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Contrajo una bacteria durante la cesárea y necesita una prótesis de US$10.000 para volver a caminar
 
																								
												
												
											Hace un año que la vida de Yamila, una mujer de 41 años, cambió por completo. Una bacteria que contrajo durante la cesárea de su último embarazo le provocó una artritis infecciosa de cadera y desde entonces no puede caminar.
Hoy, la única esperanza para recuperar su movilidad es una prótesis importada que cuesta cerca de 10 mil dólares. Sin embargo, el hospital de Lobos, donde se atiende, no logra conseguirla y la espera se hace eterna.
Todo empezó en octubre del año pasado, cuando internaron a Yamila en el hospital de Lobos porque no podía caminar. “Aparecía algo en la vértebra. Cuando me abren, ven que el fémur estaba todo comido por la bacteria. Mandaron a analizar todo y empecé con un tratamiento de antibióticos”, recordó, en diálogo con Telenoche.
Ante esa situación, le sacaron el fémur y le pusieron un espaciador, es decir, un implante temporal. “Me dijeron que iban a gestionar una prótesis, pero la volvieron para atrás. El traumatólogo me dijo que la prótesis es muy cara porque es importada”, explicó Yamila.
En ese contexto, la rutina en la casa de Yamila se dio vuelta. Nicolás, su hijo de 12 años, se convirtió en el sostén de la familia: cocina, limpia, lleva a sus tres hermanos al colegio y cuida al bebé. Hace lo que puede, mientras sueña con que su mamá vuelva a caminar.
“Nos cambió la realidad de un momento a otro. Yo tengo el bebé chiquitito y nunca pude atenderlo ni alzarlo; se tienen que hacer cargo de él. Hace un año y pico que estoy estancada. Me estoy perdiendo de todo”, lamentó.
Nico se levanta a las 6 de la mañana para acompañar a Facundo, su hermano que tiene autismo, y a Abril, otra de sus hermanitas. Después va al colegio y, cuando vuelve, se encarga de las tareas de la casa. “Me angustia mucho porque le gusta jugar a la pelota y cuando los amigos lo vienen a buscar, dice que no puede ir a jugar porque se tiene que hacer cargo de sus hermanos”, expresó.
La angustia de Yamila no es solo por ella. “Yo quiero volver a caminar para que mis hijos puedan volver a ser chicos -expresó-. Me da mucha pena. Nicolás tuvo que hacerse grande con esta situación. Yo quiero que él sea un niño, que haga cosas de niño”.
El propio Nicolás lo contó con una madurez que duele: “Me gustaría jugar en la Primera. Sacaría de todo esto a mi mamá y a mis hermanos”, dijo, sobre su anhelo de convertirse en futbolista profesional.
“Yo sueño que mamá camina, que vamos a la cancha, que me vean jugar a mí y que vamos a la plaza. El regalo más lindo que le pueden dar a mi mamá es que llegue la prótesis. Eso me gustaría”, cerró.
Fuente: TN
 
																	
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El único museo hippie del mundo está en Córdoba: guarda tesoros de Tanguito, los Beatles y hasta de Eva Perón
 
														¿Qué pueden tener en común las firmas de Eva Perón, los afiches de Hair, la guitarra de Tanguito o la tapa del primer disco de los Beatles? A simple vista casi nada, salvo que todas esas piezas conviven, juntas, en el primer y único museo hippie del mundo, fundado por Daniel Domínguez hace 25 años en San Marcos Sierras, un poblado serrano de apenas 5000 habitantes que algunos han bautizado como El Bolsón cordobés.
Cuenta la historia que Daniel se enamoró del lugar apenas puso un pie, en su más tierna adolescencia, promediando los 17. “Llegué por la revista Expreso Imaginario, por un artículo del periodista José Luis D´Amato -realizador del primer mapa turístico de la localidad y con quien compartió por entonces su puesto de artesanías-. Agarré la mochila y me vine. Después viví unos años afuera, anduve recorriendo el mundo, paseando, aprendiendo, nutriéndome”, cuenta en diálogo con TN.
Pero fue recién en 1995 que este “grandote” al que todos conocen y llaman por su apodo “peluca” -en alusión a una cabellera larga, canosa y cuidadosamente descontrolada que le suma unos centímetros más a su metro ochenta y pico- decidió echar raíces, afincarse definitivamente en el lugar y dar vida a su más ambicioso proyecto: un museo hippie con cientos de objetos propios y otros que le hacen llegar visitantes y amigos, que tiene su propio merchandising -compuesto por hierbas serranas, señaladores y un dado realizado en madera con algunas imágenes del Kamasutra , entre otros-.
Atrás había dejado su Villa Devoto natal, su infancia y adolescencia en Santos Lugares y Hurlingham, donde conoció al mismísimo Tanguito, quien le enseñó a tocar la guitarra y le regaló la que hoy exhibe en el Museo.
“Apenas me vine hice turismo aventura, llevaba a la gente a conocer los restos arqueológicos que hay en la región y fue por entonces que escribí mi tesis sobre el hippismo -la misma que puede conocerse mediante un video de siete minutos que pasa en un televisor de 20 pulgadas, de esos viejos, enormes, de tubo, en una de las salas del Museo- hice las inscripciones reglamentarias y comencé a juntar algunas de las cosas que hoy se exhiben en esta sala”.
A saber, sin repetir y sin soplar: manuscritos de canciones de rock, tapas de discos, discos, posters de recitales y películas, la guitarra de Tanguito y hasta un original de la tapa del diario Clarín del miércoles 26 de agosto de 2009 -donde se anuncia que tener marihuana para consumo no es delito-, descansan junto a obras originales de artistas locales como Marcia Schwartz o Marta Minujin, un manuscrito de Alfonsina Storni y una firma de Eva Perón, entre otros tantísimos tesoros.
Y aunque a simple vista, todos estos objetos parecen convivir sin lógica alguna, bajo la mirada de Peluca, las cosas comienzan a cobrar otro sentido. Porque adentrarse en su universo -y su relato- es como surfear distintas épocas y estilos musicales, y sumergirse en la historia del mundo, con todos sus matices, pasando por las drogas -teóricamente hablando- y las distintas formas de organización social, política y artística.
Al parecer, esa ductilidad como guía le viene heredada de su padre -“tenía el legajo número 8 de idóneo en turismo en la República Argentina, así que aprendí mucho de él”, afirma-. Las clases de teatro y su afición por la literatura hicieron el resto.
“Siempre me gustó escribir. También estudié teatro y eso me dio herramientas que utilizo en el museo. Trato de usar todos los recursos que tengo”, asegura tras reconocerse como un “autodidacta” que fue expulsado de cuanto colegio pisó, y sin ningún pudor, admitir: “siempre tuve problemas con la autoridad”.
Nada de todo esto le impidió, o mejor dicho, todo esto conspiró para que pudiera ser parte de la edición 2009 de ArteBa, a donde llevó uno de los tan típicos “nidos de loros que suelen verse por acá, el cartel del Museo Hippie, la bolsa de arte barato, copiada de un homenaje a la comunidad hippie de Bread and Puppet, y unos cuadros con soja y esqueletos que no fueron muy bien recibidos por los galeristas”, recuerda entre carcajadas.
Pero no parecen ser las luces de la ciudad ni los premios lo que motivan su existencia. De hecho, para llegar a su Museo hay que dejar el pueblo, adentrarse un poco en el monte y recorrer una especie de pequeño callejón arbolado que hace las veces de introducción de lo que vendrá. Hasta allí llegaron en estos 25 años muchísimos visitantes ignotos, y algunos famosos como María Rosa Yorio, Pappo -fiel a su estilo, solo para dejar en claro su pensamiento acerca de los hippies y retirarse sin siquiera empezar la visita-, parte de la agrupación La Renga y los historiadores Felipe Pigna y Félix Luna.
Y aunque para muchos esto podría significar un reconocimiento, a peluca parece no moverle el amperímetro. Lo suyo parece estar más bien ligado al mundo de las vivencias, y por supuesto, a las anécdotas que de ellas quedan, muchas de las cuales tienen que ver también con su paso por el cine -que lo encontró como productor y actor de la película “Pájaros volando” junto a Luis Luque, Diego Capusotto, Verónica Llinás y Alejandra Flechner, entre otros-; a las presentaciones que realiza con su banda de rock, que mutó de Peluca y los Optimistas a Los Optimistas; o a las que recopila desde hace años en este mundo que se ha construido a su medida y del que también forman parte sus tres hijos: Bruno -su hijo del corazón-, Oiverio -que vive en Catamarca- y Pericles, que ahora lo “segundea” en todo -como él mismo cuenta-, ya que de un tiempo a esta parte participa activamente realizando las visitas guiadas de lunes a miércoles.
El resto de los días -religiosamente entre las 11 y las 18 h- Peluca en persona atiende a los visitantes y muy generosamente los invita a ser parte de algo más grande que su propio universo, a dejar un mensaje en algunas de las botellas que le han donado -o que él mismo ha tomado-, que por supuesto ya se cuentan por miles y que pasarán a formar parte de una construcción hexagonal que está realizando con sus propias manos y que, como él mismo afirma, nos trascenderá a todos.
Fuente: TN
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Entre ramas de laurel, vapor y agua helada: la experiencia del primer spa ruso en la Argentina
 
														No son familia, pero la vida los unió como si lo fueran. Todos llegaron desde Rusia después del inicio de la guerra y, en esta nueva etapa lejos de casa, decidieron cumplir un sueño compartido: abrir el primer spa ruso en la Argentina.
En su país, el spa —conocido como banya— es mucho más que un espacio para relajarse: es un ritual cultural, casi sagrado, que los rusos practican entre dos y tres veces por semana. Creen en sus efectos curativos, en su poder para fortalecer el cuerpo y también el espíritu.
Las banyas se distinguen por sus altas temperaturas y por una técnica ancestral llamada “vaporización”, que consiste en limpiar el cuerpo con un ramo de hojas húmedas. El calor, combinado con ese movimiento rítmico, ayuda a eliminar toxinas, mejorar la circulación y reforzar el sistema inmunológico.
“Lo más importante es la temperatura”, explica Dimitri, gerente del spa Gafarov. “Nuestro sauna llega a 90 grados con vapor y la seca alcanza los 80. En los saunas argentinos suele ser de entre 55 y 60 grados. Después viene la limpieza, que se hace con las ramas y es como un masaje. Es muy efectivo”, asegura.
Ubicado en pleno centro porteño, este nuevo espacio no solo invita a conocer una costumbre milenaria, sino también a vivir una experiencia cultural completa: al final del circuito, los visitantes pueden disfrutar de platos típicos rusos y sumergirse, por unas horas, en las tradiciones de un país que aprendió a encontrar bienestar incluso en el calor extremo.
Circuito de purificación
El circuito del spa se puede realizar con traje de baño o desnudos, y los recorridos están separados para hombres y mujeres. Cada servicio ofrece algo similar: un cambio progresivo de temperatura en diferentes etapas.
La zona destinada a los hombres se encuentra en la planta baja, mientras que la de las mujeres está en el primer piso. La experiencia comienza con una sauna seca que alcanza los 65 °C y que, en su interior, tiene canillas que dispersan agua tibia. El cuerpo empieza a eliminar toxinas a través de los poros, y solo se puede permanecer unos 15 minutos dentro.
Durante ese período de vaporización se realizan distintas limpiezas. Una de ellas es la llamada limpieza de ramo, conocida en Rusia como venik, un ritual que sirve para masajear el cuerpo y estimular la circulación.
El ramo está hecho con hojas de laurel y eucalipto, previamente humedecidas antes del contacto con la piel. No se trata de dar golpes fuertes, sino de acariciar el cuerpo con las hojas para favorecer la absorción del sudor y distribuir el calor, logrando un efecto revitalizante y relajante.
“Hay un golpe de las ramas, pero no tan fuerte; se necesita para pasar el calor adentro del cuerpo, para calentar las rodillas, la espalda y las zonas que duelen. Esto te calma”, explica Dimitri.
También se realizan otros tipos de limpieza corporal, como la exfoliación con una mezcla natural de miel, sal, bicarbonato de sodio, harina de garbanzos y hierbas como lavanda, manzanilla y caléndula.
Una vez completada la vaporización y con la temperatura del cuerpo elevada, se pasa a la etapa del cambio térmico. El siguiente paso invita a sumergirse en una pileta de agua helada con cubos de hielo, lo que permite cerrar completamente los poros.
“Cuando salís de la sauna, tenés que cerrar tu cuerpo. El agua fría lo hace posible; por eso, cada vez que salís del sauna, hay que entrar a la ducha o a la bañera fría, para no enfermarse ni tener molestias”, detalla Dimitri.
Finalmente, tras regular la temperatura, el circuito concluye con un masaje descontracturante para liberar las tensiones y eliminar los nudos musculares.
Sueño cumplido
Económicamente, para Nadi y su esposo Illia era imposible tener un spa en Rusia, y mucho menos después de que comenzó la guerra. Cuando lograron reubicar sus vidas en un nuevo país, con costumbres y una cultura distintas, decidieron enfocarse en el sueño de Nadi.
Su objetivo no es únicamente ofrecer relajación y limpieza, sino también acercar las costumbres y tradiciones rusas a toda la comunidad. Por eso, luego del circuito del spa, está disponible la opción de almorzar o merendar en el restaurante, para también experimentar la gastronomía y las bebidas típicas de Rusia.
El lugar abre sus puertas de martes a domingo, de 12 a 22 horas, con jornadas diferenciadas para hombres y mujeres. Los días destinados a los hombres son martes, jueves, viernes y sábado, mientras que los días exclusivos para mujeres son miércoles y domingo. (@gafarov_spa_argentina)
El spa Gafarov (@gafarov_spa_argentina en Instagram) funciona en Moreno 354, Ciudad de Buenos Aires, donde los visitantes pueden disfrutar de una experiencia completa que combina bienestar, tradición y cultura rusa.
Fuente: TN
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Tuvo un sueño inquietante y descubrió que sufría uno de los síndromes que más golpea al sistema de salud
 
														El síndrome de burnout se convirtió en una preocupación global en el ámbito sanitario y laboral. Diversos estudios recientes y organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), reconocen su impacto en la salud mental, la calidad asistencial y la productividad.
“El burnout representa un fenómeno complejo y multifactorial. Mientras la línea clásica lo considera una respuesta específica al estrés ocupacional, la evidencia contemporánea propone abordarlo como parte del espectro depresivo. Su impacto sobre la salud y la calidad del cuidado lo convierte en una prioridad de salud pública”, señaló Natalia Etcheverry médica especializada en Pediatría y Nutrición Infantil.
La experta sufrió burnout y, al ser consultada cómo llegó al diagnóstico, señaló: “Voy a ser totalmente sincera, yo no me daba cuenta del agotamiento mental y emocional en el que me encontraba. Mi analista con la cual llevaba algunos meses trabajando por algo que yo claramente no podía nombrar, me hablaba de tomarme una carpeta, yo le decía: ‘si no necesito, no es para tanto, me tomo unos días de vacaciones y listo’. Yo misma siendo personal de salud no quería ver”.
Los síntomas y la ayuda profesional
En cuanto a los síntomas o signos de alarma, reveló: “Empezaron siendo muy sutiles, insomnio, algo bastante frecuente hoy en toda la población, pesadillas relacionadas al hospital, a muertes de pacientes, a que todo se prendía fuego y yo corría sola. Luego se sumaron síntomas como despertares nocturnos con dolor de pecho, mialgias en los miembros (dolor muy molesto como agujas en las piernas), un cansancio extremo, que nada se explicaba con laboratorios y controles de rutina normales”.
Tras aclarar que “antes de atribuir síntomas al estrés hay que hacer la consulta y descartar otro tipo de enfermedades”, Etcheverry indicó: “Empecé a sentir desmotivación y sentirme totalmente ajena a mi trabajo, sencillamente perdí la pasión por lo que hacía. Una pregunta recurrente era ‘¿Qué hago acá?’”.
“Yo venía en análisis con mi psicóloga, pero no podía poner en palabras lo que sentía. Cuando no pude más y la angustia era tan intensa que no podía bajar del auto y entrar al trabajar, me dijo: ‘Nati necesitas ayuda de otro profesional’ y junto a una médica especialista en psiquiatría y mi psicóloga continué el tratamiento. Dos ‘hadas’ como las nombro en mi libro, que me tomaron con profesionalismo y me ayudaron a detenerme con ternura”.
La importancia de los afectos
Etcheverry, autora del libro “Donde arde lo que no se ve” explicó: “Como expreso en mi libro, sin duda la familia y los amigos son un pilar fundamental, también hago referencia a mis colegas porque no es problema de amor ni de vocación y porque allí donde todo quemaba, había una humanidad que me sostenía. Eran esos mismos colegas expuestos al desgaste diario de un sistema que lleva años dándonos la espalda, pero que tal vez todavía el fuego no ardía en ellos”.
“¿Cómo estoy ahora?, después de 3 meses de carpeta médica me reintegré paulatinamente y hoy, a un año, volví a mis tareas como siempre. Estoy o trato de estar desde otra posición frente al trabajo, aprendí que el perfeccionismo fue la cuerda que me ahogaba y que no puedo tener el control de todo, pero también encontré otras formas de hacer medicina: por ejemplo, escribiendo”.
Al hablar del mensaje que le gustaría dejar dijo: “En mi libro está el mensaje. Describo en primera persona con crudeza lo que significa padecer el desgaste que se transforma en padecimiento y en síntomas de enfermedad. En mi caso soy médica de un hospital pediátrico de alta complejidad, pero el mensaje llega a todas las personas, la gente que ya lo ha leído y no es del sistema de salud, puede atravesar ese pasillo de la portada y sentirse identificado con su realidad”
“También dejo ver el lado B: médicos que lloramos, que nos quebramos ante el dolor ajeno, que ardemos ante las injusticias. Quiero dejar un mensaje claro: soy médica desde el año 2002, pasaron centenares de políticos, ninguno solucionó la terrible realidad del sistema de salud, lo vamos viendo apagarse lentamente, hospitales vacíos, médicos con sueldos que rozan la línea de pobreza, ninguneados después de años de estudio y formación, nunca escuchados. Nadie piensa en la salud de quienes cuidan. Soy paciente también y temo por mi salud y la de mi familia, por llegar a un guardia y encontrar un cartel: ‘no hay médicos de guardia’“, dijo.
Finalmente, la especialista dejó un mensaje: “A veces no hace falta tocar fondo. A veces, el cuerpo susurra mucho antes gritar. Y si aprendemos a escuchar esos susurros, tal vez podamos cambiar el rumbo. Frenar no es fallar. Pedir ayuda no es debilidad. Detenerse a tiempo es coraje”.
Su libro nacido de una vivencia personal de burnout
En su libro “Donde arde lo que no se ve” la autora convierte su experiencia de agotamiento, trauma y sanación en una obra de reparación y conciencia colectiva: un relato íntimo que se vuelve espejo para otros. Está dividido en cuatro partes y varios interludios oníricos, que funcionan como pausas simbólicas o puentes entre la realidad y el inconsciente. Esa alternancia entre lo real y lo soñado permite que el relato se lea tanto en clave de crónica personal como en clave poética y psicológica.
En la primera parte (Lo que ardía en silencio) hay una introducción del conflicto. El cuerpo comienza a hablar y la autora toma conciencia del fuego interno que se venía gestando, mientras que en la segunda (La grieta) habla de que lo que parecía fortaleza se quiebra, en la tercera (La caída y la tregua) la autora habla de colapso y licencia: el cuerpo y la mente se detienen y comienza la sanación. Ya en la cuarta parte, indica Lo que queda después del fuego: regreso, reconstrucción y sentido.
La autora transforma su experiencia clínica y emocional en palabra poética. “Contar también es sanar”, escribe, y esa frase resume la intención profunda de la obra. En el libro, Etcheverry convierte el dolor en relato y el relato en conciencia y no es solo una historia personal: es un acto colectivo de empatía y resistencia.
“Después del fuego, algo vuelve a crecer”, la frase final resume su propósito: mostrar que del desgaste puede nacer una forma más humana y más consciente de cuidar.
Fuente: TN