del fast fashion” y reducir el impacto de su marca, Malcolm decidió tomar como parte de pago los modelos viejos de su marca que le traen sus clientes. “Para evitar que se quede en un cajón, ese producto lo volvemos a valorizar, le sacamos las bisagras, le sacamos todas las partes que se pueden reciclar, lo trituramos en frente de la persona y creamos otros anteojos con ese material”, sostuvo.

Además, el emprendedor apunta a las colecciones cápsula -muchos modelos distintos, pero pocas unidades- para “generar más variedad que cantidad y darles a los clientes un sentimiento de exclusividad”. También trabaja en la creación de otros productos, como bolsos y camperas de poliéster reciclado, y hasta hizo los pisos de su local de San Isidro con un desarrollo propio de terrazo sustentable, que mezcla cemento blanco con plástico triturado.

Por su labor, Rendle fue elegido como Joven empresario 2024 en los premios Ciudad Productiva Joven que organiza la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (FECOBA), junto a la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), siendo ganador en todas las categorías de Impacto Social, Creatividad y Diseño, Relevo Generacional, Desarrollo Empresarial, Innovación y Tecnología e Internalización.

“Fue muy lindo porque fue una convocatoria en la que participaron unos 60 proyectos con un nivel altísimo. Haber competido y ganado entre tanto talento argentino es un orgullo muy grande, y me da la pauta que hay que seguir apostando este tipo de productos con historia y hacer parte a los clientes”, sostuvo.

Rendle sigue corriendo a diario en la orilla del Río de la Plata, de hecho hasta vive en frente del agua. “Veo la cantidad de plásticos y botellas que hay y combatir eso es muy difícil. Si bien sé que con Bond no voy a cambiar el mundo, espero contagiarle al otro que le moleste ver esa botella flotando. Porque si le molesta a la larga va a hacer algo contra eso, es una cuestión de tiempo. Pero bueno, el tiempo apremia”, dijo.

Sin embargo, el emprendedor no pierde la esperanza de que se pueda “inspirar a otras personas y empresas a construir un futuro más sostenible, porque entre todos el cambio es posible”.

Fuente: TN

Sigue leyendo
Advertisement

Nuestro Clima

Facebook