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El 30% de los jóvenes no estudia ni trabaja: qué hay detrás del número que define a la “Generación Ni Ni”
En un centro barrial de Moreno, en el oeste del conurbano bonaerense, funciona un aula equipada con algunas computadoras donadas. No es una oficina de empleo y tampoco un centro educativo formal. Es, para muchos jóvenes, el único punto accesible de conectividad donde pueden cargar un currículum, completar un formulario o buscar un curso gratuito. Joaquín, de 19 años, vive en una zona donde no existe una oferta formativa laboral estable. Cuando consigue un trabajo temporal deja de asistir; cuando ese trabajo termina, vuelve al centro barrial con la intención de retomar algo pendiente. Su historia, breve y fragmentada, refleja un fenómeno que atraviesa a casi dos millones de jóvenes argentinos.
El Observatorio de la Deuda Social Argentina (de la Universidad Católica Argentina) confirma que el 30% de los jóvenes entre 18 y 24 años no estudia ni trabaja y que esta proporción se mantiene casi sin cambios desde hace más de una década.
La tasa crece si la medición se extiende hasta los 30 años y se vuelve especialmente crítica entre los sectores de menores ingresos. La OIT (Organización Internacional del Trabajo), en su último informe sobre empleo juvenil, señala que uno de cada cinco jóvenes en América Latina está fuera del sistema educativo y laboral, pero la Argentina supera ese promedio debido a las características de su mercado laboral, la informalidad extendida y los años de estancamiento económico.
Las más perjudicadas
Los datos advierten también que la debilidad arranca mucho antes de los 18 años. Solo uno de cada diez estudiantes termina la secundaria a tiempo y con aprendizajes adecuados en lengua y matemática. Entre quienes no logran completarla, la mayoría pertenece a hogares donde los ingresos no cubren las necesidades básicas. En los barrios más vulnerables, la conectividad es intermitente: casi un cuarto de los hogares no ubicados en grandes centros urbanos no tiene acceso estable a internet, lo que afecta tanto la continuidad escolar como la búsqueda de empleo y el acceso a cursos.
En el caso de las mujeres jóvenes, las investigaciones de CIPPEC sobre cuidados muestran que el 67% de quienes no estudian ni trabajan realiza tareas domésticas o de cuidado no remunerado, y que el 95% de esas tareas está concentrado en mujeres. Esa responsabilidad explica buena parte de la brecha de género en la participación laboral juvenil y expone otro dato estructural: sin políticas de cuidado, la desigualdad educativa y laboral se amplía.
Estas condiciones reproducen una tendencia que se percibe en casi todas las provincias: jóvenes que entran y salen del sistema educativo, alternan empleos precarios, se hacen cargo de tareas familiares y encuentran muy pocas ofertas formativas compatibles con horarios irregulares, traslados largos o recursos limitados. En el centro barrial de Moreno, las coordinadoras del espacio explican que muchos abandonan un curso porque sus horarios cambian semana a semana, porque deben cuidar a un hermano o a un hijo, o porque el costo del transporte hace inviable cualquier recorrido diario.
Fuente: TN
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Vivía en un country de Zona Norte, vendió su casa en 24 horas y volvió a su pueblo: “El campo me salvó”
Andrea Aira (36) vivía en un country de Zona Norte con su familia, y trabajaba en una inmobiliaria. Cuando los gastos fijos fueron difíciles de sostener jamás creyó que en Saladillo, su ciudad natal, iba a reencauzar su vida.
Pasó de estar rodeada de mansiones, el asfalto perfectamente señalizado y la visita de los carpinchos en el patio, a convivir con el verde de la llanura bonaerense, los pozos de los caminos rurales y el olor de la hacienda.
Por una propuesta laboral de su hermano se bajó de los stilettos que usaba para vender propiedades, y ahora todos los días se pone las botas para trabajar en el campo.
“Jamás imaginé volver a vivir en el pueblo”
“Yo era de las que veía bosta y sentía asco, y hoy no hay nada que me haga más feliz que llegar a casa y estar llena de tierra. Volví triste a mi pueblo, y cuando descubrí el campo, me enamoré”, contó en diálogo con TN.
Cuando se instaló en Saladillo, Andrea trabajó en marketing; hizo tareas administrativas en una panadería que tenía unos 20 empleados; y su hermano le propuso ocuparse del campo. Lo que al principio le pareció una idea descabellada, hoy es el leit motiv de sus días.
“Por estar en el rubro, la casa del country la vendí en menos de 24 horas. Jamás imaginé volver a vivir en el pueblo, me aburría acá y empecé a pensar qué podía hacer. Por mi hermano empecé completando planillas, pagando a provedores y él se dio cuenta que yo podía hacer más cosas”, detalló Andrea.
“Eso que muestro en redes es lo que soy”
Su transformación fue rotunda. Antes todo “le daba impresión”, y después de animarse a “ensillar sola un caballo” empezó a incorporar más actividades del agro.
“Cuando me separé empecé a ir al campo, y el campo me salvó porque siempre hay algo para hacer. Si no lo hubiese tenido, iba a seguir tirada en el sillón, y si me preguntás, no vuelvo más a Capital. Yo no podía ni ver una jeringa, y ahora vacuno, curo a los terneritos... Hago todo menos tacto”, dijo.
Andrea asegura que aprendió “desde cero”, y que a las hectáreas de su familia había ido, como mucho, dos veces en su vida.
“Eso que muestro en redes, es lo que soy. En los pueblos se necesita gente para trabajar, y no es necesario tener tierras. Laburo hay, y lo que hay que tener es ganas de aprender”, reflexionó.
Fuente: TN
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Trabajó como plomero, soñaba con cantar y ahora llegó al Colón: “Al principio no entendía nada”
Cumplir sueños no es nada fácil. El proceso, menos todavía. Marcelo Gómez pasó toda su infancia con un solo objetivo en mente: cantar, pisar escenarios, cautivar oídos. Pasó noches y noches imaginando que eso llegaría algún día.
Y se le cumplió. Hoy, con 45 años, no solo siente los nervios y la emoción de ese niño que alguna vez fue cuando se para frente a cientos de personas, sino que también es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él.
La primera puerta: una voz que marcó un destino
Marcelo tenía apenas siete años cuando escuchó por primera vez a Pavarotti. No sabía exactamente qué era esa música, pero la impresión fue tan profunda que él mismo la describió como una revelación. “A esa edad, algo se me abrió en la cabeza, como una suerte de puerta que nunca más se cerró”, explicó en diálogo con TN.
La escena nació casi por azar. En un local de discos, su padre eligió un CD de Julio Sosa, uno de Julio Iglesias para su mujer y otro de Jazzy Mel para su hermano. Dentro de esa mezcla, apareció el cantante italiano para Marcelo.
El eclecticismo era total, pero la semilla estaba plantada. Con el tiempo llegaría la fascinación por los Tres Tenores y una certeza que se fue afirmando en silencio: él quería cantar así. “Al principio no entendía nada, ni de la imagen de Luciano, ni del idioma”, admitió. “Pero esa voz me cautivó, me enamoró. Algo en mí dijo: esto es lo mío”.
Un camino con desvíos, trabajo y decisiones difíciles
Marcelo creció en Bernal, en un hogar humilde y trabajador. Estudió en la IMPA, donde se recibió de técnico electrónico, y luego inició estudios musicales en el conservatorio. Sin embargo, la vida le impuso responsabilidades tempranas.
Su padre falleció cuando él tenía 21 años. Entonces tuvo que dejar parcialmente los estudios para trabajar y sostener la casa. Ana María, su madre , trabajaba como peluquera; su hermano menor, Juan Manuel, aún estaba en el secundario, y Gabriela, su hermana mayor (con parálisis cerebral que requiere ayuda para absolutamente todo), tuvieron que reinventarse y formaron una red fuerte e inquebrantable.
“Me encontraba estudiando ingeniería electrónica, haciendo laburos de plomería y sentía que no era mi lugar”, contó. “Yo quería cantar. Pero también tenía que trabajar y ayudar a la familia. Era una tensión constante”, explicó.
La decisión de abandonar una carrera estable para apostar al canto fue enorme. Pero lo hizo. En 2012, “ya de grande”, como contó, ingresó al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. El comienzo tampoco fue fácil: tenía a su hija pequeña Valentina (hoy de 15 años) una familia propia que mantener y la organización de los tiempos no iba acorde a su agenda musical.
Tres años más tarde entró al coro como contratado. Y, como si fuera poco, a finales del 2019 ganó el concurso para quedar como tenor estable del Colón.
“Fue un sueño cumplido”, dijo. “Y pocos días después vino la pandemia”. No hubo estreno ni celebración, pero el logro estaba ahí, escrito en piedra. Luego de la cuarentena Marcelo pudo desarrollar su labor, ahora formalmente como tenor.
Alemania: el viaje imposible que el barrio hizo posible
Uno de los momentos más emocionantes de su historia ocurrió en 2009 cuando tuvo la posibilidad de participar de la Competizione dell’ Opera, que se desarrollaba en Bremen, Alemania. Marcelo nunca había volado en avión. Tampoco podía pagar el pasaje. La oportunidad parecía escaparse.
Hasta que ocurrió algo que él aún nombra con una mezcla de gratitud y sorpresa: sus vecinos de Bernal hicieron una colecta.
“La organización del evento te brindaba hospedaje, pero no el viaje. Yo no tenía como bancarlo, pero mis vecinos, que se hicieron eco de lo que me estaba pasando, me bancaron y pagaron el vuelo entre todos. Fue emocionante. ¿Cómo no voy a estar agradecido? Ese gesto me lo llevo para siempre”, recordó entre lágrimas.
Como si fuera poco, Marcelo logró llegar a la semifinal. El viaje se convirtió así en un símbolo: no era solo su triunfo, era el de todos los que lo empujaron para que pudiera dar ese salto.
El canto y Carolina, sus dos amores
La ópera llevó a Marcelo no solo a poder trabajar y dedicarse a eso, sino también a conocer al amor de su vida: Carolina.
“Lo loco es que con Caro nos conocimos trabajando, porque hacíamos una obra juntos, y si bien comenzamos siendo muy amigos, ese vínculo fue para más”, contó el tenor.
Como si fuera poco, no solo se casaron, sino que montaron un espectáculo llamado Sr. y Sra. Gómez, porque literalmente ambos tienen el mismo apellido, donde muestran las versatilidades, alegrías e incluso conflictos que un matrimonio puede atravesar.
“Yo soy un tipo común, que lleva una vida con su esposa, discute, se reconcilia, y que con ella comparte un hijo de un año. Todas esas cosas son las que se ven en este espectáculo, que está acompañado de nuestro canto”, explicó.
Volver al IMPA: cantar donde todo empezó
Años después, uno de sus ex profesores, de los primeros que logró ver el talento en Marcelo y que lo convenció para que se dedique al canto, lo invitó a la feria de ciencias del IMPA, su viejo colegio. El tenor aceptó sin dudar. Conoció a la banda escolar, habló con alumnos, y al final, lo esperaron para escucharlo cantar.
Interpretó Aurora, el Himno Nacional y varias arias de ópera. Los pasillos del colegio se llenaron de voces sorprendidas, celulares grabando, aplausos espontáneos. Incluso un video del momento circuló por los grupos de WhatsApp del barrio. “Fue impresionante. Me emocionó volver a ese lugar con la música que me llevó tan lejos”, reconoció.
El círculo volvía a cerrarse: el joven que soñaba con cantar en escenarios enormes estaba ahí, de regreso, cantando para chicos que quizás se vean reflejados en él.
Llevar la ópera a las escuelas: un proyecto que “sale del alma”
Desde hace algunos años, Marcelo impulsa una iniciativa junto a colegas del Colón: llevar la música lírica a jardines y escuelas primarias. De manera gratuita. Sin sponsors fijos. Con las ganas como motor.
“No lo veo como un proyecto formal. No es para hacer un negocio, es para compartir. Sale del alma”, aclaró.
El equipo incluye un barítono, una mezzosoprano, una soprano y él como tenor. Llegan con parlantes, micrófonos y un pequeño guion en el que explican qué es y cómo funciona cada cuerda vocal. Luego cantan arias famosas: la del Barbero de Sevilla, la Habanera de Carmen, O mio babbino caro, Nessun dorma.
Marcelo es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él. (Foto: TN / Leandro Heredia)
A veces consiguen pequeños aportes del barrio para cubrir viáticos. Otras veces, lo hacen completamente a pulmón. Pero siempre se van con la sensación de haber sembrado algo.
Marcelo sabe por experiencia propia que un niño puede escuchar una voz y descubrir un mundo nuevo. “Quiero que algún chico tenga esa misma oportunidad que tuve yo”, expresó.
Fuente: TN
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Nacieron siamesas, las separaron a los cinco meses y ahora brillan en el deporte: “Nos cambió la vida”
El embarazo de María fue tranquilo y deseado. Sabía que había chances de que sea gemelar ya que en la familia había varios casos. Lo esperaba o, al menos, lo sospechaba. Sin embargo, lo que nunca creyó que podía pasar era que sus hijas, en realidad, iban a ser siamesas.
Jazmín y Ludmila Soria llegaron al mundo con 34 semanas de gestación en medio de una cesárea programada. El itinerario para su arribo ya estaba marcado: su mamá debía quedarse en el hospital y ellas serían trasladadas al Garrahan de urgencia para recibir la asistencia especializada necesaria.
“La noticia nos la dieron al tercer mes con una ecografía. La médica nos derivó a un hospital de alta complejidad y comencé con los controles en la Maternidad Sardá. Ahí empezó todo el operativo para su llegada, pero fue un embarazo normal, yo tengo dos chicos más grandes y fue igual, solo que con más controles por ser de alto riesgo”, resalta María en diálogo con TN.
Cuando las bebas llegaron al mundo, todo había cambiado en sus vidas. La familia ahora debía adaptarse a esta nueva realidad. “Cuando las llevaron a la terapia intensiva del Garrahan estuvieron internadas, ambas intubadas y con respirador durante cinco días. Después las pasaron a neonatología”, explicó.
Poco después, finalmente, llegaría la gran noticia del alta médica. La familia volvió a casa y comenzaba la travesía de maternar dos nenas juntas.
Sin embargo, la fragilidad de sus cuerpitos comenzó a pasarles factura. Al tercer mes, Ludmila empezó con problemas respiratorios y debieron hospitalizarlas nuevamente. Las constantes complicaciones de la pequeña hacían enfermar a su hermanita y no había mejoras.
La situación, que cada vez se complejizaba más, llevó al Comité de Ética del hospital a acelerar los procesos: si bien cuando nacieron establecieron que las nenas iban a ser separadas al año y medio, tuvieron que adelantar la cirugía y a los cinco meses Ludmila y Jazmín fueron operadas.
El procedimiento duró horas y fue de altísimo riesgo, pero las pequeñas salieron triunfantes: “Cuando las vi salir a las dos sentí un alivio increíble”, recordó María.
Ahora comenzaba una vida separadas, con muchos cuidados, controles y enfermedades. Hubo internaciones, malos momentos y miedo, pero siempre, unidas, pudieron avanzar.
La infancia, el bullying y una salida
El deporte apareció en la vida de las hermanas a sus nueve años. “Queríamos hacer algo porque íbamos al colegio, volvíamos y nada más. Fuimos al Polideportivo de Almirante Brown y vimos que había para hacer bastantes cosas adaptadas. Yo arranqué en la escuelita de básquet y Ludmi en bochas y natación”, contó Jazmín a TN.
Así empezó el recorrido y el amor por el deporte. “Empezamos a venir todos los días de semana y gracias a eso estuvimos en muchos torneos. Hoy tengo la suerte de jugar en el equipo de tercera división y también en primera. Pude ir a muchos bonaerenses con básquet, atletismo y vóley sentado”, agregó.
Inclusive, hace muy poco, Jaz pudo participar de un torneo Panamericano Juvenil en Chile, como primera experiencia internacional y representando a la selección. De allí volvió al país con la medalla de bronce. “Venía estando convocada, pero este fue el primero y fui una de las cuatro elegidas”, contó.
Luchi, por su parte, se centró en bochas y se incorporó a un grupo de su edad. Además, también fue citada para representar al país con su deporte.
En ese sentido, las chicas reconocen al deporte, y especialmente al Polideportivo, como su segundo hogar. “Me emociona de solo pensarlo, este se volvió un lugar donde nos pudimos refugiar porque no tuvimos una infancia normal”, resaltó Jaz entre lágrimas y agregó: “Nosotras venimos acá y nos olvidamos de absolutamente todo, estoy totalmente agradecida”.
También Ludmi lo sintió como un lugar seguro: “Yo en la primaria sufrí bullying y el deporte me ayudo a fluir conmigo misma y estoy muy agradecida también".
Las hermanas Soria, que no dejan de brillar en el club, saben que están más unidas que nunca y reconocen el significado de la una para la otra. “Ludmi es todo, es prácticamente mi otra mitad, siempre fuimos muy unidas, siento orgullo por ella, siempre voy a estar orgullosa porque la quiero muchísimo, es todo, siempre que no estoy con ella, siento que me falta algo”, sostuvo Jaz emocionada.
Su hermana no tuvo reparos tampoco en devolver los halagos: “Para mí ella también es todo, siempre estamos muy unidas, siempre que falta pienso ‘qué aburrimiento’, es lo más”.
El deporte y el futuro
Ambas sueñan con seguir dedicándose a sus pasiones, pero también quieren trabajar. “Quiero hacer una carrera y apostar a un trabajo donde me dé tiempo de dedicarme al deporte, algo de Inteligencia Artificial o ligado a la tecnología, me veo trabajando y haciendo deporte porque uno de mis sueños, que no cumplí todavía, es llegar a la selección mayor y ganar un título”, contó Jazmín y Ludmila se sumó a este deseo.
Las hermanas, además, incitaron a que otros, que quizás atraviesan su misma situación, se animen: “Hay una cantidad inmensa de deportes adaptados, te cambia la vida, no solo a mí y a ella, sino que vemos muchas historias en el polideportivo”, insistió Jaz y Luchi agregó: “Además de aportarte salud, podés conocer otra gente, yo soy muy feliz acá”.
Para María, la vida de las chicas dio un vuelco total desde que se involucraron en la parte deportiva: “Arrancamos creyendo que era solo para divertirse y hoy se sienten satisfechas“, aseguró con una inmensa sonrisa.
“Mi deseo es que sean felices siempre, hagan lo que hagan, me gustaría que puedan cumplir sus metas, estudiar, ser buenas personas. Nunca pensé que iba a pasar todo esto, creí que iban a estar en silla de ruedas, en mi casa, nunca imaginé, con todo lo que superaron, que iban a hacer todo lo que hacen hoy en día y todo lo que nos hacen vivir como familia”, resaltó la mamá.
Además, insistió en que las chicas también la ayudaron a formarse a ella. “Sus vidas no son fáciles, tienen una discapacidad motriz, pero tenerlas es un orgullo, son mis hijas, cuando me preguntan por ellas me dan ganas de contar por todo lo que pasaron”, insistió y completó: “Hoy están firmes, le dan batalla y quieren seguir estudiando, haciendo deporte, eso me hace bien, me siento orgullosa, creo que hice las cosas bien como mamá”.
Un pedido desesperado
Hace cinco años Ludmila recibió la silla de ruedas que usa actualmente, pero se fue deteriorando con el tiempo y en los últimos días directamente dejó de funcionar, por lo que ahora, necesita ayuda. La silla, que tiene un comando para manejarla con la mano, es su única autonomía debido a su discapacidad motriz. Sin embargo, hoy la familia no tiene respuesta por parte de la obra social.
Jaz, por otro lado, usa prótesis para ir y volver de la escuela, si bien no hace tramos largos porque como tiene una desarticulación de cadera se cansa, igualmente camina con bastones canadienses. Ella también tiene una silla pedida a la prestadora médica, pero le quieren dar una que no es lo que está indicada por su médica.
Actualmente, la familia inició acciones legales contra la obra social del personal de maestranza debido a que no cumplen con lo solicitado.
Dentro del amor por el deporte, la fortaleza que forjaron, el profesionalismo y el acompañamiento, las hermanas siguen luchando contra la burocracia y el individualismo.
Fuente: TN
