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Confirmaron la condena contra una empresa de electrodomésticos por no aceptar una devolución
La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial confirmó una sentencia que ordenó a una empresa de venta de electrodomésticos a devolver el dinero de una compra cancelada por un consumidor que había ejercido su “derecho de arrepentimiento” a través de una plataforma digital. Aunque su reclamo fue admitido parcialmente en primera instancia, el comprador apeló en busca de una reparación más amplia. El tribunal de Alzada rechazó todos sus planteos: entre ellos, el pedido de actualización del precio, la aplicación de intereses compuestos, una sanción por “temeridad” procesal, un resarcimiento adicional por daño moral, la incorporación del rubro “proyecto de vida” y la imposición de una multa por daño punitivo.
El fallo fue dictado por la Sala B de la Cámara Comercial porteña, integrada por las juezas Guadalupe Vásquez y Matilde Ballerini, ante la vacancia de la Vocalía Nº 6.
El caso se originó a partir de la acción judicial iniciada por un usuario que había adquirido un lavavajillas de última generación fabricado por una empresa norteamericana por medio del sitio web de una cadena especializada en artículos para el hogar. Según relató en su demanda, intentó desistir de la operación dentro del plazo legal previsto, pero la firma se negó a aceptar la devolución.
En primera instancia, el Juzgado Nacional en lo Comercial Nº 29 le dio parcialmente la razón al demandante y condenó a la compañía a pagar “la suma de $470.512 con más sus intereses y costas”.
El magistrado consideró acreditado que el comprador ejerció en tiempo y forma su derecho de arrepentimiento y que la negativa a recibir el artefacto constituyó un incumplimiento contractual. Además, desestimó la cláusula invocada por la parte demandada para excluir ciertos bienes del régimen de devoluciones, al señalar que “la ley 24.240 -Ley de Defensa del Consumidor (LDC), sancionada en 1993- únicamente contempla ese supuesto para compraventa de bienes perecederos recibidos por el consumidor y abonados al contado", en virtud del artículo 32 de esa norma.
Disconforme con el alcance de la sentencia, el reclamante presentó un recurso de apelación donde, entre otros puntos, pidió que el reintegro ordenado tuviera en cuenta el valor actual del electrodoméstico, argumentando que el importe reconocido representaba sólo “el 25% del mismo”. No obstante, la Alzada descartó el planteo por razones formales, tras indicar que “no fue oportunamente sometido a consideración del Sr. Juez a quo”, lo que impedía su revisión en esta etapa del proceso.
El hombre también reclamó la capitalización mensual de intereses, en virtud del artículo 770 del Código Civil y Comercial. En ese marco, la Cámara observó que esa petición no fue incluida en la demanda original y sostuvo que ese hecho “resulta un óbice a los efectos de que esta Sala emita un pronunciamiento al respecto”, en tanto afectaría el principio de congruencia.
Por otro lado, el apelante cuestionó que la empresa hubiera incorporado como prueba una carta documento sin valor legal, identificada como un simple borrador. Según señaló, el escrito presentaba la leyenda “IMPRESIÓN DE PRUEBA – SIN VALOR LEGAL” atravesando el cuerpo del texto y carecía de firma alguna. Aún así, expresó, fue ofrecido como pieza documental por la firma demandada. Para el actor, ese elemento resultó ser uno de los pilares de la defensa y debía ser interpretado en los términos del artículo 45 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que contempla la aplicación de multas cuando se verifica que una parte incurre en “temeridad o malicia”.
El órgano de segunda instancia recordó que estas figuras están reservadas para supuestos en los que se demuestra “la mala fe de quien las realiza”. En ese sentido, explicó que la temeridad “denota la conducta de quien deduce pretensiones o defensas cuya falta de fundamento no puede ignorar”, y que “la malicia es la conducta procesal manifestada mediante la formulación de peticiones exclusivamente destinadas a obstruir el normal desenvolvimiento del proceso”. En este caso, concluyó que “las conductas reprochadas” no alcanzaban a configurar los supuestos que exige la ley procesal “para la aplicación de sanciones”.
Respecto del daño moral, el demandante aseguró que la suma fijada en primera instancia-$108.000- era insuficiente, ya que equivalía a $145,16 “por cada día de padecimiento” durante los 744 días transcurridos entre su reclamo y la resolución judicial.
La Sala B reconoció que el episodio se excedía de “una mera molestia o incomodidad” y que era posible afirmar que “se ocasionó una considerable afectación de sus intereses extrapatrimoniales y ello lo sumió en un estado que afectó desfavorablemente su estabilidad emocional y justifica su reparación”. Sin embargo, evaluó que el monto dispuesto en el fallo anterior era “ajustado” a las características de la causa y a “lo otorgado en casos análogos”.
El actor, a su vez, exigió el reconocimiento de un rubro ligado a la "interferencia en su proyecto de vida“. En ese plano aseveró que ”toda la situación vivida le generó un entorpecimiento en su vida” y que “desde la fecha de compra y hasta el día de hoy” tenía en su domicilio “un lavavajillas que no quiere y que no usa”.
También ponderó que el electrodoméstico en cuestión era “de gran tamaño”, que no resultaba “de fácil guardado en un departamento” y que actualmente se encontraba “ocupando lugar en mi cocina”, algo que le impedía colocar otro bien “de su agrado”.
El tribunal examinó estos planteos a la luz del artículo 1738 del Código Civil y Comercial, que dispone que la indemnización por daño debe comprender también “las consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la víctima [...] y las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida”.
Bajo esos términos, la sentencia de la Cámara porteña subrayó que no se había llegado a demostrar “qué afecciones padeció, o qué niveles de angustia o desconsuelo pudo haber sufrido” por mantener el artefacto en su vivienda sin ser retirado por la empresa. Además, agregó que “las afecciones que expuso el actor haber padecido fueron debidamente contempladas al tiempo de otorgar y cuantificar el rubro ‘daño moral’”.
El último de los agravios cuestionó la negativa de aplicar una multa por daño punitivo. Según planteó en su escrito el apelante, el incumplimiento contractual debía ser castigado con ese tipo de sanción. Pero las magistradas de la Sala B, al resolver en sintonía, recordaron que esa figura “sólo procede en supuestos de particular gravedad, calificados por el dolo o la culpa grave del sancionado o por la obtención de enriquecimientos indebidos derivados del ilícito” y que “puede haber incumplimiento sin daño punitivo, situación que se dará en la mayoría de los casos”.
Aclararon, en tanto, que esa medida se tomaba “en casos excepcionales” con el propósito de lograr “fines disuasivos” y perseguir “la punición o castigo de determinadas inconductas caracterizadas por un elemento axiológico o valorativo agravado”.
“En el caso -concluyeron las juezas Ballerini y Vásquez-, luce claro que existió un objetivo incumplimiento por parte de la demandada, mas ello no permite, per se, extraer como conclusión que su conducta encuadre en un deliberado y desaprensivo proceder que, en los términos que calificó la doctrina especializada, pueda justificar la imposición de la multa pretendida“.
Con todo, la Alzada resolvió rechazar el recurso interpuesto y confirmar la sentencia de grado con el pago de costas “al vencido”.
Fuente: Infobae
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Vivía en un country de Zona Norte, vendió su casa en 24 horas y volvió a su pueblo: “El campo me salvó”
Andrea Aira (36) vivía en un country de Zona Norte con su familia, y trabajaba en una inmobiliaria. Cuando los gastos fijos fueron difíciles de sostener jamás creyó que en Saladillo, su ciudad natal, iba a reencauzar su vida.
Pasó de estar rodeada de mansiones, el asfalto perfectamente señalizado y la visita de los carpinchos en el patio, a convivir con el verde de la llanura bonaerense, los pozos de los caminos rurales y el olor de la hacienda.
Por una propuesta laboral de su hermano se bajó de los stilettos que usaba para vender propiedades, y ahora todos los días se pone las botas para trabajar en el campo.
“Jamás imaginé volver a vivir en el pueblo”
“Yo era de las que veía bosta y sentía asco, y hoy no hay nada que me haga más feliz que llegar a casa y estar llena de tierra. Volví triste a mi pueblo, y cuando descubrí el campo, me enamoré”, contó en diálogo con TN.
Cuando se instaló en Saladillo, Andrea trabajó en marketing; hizo tareas administrativas en una panadería que tenía unos 20 empleados; y su hermano le propuso ocuparse del campo. Lo que al principio le pareció una idea descabellada, hoy es el leit motiv de sus días.
“Por estar en el rubro, la casa del country la vendí en menos de 24 horas. Jamás imaginé volver a vivir en el pueblo, me aburría acá y empecé a pensar qué podía hacer. Por mi hermano empecé completando planillas, pagando a provedores y él se dio cuenta que yo podía hacer más cosas”, detalló Andrea.
“Eso que muestro en redes es lo que soy”
Su transformación fue rotunda. Antes todo “le daba impresión”, y después de animarse a “ensillar sola un caballo” empezó a incorporar más actividades del agro.
“Cuando me separé empecé a ir al campo, y el campo me salvó porque siempre hay algo para hacer. Si no lo hubiese tenido, iba a seguir tirada en el sillón, y si me preguntás, no vuelvo más a Capital. Yo no podía ni ver una jeringa, y ahora vacuno, curo a los terneritos... Hago todo menos tacto”, dijo.
Andrea asegura que aprendió “desde cero”, y que a las hectáreas de su familia había ido, como mucho, dos veces en su vida.
“Eso que muestro en redes, es lo que soy. En los pueblos se necesita gente para trabajar, y no es necesario tener tierras. Laburo hay, y lo que hay que tener es ganas de aprender”, reflexionó.
Fuente: TN
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Trabajó como plomero, soñaba con cantar y ahora llegó al Colón: “Al principio no entendía nada”
Cumplir sueños no es nada fácil. El proceso, menos todavía. Marcelo Gómez pasó toda su infancia con un solo objetivo en mente: cantar, pisar escenarios, cautivar oídos. Pasó noches y noches imaginando que eso llegaría algún día.
Y se le cumplió. Hoy, con 45 años, no solo siente los nervios y la emoción de ese niño que alguna vez fue cuando se para frente a cientos de personas, sino que también es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él.
La primera puerta: una voz que marcó un destino
Marcelo tenía apenas siete años cuando escuchó por primera vez a Pavarotti. No sabía exactamente qué era esa música, pero la impresión fue tan profunda que él mismo la describió como una revelación. “A esa edad, algo se me abrió en la cabeza, como una suerte de puerta que nunca más se cerró”, explicó en diálogo con TN.
La escena nació casi por azar. En un local de discos, su padre eligió un CD de Julio Sosa, uno de Julio Iglesias para su mujer y otro de Jazzy Mel para su hermano. Dentro de esa mezcla, apareció el cantante italiano para Marcelo.
El eclecticismo era total, pero la semilla estaba plantada. Con el tiempo llegaría la fascinación por los Tres Tenores y una certeza que se fue afirmando en silencio: él quería cantar así. “Al principio no entendía nada, ni de la imagen de Luciano, ni del idioma”, admitió. “Pero esa voz me cautivó, me enamoró. Algo en mí dijo: esto es lo mío”.
Un camino con desvíos, trabajo y decisiones difíciles
Marcelo creció en Bernal, en un hogar humilde y trabajador. Estudió en la IMPA, donde se recibió de técnico electrónico, y luego inició estudios musicales en el conservatorio. Sin embargo, la vida le impuso responsabilidades tempranas.
Su padre falleció cuando él tenía 21 años. Entonces tuvo que dejar parcialmente los estudios para trabajar y sostener la casa. Ana María, su madre , trabajaba como peluquera; su hermano menor, Juan Manuel, aún estaba en el secundario, y Gabriela, su hermana mayor (con parálisis cerebral que requiere ayuda para absolutamente todo), tuvieron que reinventarse y formaron una red fuerte e inquebrantable.
“Me encontraba estudiando ingeniería electrónica, haciendo laburos de plomería y sentía que no era mi lugar”, contó. “Yo quería cantar. Pero también tenía que trabajar y ayudar a la familia. Era una tensión constante”, explicó.
La decisión de abandonar una carrera estable para apostar al canto fue enorme. Pero lo hizo. En 2012, “ya de grande”, como contó, ingresó al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. El comienzo tampoco fue fácil: tenía a su hija pequeña Valentina (hoy de 15 años) una familia propia que mantener y la organización de los tiempos no iba acorde a su agenda musical.
Tres años más tarde entró al coro como contratado. Y, como si fuera poco, a finales del 2019 ganó el concurso para quedar como tenor estable del Colón.
“Fue un sueño cumplido”, dijo. “Y pocos días después vino la pandemia”. No hubo estreno ni celebración, pero el logro estaba ahí, escrito en piedra. Luego de la cuarentena Marcelo pudo desarrollar su labor, ahora formalmente como tenor.
Alemania: el viaje imposible que el barrio hizo posible
Uno de los momentos más emocionantes de su historia ocurrió en 2009 cuando tuvo la posibilidad de participar de la Competizione dell’ Opera, que se desarrollaba en Bremen, Alemania. Marcelo nunca había volado en avión. Tampoco podía pagar el pasaje. La oportunidad parecía escaparse.
Hasta que ocurrió algo que él aún nombra con una mezcla de gratitud y sorpresa: sus vecinos de Bernal hicieron una colecta.
“La organización del evento te brindaba hospedaje, pero no el viaje. Yo no tenía como bancarlo, pero mis vecinos, que se hicieron eco de lo que me estaba pasando, me bancaron y pagaron el vuelo entre todos. Fue emocionante. ¿Cómo no voy a estar agradecido? Ese gesto me lo llevo para siempre”, recordó entre lágrimas.
Como si fuera poco, Marcelo logró llegar a la semifinal. El viaje se convirtió así en un símbolo: no era solo su triunfo, era el de todos los que lo empujaron para que pudiera dar ese salto.
El canto y Carolina, sus dos amores
La ópera llevó a Marcelo no solo a poder trabajar y dedicarse a eso, sino también a conocer al amor de su vida: Carolina.
“Lo loco es que con Caro nos conocimos trabajando, porque hacíamos una obra juntos, y si bien comenzamos siendo muy amigos, ese vínculo fue para más”, contó el tenor.
Como si fuera poco, no solo se casaron, sino que montaron un espectáculo llamado Sr. y Sra. Gómez, porque literalmente ambos tienen el mismo apellido, donde muestran las versatilidades, alegrías e incluso conflictos que un matrimonio puede atravesar.
“Yo soy un tipo común, que lleva una vida con su esposa, discute, se reconcilia, y que con ella comparte un hijo de un año. Todas esas cosas son las que se ven en este espectáculo, que está acompañado de nuestro canto”, explicó.
Volver al IMPA: cantar donde todo empezó
Años después, uno de sus ex profesores, de los primeros que logró ver el talento en Marcelo y que lo convenció para que se dedique al canto, lo invitó a la feria de ciencias del IMPA, su viejo colegio. El tenor aceptó sin dudar. Conoció a la banda escolar, habló con alumnos, y al final, lo esperaron para escucharlo cantar.
Interpretó Aurora, el Himno Nacional y varias arias de ópera. Los pasillos del colegio se llenaron de voces sorprendidas, celulares grabando, aplausos espontáneos. Incluso un video del momento circuló por los grupos de WhatsApp del barrio. “Fue impresionante. Me emocionó volver a ese lugar con la música que me llevó tan lejos”, reconoció.
El círculo volvía a cerrarse: el joven que soñaba con cantar en escenarios enormes estaba ahí, de regreso, cantando para chicos que quizás se vean reflejados en él.
Llevar la ópera a las escuelas: un proyecto que “sale del alma”
Desde hace algunos años, Marcelo impulsa una iniciativa junto a colegas del Colón: llevar la música lírica a jardines y escuelas primarias. De manera gratuita. Sin sponsors fijos. Con las ganas como motor.
“No lo veo como un proyecto formal. No es para hacer un negocio, es para compartir. Sale del alma”, aclaró.
El equipo incluye un barítono, una mezzosoprano, una soprano y él como tenor. Llegan con parlantes, micrófonos y un pequeño guion en el que explican qué es y cómo funciona cada cuerda vocal. Luego cantan arias famosas: la del Barbero de Sevilla, la Habanera de Carmen, O mio babbino caro, Nessun dorma.
Marcelo es un referente de la música y el esfuerzo para quienes sueñan ser como él. (Foto: TN / Leandro Heredia)
A veces consiguen pequeños aportes del barrio para cubrir viáticos. Otras veces, lo hacen completamente a pulmón. Pero siempre se van con la sensación de haber sembrado algo.
Marcelo sabe por experiencia propia que un niño puede escuchar una voz y descubrir un mundo nuevo. “Quiero que algún chico tenga esa misma oportunidad que tuve yo”, expresó.
Fuente: TN
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Nacieron siamesas, las separaron a los cinco meses y ahora brillan en el deporte: “Nos cambió la vida”
El embarazo de María fue tranquilo y deseado. Sabía que había chances de que sea gemelar ya que en la familia había varios casos. Lo esperaba o, al menos, lo sospechaba. Sin embargo, lo que nunca creyó que podía pasar era que sus hijas, en realidad, iban a ser siamesas.
Jazmín y Ludmila Soria llegaron al mundo con 34 semanas de gestación en medio de una cesárea programada. El itinerario para su arribo ya estaba marcado: su mamá debía quedarse en el hospital y ellas serían trasladadas al Garrahan de urgencia para recibir la asistencia especializada necesaria.
“La noticia nos la dieron al tercer mes con una ecografía. La médica nos derivó a un hospital de alta complejidad y comencé con los controles en la Maternidad Sardá. Ahí empezó todo el operativo para su llegada, pero fue un embarazo normal, yo tengo dos chicos más grandes y fue igual, solo que con más controles por ser de alto riesgo”, resalta María en diálogo con TN.
Cuando las bebas llegaron al mundo, todo había cambiado en sus vidas. La familia ahora debía adaptarse a esta nueva realidad. “Cuando las llevaron a la terapia intensiva del Garrahan estuvieron internadas, ambas intubadas y con respirador durante cinco días. Después las pasaron a neonatología”, explicó.
Poco después, finalmente, llegaría la gran noticia del alta médica. La familia volvió a casa y comenzaba la travesía de maternar dos nenas juntas.
Sin embargo, la fragilidad de sus cuerpitos comenzó a pasarles factura. Al tercer mes, Ludmila empezó con problemas respiratorios y debieron hospitalizarlas nuevamente. Las constantes complicaciones de la pequeña hacían enfermar a su hermanita y no había mejoras.
La situación, que cada vez se complejizaba más, llevó al Comité de Ética del hospital a acelerar los procesos: si bien cuando nacieron establecieron que las nenas iban a ser separadas al año y medio, tuvieron que adelantar la cirugía y a los cinco meses Ludmila y Jazmín fueron operadas.
El procedimiento duró horas y fue de altísimo riesgo, pero las pequeñas salieron triunfantes: “Cuando las vi salir a las dos sentí un alivio increíble”, recordó María.
Ahora comenzaba una vida separadas, con muchos cuidados, controles y enfermedades. Hubo internaciones, malos momentos y miedo, pero siempre, unidas, pudieron avanzar.
La infancia, el bullying y una salida
El deporte apareció en la vida de las hermanas a sus nueve años. “Queríamos hacer algo porque íbamos al colegio, volvíamos y nada más. Fuimos al Polideportivo de Almirante Brown y vimos que había para hacer bastantes cosas adaptadas. Yo arranqué en la escuelita de básquet y Ludmi en bochas y natación”, contó Jazmín a TN.
Así empezó el recorrido y el amor por el deporte. “Empezamos a venir todos los días de semana y gracias a eso estuvimos en muchos torneos. Hoy tengo la suerte de jugar en el equipo de tercera división y también en primera. Pude ir a muchos bonaerenses con básquet, atletismo y vóley sentado”, agregó.
Inclusive, hace muy poco, Jaz pudo participar de un torneo Panamericano Juvenil en Chile, como primera experiencia internacional y representando a la selección. De allí volvió al país con la medalla de bronce. “Venía estando convocada, pero este fue el primero y fui una de las cuatro elegidas”, contó.
Luchi, por su parte, se centró en bochas y se incorporó a un grupo de su edad. Además, también fue citada para representar al país con su deporte.
En ese sentido, las chicas reconocen al deporte, y especialmente al Polideportivo, como su segundo hogar. “Me emociona de solo pensarlo, este se volvió un lugar donde nos pudimos refugiar porque no tuvimos una infancia normal”, resaltó Jaz entre lágrimas y agregó: “Nosotras venimos acá y nos olvidamos de absolutamente todo, estoy totalmente agradecida”.
También Ludmi lo sintió como un lugar seguro: “Yo en la primaria sufrí bullying y el deporte me ayudo a fluir conmigo misma y estoy muy agradecida también".
Las hermanas Soria, que no dejan de brillar en el club, saben que están más unidas que nunca y reconocen el significado de la una para la otra. “Ludmi es todo, es prácticamente mi otra mitad, siempre fuimos muy unidas, siento orgullo por ella, siempre voy a estar orgullosa porque la quiero muchísimo, es todo, siempre que no estoy con ella, siento que me falta algo”, sostuvo Jaz emocionada.
Su hermana no tuvo reparos tampoco en devolver los halagos: “Para mí ella también es todo, siempre estamos muy unidas, siempre que falta pienso ‘qué aburrimiento’, es lo más”.
El deporte y el futuro
Ambas sueñan con seguir dedicándose a sus pasiones, pero también quieren trabajar. “Quiero hacer una carrera y apostar a un trabajo donde me dé tiempo de dedicarme al deporte, algo de Inteligencia Artificial o ligado a la tecnología, me veo trabajando y haciendo deporte porque uno de mis sueños, que no cumplí todavía, es llegar a la selección mayor y ganar un título”, contó Jazmín y Ludmila se sumó a este deseo.
Las hermanas, además, incitaron a que otros, que quizás atraviesan su misma situación, se animen: “Hay una cantidad inmensa de deportes adaptados, te cambia la vida, no solo a mí y a ella, sino que vemos muchas historias en el polideportivo”, insistió Jaz y Luchi agregó: “Además de aportarte salud, podés conocer otra gente, yo soy muy feliz acá”.
Para María, la vida de las chicas dio un vuelco total desde que se involucraron en la parte deportiva: “Arrancamos creyendo que era solo para divertirse y hoy se sienten satisfechas“, aseguró con una inmensa sonrisa.
“Mi deseo es que sean felices siempre, hagan lo que hagan, me gustaría que puedan cumplir sus metas, estudiar, ser buenas personas. Nunca pensé que iba a pasar todo esto, creí que iban a estar en silla de ruedas, en mi casa, nunca imaginé, con todo lo que superaron, que iban a hacer todo lo que hacen hoy en día y todo lo que nos hacen vivir como familia”, resaltó la mamá.
Además, insistió en que las chicas también la ayudaron a formarse a ella. “Sus vidas no son fáciles, tienen una discapacidad motriz, pero tenerlas es un orgullo, son mis hijas, cuando me preguntan por ellas me dan ganas de contar por todo lo que pasaron”, insistió y completó: “Hoy están firmes, le dan batalla y quieren seguir estudiando, haciendo deporte, eso me hace bien, me siento orgullosa, creo que hice las cosas bien como mamá”.
Un pedido desesperado
Hace cinco años Ludmila recibió la silla de ruedas que usa actualmente, pero se fue deteriorando con el tiempo y en los últimos días directamente dejó de funcionar, por lo que ahora, necesita ayuda. La silla, que tiene un comando para manejarla con la mano, es su única autonomía debido a su discapacidad motriz. Sin embargo, hoy la familia no tiene respuesta por parte de la obra social.
Jaz, por otro lado, usa prótesis para ir y volver de la escuela, si bien no hace tramos largos porque como tiene una desarticulación de cadera se cansa, igualmente camina con bastones canadienses. Ella también tiene una silla pedida a la prestadora médica, pero le quieren dar una que no es lo que está indicada por su médica.
Actualmente, la familia inició acciones legales contra la obra social del personal de maestranza debido a que no cumplen con lo solicitado.
Dentro del amor por el deporte, la fortaleza que forjaron, el profesionalismo y el acompañamiento, las hermanas siguen luchando contra la burocracia y el individualismo.
Fuente: TN
