En 2008, Marie Adler, una joven de 18 años, fue agredida sexualmente en el apartamento donde vivía en la ciudad estadounidense de Lynnwood. Un hombre entró por la ventana y la violó, después de atarle las manos y amenazarla con un cuchillo. Tras acudir a comisaría a denunciar lo ocurrido y al hospital para que le hicieran las pruebas correspondientes, la propia policía comenzó a cuestionar el relato de Marie hasta hacerle firmar una declaración en la que se la acusaba de denuncia falsa. Un par de años después, dos mujeres detective cruzan los datos que ambas tienen sobre los casos de violación que están investigando y encuentran varias similitudes. Cuando por fin dan con el agresor, que resulta ser un violador en serie, descubren que Marie estaba entre sus víctimas. Ella siempre dijo la verdad, pero nadie la creyó.
Este es el argumento de la serie Unbelievable (Creedme), que acaba de estrenarse en Netflix y que ya va camino de convertirse en una de las series del año. Basada en la historia real narrada en un artículo de T. Christian Miller y Ken Armstrong publicado en 2015, que acabaría ganando un Premio Puliltzer –y que también ha sido publicado en forma de libro–, Creedme es uno de los retratos más certeros y sensibles de lo que puede llegar a pasar una víctima de violación si el sistema –e incluso su propio entorno– ponen en duda su testimonio y deciden no creerla. La soledad con la que se encuentra la víctima, los estereotipos asociados a cómo debería comportarse después de la agresión, la culpa y la vergüenza, la obligación de repetir el relato de los hechos una y otra vez o la frialdad del examen médico posterior son algunos de los elementos que aparecen retratados en la serie de una forma tan cruda que, por momentos, se hace complicada de ver, a pesar del tacto y la sensibilidad con la que se narran todos los detalles de la historia.
Creedme es una serie dura, pero necesaria. El nombre del personaje de Marie Adler –interpretado por Kaitlyn Dever– es ficticio, pero prácticamente todos los detalles que aparecen en la serie sobre su caso, son reales. Su verdadero nombre nunca fue revelado y siempre apareció bajo las iniciales D.M. La joven de la serie, como la de la vida real, había pasado la mayor parte de su vida en casas de acogida y, al cumplir los 18, se había mudado a unos alojamientos que facilitan el tránsito de estos menores a la vida adulta, para que logren vivir de forma independiente. Tras encontrar pequeñas inconsistencias en el relato de los hechos que hizo Marie, la policía de Lynnwood la amenazó con que podría perder su alojamiento si se descubría que su denuncia no era cierta. Asustada, prefirió retractarse y decir que había mentido antes que arriesgarse a quedarse sin hogar. Todo el primer capítulo deja en evidencia los prejuicios de los policías hacia una joven que ha tenido una vida complicada y de la que prefieren pensar que se está inventando la historia para llamar la atención, antes que decidir investigar lo que realmente le ocurrió.
Igual de reales que Marie, son los personajes de las detectives Stacy Galbraith y Edna Hendershot, aquí bautizadas como Karen Duvall y Grace Rasmussen, y a las que dan vida las actrices Merritt Wever y Toni Collette respectivamente. Ellas son la otra cara de la moneda: sensibles antes la agresión sexual, respetuosas con la víctima, comprometidas con la investigación de los hechos y, sobre todo, convencidas de la veracidad de lo que las chicas a las que toman declaración les cuentan. Ambas investigan violaciones en Colorado y serán ellas quienes atarán cabos hasta dar con el hombre que ha agredido sexualmente a más de una decena de mujeres en diferentes ciudades, entre ellas, a Marie Adler.
Creedme es una serie importante, no solo por la forma en la que retrata algo tan complejo como una violación, sino porque no tiene miedo a enfrentar temas espinosos –como la diferencia de trato a las víctimas por parte de unos policías y otros, poniendo el acento en la violencia que utilizan los hombres– ni a derribar clichés fuertemente arraigados en la sociedad –mostrando, por ejemplo, que no importa la edad, clase o etnia de una mujer ni cómo vaya vestida o qué esté haciendo, porque cualquiera puede ser víctima de una agresión sexual–. Y lo hace sin valerse del morbo, sin mostrar desnudos explícitos que vulneren de nuevo la experiencia de las víctimas, y haciendo pedagogía sobre un tema muy importante: que cada víctima expresa el dolor y el sufrimiento de formas muy diferentes y que este no puede ser un indicador para juzgar si dice la verdad o no.