Redes Sociales

Z Sin Categoria

Bono Anses: cómo es el calendario de pago del IFE de $10.000 de agosto

La tercera edición del programa de asistencia se va a pagar íntegramente a través de bancos. Primero les toca a los que también son beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo.

El tercer pago del bono de Anses, el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de $10.000, se comenzará a realizar a partir del 10 de agosto para los beneficiarios que también cobran la Asignación Universal por Hijo, y más adelante para el resto. La fecha aún no es oficial, pero, según fuentes del organismo, será confirmada en los próximos días con su publicación en el Boletín Oficial.

Este nuevo pago incluirá a los casi 9 millones de beneficiarios que ya lo recibieron en las rondas anteriores y será también por $10.000. El calendario completo durará entre cuatro y cinco semanas para evitar que haya aglomeraciones de gente en cajeros o bancos.

Infobae realizó un completo informe con cuatro posibles escenarios que ejemplifican “Para comprar qué cosas alcanza el IFE”. Si bien se trata de un complemento orientado a cubrir parte de los ingresos de muchos argentinos, queda claro que no es para suficiente y mucho menos en contexto de crisis en el que, además, gran parte de los beneficiarios no puede trabajar por la cuarentena.

El cronograma para los primeros beneficiarios coincide con el de pago de la AUH, y es el que sigue:

DNI terminados en 0, lunes 10 de agosto

DNI terminados en 1, martes 11 de agosto

- DNI terminados en 2, miércoles 12 de agosto

- DNI terminados en 3, jueves 13 de agosto

- DNI terminados en 4, viernes 14 de agosto

- DNI terminados en 5, martes 18 de agosto

DNI terminados en 6, miércoles 19 de agosto

DNI terminados en 7, jueves 20 de agosto

DNI terminados en 8, viernes 21 de agosto

DNI terminados en 9, lunes 24 de agosto

Luego del pago a quienes además son beneficiarios de AUH y AUE, el cronograma continuará con el desembolso a las cuentas bancarias del resto de los beneficiarios. Ese cronograma aún no se dio a conocer.

La idea del organismo es que todos los pagos se realicen a través de cuentas bancarias. De los casi 14 millones de argentinos que se inscribieron para recibir el IFE, fueron efectivamente incluidos unos 8,9 millones. Se trata de trabajadores informales, monotributistas de las categorías más bajas o empleadas de casas particulares, además de los que ya recibían la AUH. En la mayoría de los casos, fueron excluidas las personas que tenían un ingreso formal, un familiar que ya cobraba el ingreso o algún bienestar económico (lo que surgió de cruzar los datos con la AFIP).

El calendario completo durará entre cuatro y cinco semanas para evitar que haya aglomeraciones de gente en cajeros o bancos.

A diferencia de los pagos anteriores, para el pago de agosto el organismo realizará las acreditaciones del beneficio a través de cuentas bancarias y se descartarán opciones que se venían usando, como el pago en las sucursales del correo o con un código para la extracción por cajeros automáticos aun para los que no tenían cuenta. El pago en las sucursales del Correo Argentino se dispondrá en muy pocos casos, en aquellos lugares del país donde no existan entidades bancarias y la empresa postal sea el instrumento de pago de esa localidad.

Los que informaron una clave bancaria única (CBU) en la web del organismo en el pasado recibirán el desembolso en una fecha todavía sin determinar en esa cuenta bancaria, para poder retirarla con tarjeta de débito en cualquier cajero automático.

Quienes no informaron un CBU, y a quienes Anses les asignó una cuenta bancaria durante el pago del IFE de julio, mientras tanto, podrán hacer lo mismo aunque deberán hacerse de la tarjeta de débito si es que quieren cobrar por cajero automático y evitarse sacar un turno en una sucursal. Algunos de los bancos pagadores de IFE entregaron tarjetas de débito al momento de pagar la segunda edición del bono, pero otros, como el Banco Nación, no pudieron otorgarles un plástico a todos.

El Banco Nación abrió 1.300.000 nuevas cuentas el mes pasado como parte del esfuerzo para el pago del bono. La disponibilidad de plásticos al momento de implementar el segundo IFE no era suficiente para cubrir todas las nuevas cuentas, con lo cual la entidad buscará pactar turnos con los beneficiarios en la medida en que la incorporación de nuevas tarjetas permita entregarla.

Fuente: Infobae

Z Sin Categoria

De la Ferrari negra de Maradona al DeLorean: los autos más icónicos de la historia se pueden ver en Palermo

El automóvil trascendió su función mecánica para integrarse profundamente en el imaginario colectivo, convirtiéndose en uno de los símbolos más potentes y versátiles de la cultura moderna. Más que simples objetos de transporte, son extensiones de la identidad, reúnen características aspiracionales y están cargados de narrativas.

Esta semana llegaron a Buenos Aires 15 de los modelos más icónicos de todos los tiempos, históricamente vinculados a celebridades y personas que dejaron su huella en el arte, la música y el deporte, entre otros campos.

La exhibición “Íconos sobre Ruedas” presentó por primera vez en Argentina varios vehículos de la colección de Jorge Yarur, creador de la Fundación Museo de la Moda que se encuentra en Santiago de Chile.

Acacia Echazarreta, integrante del Departamento de Curaduría de la institución, le contó a TN de qué trata la muestra. “Nuestra colección, con sus 19.000 piezas de vestuario y accesorios, busca congelar el tiempo. Tratamos de retratar distintos estilos, artes decorativas, el aspecto deportivo... de cómo la gente vestía para jugar fútbol, con camisetas y botines, entre otras prendas y objetos que se vinculan al deporte. En este caso, además, tenemos el auto de Maradonaun Ferrari Testarossa negro“.

La Ferrari negra de Diego Maradona, por primera vez en la Argentina

El modelo que protagoniza una de las mejores anécdotas relacionadas a la vida de Diego estuvo de visita por primera vez en el país, luego de casi cuatro décadas de estadía en Europa. Fue el primer obsequio que recibió “Pelusa” tras conquistar la Copa del Mundo de México 1986, cortesía del por entonces presidente del Napoli, Corrado Ferlaino.

El proceso para que las llaves de aquel mítico auto deportivo llegaran a las manos de Maradona fue caótico. Guillermo Coppola, exmanager del Diez, tuvo que convencer al mismísimo Enzo Ferrari de pintar de negro un modelo que solo conocía el rojo. Luego, gestionó la venta del coche en un aeropuerto por un precio mayor al que había pagado originalmente, con el fin de reconciliar a Ferlaino con Diego. Algo de esa historia estuvo presente en Buenos Aires.

“Tenemos una gran colección de Maradona porque obviamente es un gran ícono del fútbol. Se puede ver la evolución de su vestuario desde que tiene un short del Cebollitas, pasando por mítico año 86 y llegando hasta cuando le hacen su partido despedida", explica Acacia. Junto a la Ferrari negra se iluminó la camiseta titular del Napoli que usó Diego.

“Traer estos objetos y vehículos fue toda una experiencia”, cuenta la curadora. "Esta fue una primera vez que tuvimos que traer vehículos y toda una colección pasando la cordillera. Se necesitaron unos 11 camiones especializados para estos 15 autos. Fue un trabajo bien inusual para el museo: tuvimos que esperarlos, bajarlos, recibirlos y subirlos a las plataformas para luego ubicarlos en el pabellón".

Luego, explicó el criterio con el que se montó el evento al que pueden concurrir los fanáticos hasta el 2 de octubre en Costa Salguero. “La idea de la exposición, como decía el título, fue 'Íconos sobre Ruedas’. Por lo tanto, se eligieron vehículos emblemáticos. Obviamente, para la Argentina, este de Maradona es muy simbólico. Otros que le gustan mucho al coleccionista son por la época o por el personaje, como Marilyn Monroe".

Entre los coches exhibidos también estuvo el legendario DeLorean que se utilizó en la célebre película Volver al Futuro. El modelo fue abierto para el público, mostrando los detalles de un tablero que permanece impoluto y colorido.

“El fuerte de la colección del museo son los años 60 y los años 80, por lo que también hay personalidades de ese tipo y autos icónicos del cine, como el DeLorean, que es muy representativo de la máquina del tiempo de esa película. La selección tuvo que ver con la visión y la colección del propietario“, expresó Acacia.

“Si podemos nombrar algunos de los autos, el más representativo es el de Diego Maradona. Pero también tenemos el Thunderbird de Marilyn Monroe; un Beetle de Olivia Newton-John; un Lincoln de la colección presidencial, que es un modelo similar al que usaba Kennedy; y el Corvette del ’66 de Slash (de Guns N’ Roses), entre otros".

De esta manera, los fanáticos disfrutaron de una exposición casi sin precedentes en el que, con autos y piezas históricas, pudieron revivir parte de la experiencia que estos objetos les brindaron a las mayores celebridades de la historia.

Fuente: TN

Sigue leyendo

Z Sin Categoria

Eran adolescentes, sus familias se oponían al noviazgo y un embarazo los llevó al altar: el amor de 38 años que resiste prejuicios

Viajemos en el tiempo hacia 1987. Fue ese año que Fernando B. y Graciela D. se conocieron. Ella estaba en tercer año y por cumplir los 16. Él cursaba quinto en el mismo colegio y tenía 17. Si bien Fernando era compañero del hermano de Graciela, fue un amigo en común quien los terminó uniendo. El amor naciente se selló formalmente con un beso el día del cumpleaños de 16 de ella: el domingo 25 de octubre, en un boliche de Berazategui, en una especie de lo que ahora llamaríamos “matiné”, eventos donde solían sortearse viajes de egresados. Y el amor que los atravesó fue fulminante.

Resistencia intramuros

Fernando cuenta que con su compañero y hermano de Graciela eran “como el agua y el aceite. Te hago una metáfora musical… él era Rolling Stones y yo era Beatle, ¡muy distintos”!. Pero no solo el hermano era diferente, también la familia de su novia era muy estructurada. Graciela es la menor y además de tener dos hermanos varones, su padre es militar. Es de la marina. Ella era la única mujer y siempre intentó transgredir en lo que podía esas estrictas normas. Y bueno, hacía cosas que no aprobaban… ¡Yo era parte de lo que no aprobaban! Creo que me rechazaban por una cuestión de diferencias. Mi suegro es del interior y quizá pensaba que yo pretendía hacerme más de lo que era, que mi padre era medio como un intelectual… qué sé yo. No sé realmente. Pero no era fácil y a Graciela la controlaban completamente. Por todo esto, al principio, ella no les contó que estábamos de novios. Yo iba a visitarla con este amigo en común, pero un día empecé a ir solo y se volvió evidente que algo pasaba entre nosotros. Decidí que tenía que hacer algo para que su padre me habilitara a visitarla sin problemas. Sabía que él volvía de trabajar a las 16 y, entonces, me paré en la calle a esperarlo a las 15.30, cerca de su casa. Cuando lo vi llegar, lo paré y hablamos. ¡No se lo esperaba! Formalmente su respuesta fue que sí, que estaba todo bien, pero me advirtió que la cuidara…”.

Fernando quedó habilitado para las visitas como novio. Pero la resistencia a la relación entre ellos aseguran que se percibía en el aire. También en la casa de Fernando su madre se oponía: “El único que nos apoyó sin condiciones fue mi viejo. Él había estado casado dos veces antes, tenía más hijos, hasta que se casó en la tercera oportunidad con mi mamá a quien le llevaba veinte años. Había vivido mucho, era más abierto y nos entendía. Era mucho más permeable a nuestras elecciones y se lo notaba contento con mi pareja.. Se notaba contento con mi relación. ¡Nos bancó siempre!”.

A pesar de los recelos no abiertamente expresados por sus familias, el noviazgo siguió su curso.

La despedida

Fernando recuerda con profundo dolor esa época: “Yo ya estaba cursando medicina. Ella, en el colegio todavía. Pasado enero y febrero de 1989, Graciela empezaría quinto año del secundario en el sur. Fue un verano insoportable porque sabíamos que nos íbamos a tener que separar en breve. Me fui con mis padres y mi hermana de vacaciones a Córdoba, como todos los años. La pasé mal porque descontaba los días. Éramos dos adolescentes enamorados hasta el tuétano que estábamos devastados porque tendríamos que vivir lejos el uno del otro”.

Y llegó el momento de la despedida. Era un día gris de fines de marzo. El suegro de Fernando ya estaba instalado en el sur desde hacía algún tiempo. Ahora, viajaban su suegra con su novia y sus hermanos. Saldrían de Ezeiza en un avión de la marina.

“Fui con ellos para poder despedirme y estar con Graciela hasta el último segundo. Nos tomamos el tren en Berazategui, luego algo de Constitución a Retiro y de Retiro un micro de la Marina hasta Ezeiza. El vuelo se demoró porque había muchísima niebla. En esas horas de espera pensamos en fugarnos. Estábamos desesperados. Pero en un momento de normalidad pensé que no era una opción hacerlo, íbamos a lograr que hubiera más lío del que ya existía. ¡Nos mirábamos y nos decíamos nos vamos! Lo hablamos, pero al final no lo hicimos. En un momento, hasta llegamos a ir a la puerta, pero no pudimos tomar la decisión. Recuerdo que ella se iba caminando y me quedé, pegado al vidrio, mirando cómo subían a la escalera del avión. Hice el mismo recorrido que habíamos hecho juntos para volver. Solo y con un dolor inmenso”, recuerda Fernando como si fuera hoy.

Hoy no tienen dudas de que ese fue el momento más triste de sus vidas.

Ya para este entonces la joven pareja, es importante contarlo, ya mantenía relaciones sexuales.

Un reencuentro crucial

“Desde el principio, empecé a pensar cómo me iría hasta Río Grande para poder volver a verla”, admite Fernando quien aclara que no tenía un peso, eran muy chicos todavía y viajar en avión era carísimo.

La vida siguió con eternas llamadas telefónicas a diario. Horas y horas de teléfono diciéndose cuánto se amaban. Tanto se extrañaban que los padres de Graciela terminaron aceptando dejarla ir una semana a Buenos Aires en el mes de mayo.

Graciela llegó el 6 de mayo y se quedó unos días en la casa de Fernando y otros en la casa de una tía de ella.

“Mis suegros y mis padres estaban en contacto permanente porque imaginate que querían saber qué hacía su hija cada día. En mi casa dormía en la habitación con mi hermana. Pero estábamos todo el tiempo juntos. Te reconozco que mi mamá también boicoteaba, sutilmente, la relación. Creía que éramos muy chicos. Pero nosotros estábamos tan comprometidos con nuestro amor que si nos decían que teníamos que irnos a vivir abajo de un puente o a un caño lo hubiéramos hecho. No pensábamos mucho, sentíamos”, reconoce.

Cuando Graciela volvió al sur ya no lo hizo sola.

A las semanas notó que tenía un retraso en su menstruación. Como no se cuidaban, era claramente posible un embarazo. No dudó en hacerse un test. ¡Positivo!

“Me llamó a escondidas de todos -cuenta Fernando- y me dijo que tenía que hablar conmigo. Me dijo: Estoy embarazada. Imaginate, ¡yo estaba a 3000 kilómetros de distancia! Llorábamos los dos en el teléfono. Sabíamos que podía pasar y sucedió. Bueno, ahora había que ver qué hacíamos, cómo seguíamos”.

Era junio de 1989. Fernando eligió hablar primero con su padre porque era quien lo apoyaba siempre.

“Mi viejo fue sumamente práctico. Con él se podía hablar de todo, con mi vieja no podías. Me planteó las tres alternativas, no juzguemos si eran buenas o malas ideas, simplemente fue lo que me dijo y agregó que me iba a bancar lo que decidiera: interrumpir el embarazo, seguir adelante o hacerme el tonto y ver qué pasaba. Obviamente no pensaba hacerme el tonto, la amaba, era una pareja seria y mi novia. Tampoco quería un aborto porque era nuestro hijo. Íbamos a seguir adelante, eso le dije. Me dijo que nos ayudaría como pudiese. Yo sentía que necesitaba hablar con Graciela frente a frente, no por teléfono, para planear el futuro”.

La ayuda del cuñado

Fernando estaba decidido a verla. Tenían mucho para conversar y ponerse de acuerdo.

“Justo mi cuñado vino del sur por unos días. Graciela le había contado a su hermano lo que pasaba, no a sus padres. Así que hablé con él y le conté que pensaba viajar a verla y charlar pero que no tenía manera de hacerlo porque carecía del dinero necesario”.

Así fue que a Fernando se le ocurrió una transgresión. Le pidió a su cuñado el documento y le dijo que sacaría un pasaje gratis de la marina a su nombre e intentaría usarlo él para viajar. Su cuñado terminó accediendo, después de todo su hermana estaba en una situación compleja.

“Me lo prestó y fui al Edificio Libertad y saqué el pasaje a su nombre. Hasta ahí era todo legal. Pero lo que hice después fue devolverle el documento porque él lo necesitaba y el día del viaje fui solo con el pasaje. Me haría pasar por él. Como no era un vuelo comercial era distinto y, en esa época, por ahí era más fácil porque no había los controles actuales. Había un tipo de la marina que te miraba y pasabas. Pero justo el tipo que me recibió el pasaje era un compañero de mi suegro… Se dio cuenta de que yo no era el hijo de su amigo. Me miró, hizo una cara y me dijo: Pasá. Creo que fue de onda porque sabría del noviazgo, no sé. Salimos y en la parada de Trelew nos dijeron que había una tormenta brava y anunciaron que a lo mejor tendríamos que hacer noche en Río Gallegos y que para eso nos pedirían los documentos y los pasajes. Me quería matar… yo tenía el pasaje con un nombre y mi documento. Estaba en el horno. Pero otra vez tuve suerte: de pronto el clima mejoró y seguimos viaje hacia Río Grande. Cuando aparecí en la casa de mis suegros no entendían nada. Creo que se querían matar que estuviera ahí. A él se le salían los ojos de la cara como en los dibujitos animados… (se ríe) Creo que nunca supo cómo llegué ese día. Hasta hoy… ¡si es que lee esta nota!”

Fernando se quedó tres semanas en la casa de Graciela conviviendo con sus padres y hermanos. En esos días contaron lo del embarazo. Hubo discusiones, caras largas y muchísima tensión en el ambiente.

“Yo siempre fui bastante diplomático y traté de evitar el conflicto, pero un día de esos me cansé. Y dije me voy, armé mi bolso y dije que iba a dormir a la calle o dónde fuera. Dejé la casa sin un peso y hacía un frío brutal, doce grados bajo cero. Primero me fui al playón donde están los camiones y empecé a preguntar a los conductores si alguien me podía llevar hasta Buenos Aires. Nadie quiso. ¡Ahora que soy productor de seguros lo entiendo! Pero en ese entonces no lo entendí y me sentí decepcionado por la falta de ayuda. Luego pensé en irme al hospital, ahí habría calefacción. Finalmente los padres se apiadaron de mí y me fueron a buscar para que volviera. Tres o cuatros días después mi suegro me consiguió un vuelo de la marina para regresar a Buenos Aires. Llegué de sorpresa a mi casa, porque no tenía ni monedas para llamar por teléfono de una cabina pública. Mi madre estaba entre contenta y enojada por toda la situación”, relata, “Graciela y yo teníamos nuestros planes, no los consultábamos con nadie. Estos eran: casarnos, tener nuestro hijo y estar juntos donde pudiéramos. Mi viejo tenía un negocio de cirugía y ortopedia y otra vez nos puso el hombro, se convirtió en nuestro ángel guardián: me dio trabajo. Informamos a nuestras respectivas familias que nos íbamos a casar. No quedó otra que lo aceptaran, sino lo hacían esperaríamos a que ella cumpliera 18 y lo haríamos igual”.

Una cama prestada y la primera hija

En septiembre Graciela consiguió viajar a Buenos Aires. Ya cursaba el cuarto mes de embarazo. Fernando la esperaba con la fecha para casarse por civil: 28 de septiembre de 1989. En esos días, además, fueron juntos a hablar con el sacerdote Luis Farinello quien los recibió en Quilmes y aconsejó con infinita paciencia. Explica Fernando: “Yo soy católico, pero no practicante. Pero ella sí lo es. Quería el casamiento por iglesia. Entonces nos fuimos hasta Quilmes para reunirnos con él. Le reconocí a Farinello que lo hacía por ella, que no era creyente. Él nos habló de una manera que me llegó al alma. Aceptó la situación y me agradeció la sinceridad. Pusimos fecha en su iglesia de Quilmes para el día siguiente del civil: el 29. Las dos familias, medio a regañadientes, fueron a los dos casamientos, al civil y a la iglesia. No aprobaban, pero fueron”.

Pero eso no era todo. No tenían casa.

“No teníamos donde ir a dormir después de casarnos. Así que en los días previos le pedí a mi vieja si me prestaba el pequeño departamento de atrás de la casa de ellos, pero no aceptó. Y me recitó un dicho popular: El casado casa quiere. Mi viejo apareció una vez más para salvarnos y me alquiló enseguida, a escondidas de ella, un departamento pequeño y salió de garante. Pagó y listo. Se lo dijo a mamá cuando todo estaba cocinado y resuelto”.

Fernando trabajaba con su padre y empezó a estudiar menos. No le alcanzaba el tiempo. Pero ya estaban juntos, tenían un techo, una cama y una mesa prestadas. Eso les alcanzaba. El amor bastaba.

En febrero de 1990 nació M. La situación se fue normalizando de a poco. Con el tiempo consiguieron otro departamento, también ayudó un poco su padre, y Fernando optó por dejar definitivamente los estudios universitarios.

“No podía sostener la situación de trabajar y estudiar. Con un dinero que me prestaron puse un negocio de ortopedia, igual al de mi papá, en San Francisco Solano. Sorpresivamente, nos empezó a ir muy bien. Un año y medio después pudimos comprar nuestra primera casa. Era una quinta semiabandonada. Pagarla fue otro lío porque en el medio me estafaron con un plan de ahorros. En fin, por suerte el dueño me esperó a que sacara un crédito y en diciembre de 1993 nos instalamos ahí. Claro, pero no teníamos auto. Yo tuve varios trabajos distintos, uno en San Fernando, para sumar más dinero y Graciela trabajaba en el negocio que teníamos en Solano, al cual iba con nuestra hija. Abría a la mañana y a la tarde, en el medio volvía a casa por un par de horas. Para ir al local desde donde vivíamos tomábamos 3 colectivos, ¡entre ida y vuelta eran 6! Pero, como iba dos veces, terminaba tomando 12 por día. Hacíamos una vida de locos. Pero en la pareja siempre estábamos muy bien, enamoradísimos. Así que no había quejas. En 1996, nació X. Para esta época estábamos más acomodados, pero curiosamente siempre distante con nuestras familias. Quizá un poco por orgullo propio y no querer pedir nada más. Pero lo cierto es que, salvo mi viejo, nadie nos ofrecía ayuda con las chicas ni nada. Hacíamos nuestra vida como podíamos. Con mis suegros nos veíamos una vez cada ocho meses. A veces creo que ellos creían que nuestra pareja se iba a desmoronar, pero lo loco es que fue la única que perduró. En 2004 nació V. nuestra tercera hija que hoy tiene 20 años y trabaja conmigo”.

Deseos no cumplidos y mensajes

Fernando tiene guardados sentimientos encontrados con su familia política. Siente que no se interesaron lo suficiente por sus nietas: “Es como si no les interesaran demasiado. Nunca las llevaron a una plaza. ni al cine, ni al circo, ni a nada. En mi familia pasó algo parecido. Pero bueno eso generó discusiones, pases de factura de unos y otros y, por supuesto, lejanía. En el 2003 nos mudamos a Mar del plata, pensé que de alguna manera estaríamos más cerca de mis suegros que ya vivían en esa ciudad desde 1995. Pero tampoco fue remedio. En 2020, finalmente, nos compramos una casa en Mar del Plata. Mis suegros viven a 30 cuadras de mi casa, pero ¿podés creer que no la conocen? No los veo desde hace unos 5 años, mi mujer creo que desde hace 3. Es un poco frustrante porque nunca nos pudimos sentar a hablar bien de por qué es así la relación. Nuestro matrimonio fluye increíblemente, disfrutamos viajar, hacemos deporte, somos felices con nuestras hijas. No podemos entender qué es lo que pasa. Mi papá murió en 2003 y mamá vive, pero también la veo poco”.

El dolor por la lejanía familiar se nota presente en su relato. Pero el matrimonio de Fernando y Graciela parece indisoluble, se los percibe unidos, eligiéndose cada día.

Llevamos ya 38 años juntos, 36 de casados. Sentimos que la familia somos nosotros cinco. Mis hijas tienen 35, 28 y 20 años. No entendemos por qué no se dio la de la familia extensa, no se terminó de resolver las diferencias. No creo que haya habido maldad, pero sí preconceptos o prejuicios. ¡Nos hubiera encantado tener una relación cercana con nuestras familias! Pero bueno si no sucede, ya está, qué le vamos a hacer”.

A Fernando -quien, además de productor de seguros, tiene inmobiliaria- le dio por la música y hace poco le grabó a su mujer una canción de Alejandro Lerner: Amarte así: “... es vivir un sueño eterno junto a ti, es confiarle al universo este milagro de sentir, amarte así, entregándome al destino que elegí, y que es ese mi camino y yo en el tuyo y compartir…”. La letra, dice, refleja con precisión lo que siente. Graciela, por su parte, maneja desde hace veinte años una escuela de pastelería. Todo el resto de sus vidas lo realizan juntos: suben al Lanín, cruzan la cordillera, realizan largas bicicleteadas y acompañan el camino de sus hijas. Siguen amándose, asegura, con la misma intensidad de aquel 1987. Imposible no creerles.

Fernando dice que se decidió a escribir a Infobae porque lee siempre la sección y observó que muchas historias de amor terminan mal: “¡Nuestro amor terminó bien! Mejor dicho ¡no terminó! Nuestro mensaje es que cuando te amás de verdad no hay boicot posible. Le diría a todos: nunca dejes que nadie frustre tus sueños y siempre peleá hasta el último round de la vida porque ¡vas a obtener tu recompensa!”.

Fuente: Infobae

Sigue leyendo

Z Sin Categoria

Ella lo buscó durante 33 años y él la encontró en 48 horas: la historia del reencuentro de una mamá con su hijo robado

“Él fue robado de mi panza. Yo lo esperaba para el 18 de diciembre. Pero una asistente social me internó el 15, y ya el 16 me operaron y nació. Es decir que adelantaron su nacimiento dos días. Y ahí comienza toda la historia. La triste historia”.

Desde ese día, Nélida Benítez pasó 33 años buscando a su hijo Alejandro. Viajaba desde Misiones para encontrar su cara, aquella que nunca había visto, en el rostro de cientos de niños que se cruzaba cerca de una dirección que le habían pasado en Buenos Aires. Y viéndo a los chicos jugar en el Parque Rivadavia, donde esperó, en vano, la llegada de ese hijo que le había arrebatado de los brazos. Y que crecía, que era un adolescente después, un joven más tarde. Hasta que se convirtió en un hombre de 33 años, que un día, en abril de 2021, decidió buscar comenzar a su madre. Y la encontró en 48 horas.

Así se llama, 33 años en 48 horas, el libro que escribió Alejandro Pérez Guahnon. En sus páginas narra su historia, que no solo es personal. Es también la denuncia -o el testimonio vivo- de un entratamado de corrupción que involucra a la Justicia y la Policía de Misiones. Una historia que Alejandro ya contó por primera vez en Infobae el año pasado.

“El libro no cuesta ningún dinero, no tiene precio: yo lo regalo para quien necesite -aclara Alejandro-. Está ayudando a mucha gente, porque se le empiezan a despertar cosas. Por ejemplo, me contactan madres que les dijeron que su hijo murió y nunca tuvieron la posibilidad de ver su cuerpo: ‘Leí tu libro y me doy cuenta de que también seguramente fui engañada, y me gustaría empezar a buscar’. Lo escribí para concientizar a la gente que estas cosas pasan. Y siguen pasando”.

En el libro, están las palabras de Alejandro. Y en esta entrevista con Infobae, están por primera vez las palabras de su mamá. La otra protagonista de esta triste historia.

La entrevista completa de Alejandro Pérez Guahnon y Nélida Benitez en Infobae.

—Vayamos hacia atrás, Nélida. A la llegada de Alejandro. ¿Cómo era tu vida en ese momento?

—Era de familia pobre pero de corazón limpio. Trabajaba, criaba a mis hijos, tenía mi casa propia. Alejandro era mi sexto hijo. Había tenido cinco, pero uno falleció mucho tiempo antes.

—¿Qué le pasó?

—Nació con un soplo, que tenían que verle siempre. Ese día había paro en el hospital y no lo pudieron atender a tiempo.

—¿Y el papá de Alejandro estaba presente en tu casa, ayudaba? ¿Cómo era el vínculo?

—Él tenía otra familia. Decía que trabajaba en el campo, iba; pero venía siempre. Eso sí.

—Y vos estabas muy sola.

—Sí...

—¿Y cómo te arreglabas para darle de comer a tus hijos estando embarazada?

—Siempre trabajé. A lo que más me dediqué fue a la construcción: yo sola hice mi casa. Entonces, lo que podía hacer, lo hacía.

—¿Había para comer?

—Sí, sí. Porque trabajaba.

—¿Qué pasa ese día? ¿Por qué te internan? ¿Cómo se acerca una asistente social a vos?

—Siempre recibíamos mercadería. Y ese día viene una de mis hermanas, Ana Benítez, y me dice que estaban dando mercadería. Fuimos caminando hasta Acción Social. Yo ya estaba con la panza grande. Mi hermana sube a anotarme para las bolsas de mercadería. Yo quedé abajo; le di mi documento, como de costumbre, para anotarme. Después ella baja: traía la mano cerrada, como que escondía algo; nunca le pregunté qué llevaba en esa mano. Volvimos a mi casa y llega la asistente social, me saluda amablemente, como si me conociera de antes.

—Pero vos no la conocías.

—No, nunca la había visto. No sabía que era asistente social. Como todos teníamos asistente social, entonces dije: “Una más”.

—¿Por qué siempre iba una asistente social? ¿Para ver que los chicos estuvieran bien?

—Mis dos hijos más grandes iban a guardería cuando yo trabajaba. Entonces, todo el tiempo estábamos supervisadas por una asistente social: si tenían las vacunas, si estaban bien. Y bueno, ese día me hizo preguntas, como cualquier asistente social: si yo estaba sola, qué sé yo. Pero empezó a hacer muchas preguntas. Me preguntó por la panza, si estaba atendida mi panza; le dije que sí, que me faltaba el último estudio, y ese fue mi error, porque ella me dice que me acompañaba a hacerme ese estudio. Fui con ella, confiada; era una asistente social. Me dijo que no íbamos a ir al hospital sino a una clínica, Clínica Misiones, porque así me hacía todo más rápido. Me atendieron. Al rato me dicen: “Mamá, no te podés ir porque la criatura ya viene”. “¿Y mis hijos?”, le digo, porque habían quedado solos en mi casa. “Nosotros nos hacemos cargo de todo. Somos asistentes sociales”, me dijo. Ahí ya no me dejaron salir más. Quedé internada. Y que el chico estaba mal, que venía mal... Me dijeron que me iban a preparar para una operación, para una cesárea; nunca me habían operado, a todos mis hijos los tuve normal. Al otro día me llevaron a… Y de ahí no sé más nada, porque me hicieron dormir totalmente.

—Te anestesiaron completo para una cesárea.

—Completo, completo.

—¿Tu hermana tuvo que ver con todo lo que pasó después, fue parte de todo lo que te hicieron?

—Sí, sí...

—Nace Alejandro. ¿Vos le pusiste el nombre?

—Sí. Ya lo tenía elegido.

—¿Y qué te dicen cuando te despertás?

—Pregunté por él. Me dijeron que estaba en neo porque, según ellos, nació mal: que tenía un defecto en la pierna y que tenía que viajar a Buenos Aires. Ellos ya sabían que así como yo estaba, sola, no iba a poder viajar. Y después me dijeron que él había muerto. Una enfermera fue la única que me dijo la verdad. Se acercó como escondida, y me dijo que tenga cuidado con él.

—¿Te hicieron firmar algo?

—Sí. Para que una asistente social lo traiga a Buenos Aires, porque yo de ahí no me podía mover. Yo no podía leer porque estaba dormida.

—Firmaste, todavía anestesiada.

—Sí.

—¿Cuánto tiempo te tuvieron en ese lugar, Nélida?

—Alejandro nació un miércoles; el sábado salí.

—Y saliste sin él.

—Sí...

—¿Vos suponías que Alejandro estaba en Buenos Aires, atendiéndose?

—Claro. Porque después la asistente social, Nidia Inchausti, me dice: “Ya lo van a operar, está todo listo en el quirófano para él. Llega, lo operan, y en tres meses vas a tener noticias suyas. Nosotros te vamos a cuidar”. Pero desde ahí, nunca más supe de Alejandro. El sábado llega mi marido, Ramón Alcaraz, y me pregunta por Alejandro. “No creo nada”, fue lo primero que me dijo. El lunes hicimos la denuncia. Y fue a buscarla a esta asistente social, que le dice que Alejandro había muerto porque él era un papá ausente. Y que ellos se habían hecho cargo del entierro. Él le dijo que era el papá y que tenía que saber dónde estaba enterrado su hijo. Pero ella le decía que no. Mi marido no le creía, no aceptaba.

—¿Ya se hablaba de la venta de niños en Misiones? ¿Sabías que sucedía, conocías casos?

—Sí, sí. Por arriba, sí. Se hablaba, pero era como una noticia lejana.

—Mientras tanto, ¿qué pasaba con tu hermana? ¿Ella tuvo alguna mejoría económica?

—Sí, sí. Bastante.

—¿Por entregar a Alejandro?

—Sí. Siempre tuve sospechas.

—Hiciste una denuncia, pocos días después de su nacimiento.

—Sí. Por robo de bebé. En Defensoría (de Menores). Cuando me di cuenta, éramos 17 madres pidiendo la misma cosa. Las mentiras que ellos hacían para poder sacarte los bebés... Cómo la manejaban a la madre para firmar. Por ejemplo, yo no firmé la renuncia de él, sino que en uno de los papeles que ellos me hacían leer, ahí salió su adopción. Y yo firmé, por apurarme a que me lo entreguen, porque todos los días era: “Fijate aquella madre, recuperó el bebé. Yo le hice, yo le traje”.

—¿Eso quién te lo decía?

—La defensora de menores.

—¿Que también estaba involucrada?

—También.

—¿Y te seguía haciendo firmar papeles?

—Sí. Y esa denuncia que yo había hecho, me la escondieron. No podían mover ningún papel porque mi denuncia estaba escondida.

—¿O sea que la policía de la provincia también tenía que ver?

—La policía no sé. Pero yo iba todos los días a la comisaría a buscar mi denuncia: “¿Dónde está? ¿Quién llevó? ¿Quién tenía?”. Entonces, cuando todavía no había pasado un año, un buen hombre, que trabajaba en la comisaria, me dice un día: “Yo te veo que sufrís mucho y te voy a contar la verdad. Pero nunca me viste, ni me nombres”. Ahí me dijo que mi denuncia estaba encajonada en el juzgado de la jueza Norma Nilda Lampugnani. Que la familia que lo trajo era Pérez Guahnón. Y me dio la dirección exacta: avenida La Plata 555, en Buenos Aires. Eso se me grabó para toda la vida.

—¿En algún momento alguien quiso sugerir que vos vendiste a tu hijo?

—Siempre. Toda la vida dijeron. Hasta mis hermanas se encargaban de decirlo. Incluso cuando yo venía a buscarlo a Buenos Aires.

—Pero antes de venir a Buenos Aires, hubo un juicio.

—Sí. Cuando me pasan el nombre de la jueza, voy a verla. Y encuentro que también estaba involucrada. En el juzgado me negaban todo el tiempo, entonces un día me meto de la nada, entro a su despacho, porque todos me decían que no tenía que entrar. Yo estaba sacada. A mí no me importaba nada, ni tampoco sabía que era una jueza de mucho poder. Lo primero que le digo es por qué tenía encajonada mi denuncia. Y me dijo que lo iban a meter preso a mi marido para que yo le diga quién nos daba tanta información. Yo nunca le dije quién era. Y le dije que desde Buenos Aires iba a hacer algo por mi hijo, y se ve que ahí tuvo miedo. Lo que ella que quería era que esta gente, los Pérez, lo adopten. Buscaban, que yo le dé la firma para renunciar a la patria potestad.

—¿En ese momento estaban en el periodo de guarda?

—Claro, en el período de guarda.

—Acá tengo el fallo del juicio que se hizo. Un fallo inédito: dice que “tras determinar que los trámites de adopción fueron efectuados dentro de los carriles de la legalidad, la doctora sostuvo que la madre biológica vive en una extrema indigencia, tiene otros hijos, su concubino la abandonó cuando estaba encinta y no reconoció al niño como suyo”. Como si cualquiera de estas cuestiones habilitara sacarle un hijo a una madre: el Estado tiene que acompañar a esa mamá en situación de vulnerabilidad, para criar a su hijo. O sea, esto sucedió, y la jueza fue esta misma mujer.

—Sí. Norma Nidia Lampugnani. Ya no ejerce: en el 2021 le otorgaron la jubilación.

—La Justicia te deja sola. Pero vos seguiste buscando a tu hijo.

—Sí. Toda la vida. Y vine a Buenos Aires, a esa dirección en avenida La Plata. Me encuentro con el portero, le cuento mi historia. Le pregunto si hay una familia Pérez. Y me dice que sí. “¿Tienen un bebé?”, le pregunto. “Tienen dos bebés. Uno ya tiene un año y algo, y el otro está por cumplir uno. Están preparando una fiesta grande. Lo trajeron del Paraguay y la mamá murió”, me dijo. “No, no. Me lo robaron a mí. Yo soy argentina y estoy viva. Alejandro es mi hijo”, le dijo. “Sí, el bebé se llama Alejandro”, me dice. Le cuenta a su señora, que se entusiasma y me dice: “¡Vamos! Yo sé dónde están”. Subimos 10, 11, 12 pisos, no me acuerdo, y tocamos una puerta. La señora del portero dice: “Esta es la mamá del bebé que trajeron”. Y me cerraron la puerta en la cara.

—¿Quién abrió esa puerta?

—Una señora que limpiaba la casa.

—¿Alguna vez lo viste a Alejandro, de chiquito?

—No. Siempre era mi sueño verle, esa era mi misión. Yo me iba a Buenos Aires, trabajaba, hacía de limpieza, y en mis horas libres iba a esa dirección todos los días, porque yo pensaba que ellos lo iban a bajar un día. Me paraba horas y horas frente a ese edificio porque la señora del portero se asustó: “Me van a dejar sin trabajo”, me dijo. Entonces, cuando iba a ese lugar, tenía la Policía encima mío: me pedían los documentos, me preguntaban qué hacía en ese lugar. Al tiempo, cuando vuelvo, el portero me dice que se habían mudado. Después de eso volvía y hacía toda la avenida La Plata, mirando siempre dónde él podía estar. Miraba a todos los nenes. Iba al Parque Rivadavia y me sentaba y esperaba que él vaya a jugar ahí o algo. Durante años volví a esa plaza.

—Nunca renunciaste nunca a tu hijo.

—No, no.

—Lo buscaste, lo sentiste, lo esperaste.

—Toda la vida. Mi rezo siempre era: “Dios, acortá el camino que me separa de mi hijo Alejandro Martín”.

—Mientras tanto, él crecía. ¿Qué soñabas para Alejandro?

—Yo me iba imaginando cómo sería: que ya tenía hijos, que ya se había casado. Como que se iba grabando en mi mente lo que él iba haciendo.

—Hasta que un día, ¿qué pasó?

—Ese día fue fatal... Me llama una de mis hijas y me dice que tiene noticias de Alejandro Martín. “No juegues con eso”, le digo. Creí que me estaba haciendo una cargada, como me hacían mis hermanas. “Mami, te estoy diciendo la verdad”, me dice. Recién cuando me mostraron una foto suya, ahí parecía que yo pisé el suelo... Fue tan fuerte ese día que quería estar viva, sana, fuerte, para conocerlo. Y fue tan fuerte...

Una búsqueda de ida y vuelta

Desde aquel día en una clínica de Misiones, cuando a Nélida le robaron a su hijo, la historia debe hacer un salto, en tiempo y distancia: 33 años después, en Buenos Aires. Y en Alejandro.

“Yo siempre supe que era adoptado -cuenta ahora-. Toda la vida me lo hacían sentir porque yo soy morocho y toda mi familia siempre fueron rubios, de ojos claros, tez blanca. A mis 17, 18 años, cuando mi mamá, Ester, vio que estaba medio en una nube y no iba para ningún lado, entró a mi habitación abrazando una carpeta, llorando como nunca la había visto. ‘Yo siempre te quiero contar la verdad’, me dijo. Y como lo que uno menos quiere es ver a sus papás llorando, le dije: ‘No me interesa nada. Llevate esa carpeta’“.

—Esa carpeta era la posibilidad de conocer tu origen. ¿Te angustió? ¿Qué te pasó con eso?

—En ese momento no entendía qué era. Para mí había una familia que no podía hacerse cargo de mí, entonces cerré un candado en mi cabeza diciendo: “Esto queda de lado, no sé hasta cuándo”.

—Pero años después, cuando abrís esa carpeta, nace 33 años en 48 horas.

—Sí. 48 horas de búsqueda, sin parar. En esa carpeta estaban los papeles de mi adopción, pero también la denuncia de mi mamá hacia la asistente social, y hasta el artículo de un diario, donde estaba mi nombre escrito. Ahí mi cabeza hizo un clic.

—¿Les preguntaste a quienes te criaron qué era todo eso, o iniciaste una búsqueda por otro lado, buscando tus propias respuestas?

—Primero empecé a investigar solo. Yo ya era papá y estaba casado, pero me alquilé un departamento y me encerré a buscar. Necesitaba tener la cabeza totalmente en blanco para poder asociar todo esto, que era demasiado para mí. Y ahí, desde ese 12 de abril del 2021 que abrí la carpeta por primera vez, estuve 48 horas buscando sin parar.

—¿Qué te habían contado a vos?

—Que me adoptaron el mismo día de mi nacimiento. Ellos ya habían adoptado a mi hermano mayor con la misma asistente social, y también en Misiones. Esta asistente social le dijo: “Hay un chico en adopción, la madre lo dejó porque no podía hacerse cargo. Pero si ustedes quieren hacerse cargo del chico, tienen que viajar hoy”. Eso fue el 16 de diciembre, a las 10 de la mañana; el día que nací. A la noche ellos ya estaban viajando a Misiones. Y esa misma noche, me encontraron ahí, en la clínica. Mi mamá estaba dormida en la misma clínica.

—¿Vos les creés a ellos que no sabían?

—Sí, sí. La asistente social también le mintió a mis padres adoptivos diciéndoles que el problema no era que había una denuncia porque mi mamá me quería de vuelta, sino que mi papá quería plata por mí. Le daban una versión a mis padres adoptivos, y otra a mis padres biológicos.

—Esto es terriblemente doloroso, y me parece importante aclarar que hoy la adopción directa en Argentina está absolutamente prohibida para impedir todos estos mecanismos. ¿Vos entendés que existió algún tipo de intercambnio económico?

—Sí, sí. No me contaron en ningún momento que hubo un pago, pero sí que las adopciones en ese momento eran por escribanía pública. O sea, una persona se anotaba en una escribanía, entraba en una lista y una asistente social se comunicaba con las familias para avisarles que había un chico en adopción. Entonces, cuando se enteran de eso, la asistente social les dice que debían mandar plata, ropa y comida para poder ayudar a la madre. Y luego de eso, se hacían cargo del chico: ahí comenzaba el período de guarda. No me dijeron que hubo un pago, pero sí me contaron que pagaron la clínica y que ayudaban con estas cosas, que ayudaban con plata. Claramente, hubo un pago en cuotas, podemos decirlo, a la asistente social. Cuando empecé a investigar, me di cuenta cómo funcionaba este sistema. Y es más: hasta llegué a escuchar que hay chicos que valen 40.000 dólares, 50.000. Todo dependiendo si es rubio de ojos claros, si es moreno. No lo podía creer.

—¿Cómo la buscaste a tu mamá?

—Lo primero que hice fue buscarla con el nombre y apellido en Dateas. Me salía una dirección, que era la casa anterior donde vivían. Lo primero que dije fue: “Está viva. Tengo que buscarla”. En la denuncia estaban los nombres de tres de mis hermanas: Carolina, Micaela y Gisele. Me puse a buscar por Instagram y Facebook. Les mandaba mensajes a todo el mundo con ese apellido, con esos nombres, con paradero en Misiones, en Posadas. Trataba de ir atando cabos para poder ir achicando un poco esta búsqueda.

—Hasta que respondió alguien.

—Sí. Contacté a mi hermana Gisele. Tuvimos nuestro primer chat. Le dije que estaba buscando a mi mamá, de nombre Nélida Benítez.

—¿Y qué te dijo?

—Lo primero que me preguntó fue mi nombre. Después, la fecha de mi nacimiento. Y dijo: “¡Guau!”. Ella estaba muy ansiosa, no podía creer lo que estaba viviendo. Y me dijo: “A vos te robaron de la panza de mi mamá, de una clínica. Y te estuvimos buscando durante toda la vida. Dejamos nuestras cosas acá y viajamos a Buenos Aires, hasta que tuvimos que volver. Pero mamá después fue y volvió con papá a buscarte".

—¿Y a vos, qué te pasó cuando te dijo eso?

—Y... no tengo palabras para explicarlo. Es como saltar de una vida a otra, como resucitar de la muerte, que ni siquiera sé lo que significa eso. Como levantarme de un coma. Había vivido toda una vida y de repente me entero que esa no era mi verdadera identidad. Sabía que era adoptado, pero todo lo que había detrás de esta adopción.

—¿Y la primera conversación con tu mamá?

—Gisele me dijo: “Llegó mamá, si querés podés llamarla”. Y ahí me dio miedo... La llamé. Y tuvimos nuestra primera videollamada. Contale vos, mamá.

Nélida: —Hasta hoy no sé si creo o no creo. Si estoy en el aire o estoy caminando. Todavía no… Quedé un año en shock. No sabía quién era.

Alejandro: —Estábamos recuperando estos 33 años, porque el día que empezamos a hablar, de repente éramos como mamá e hijo, como si hubiéramos vivido toda la vida juntos.

Nélida: —Toda la vida juntos... Nos conocíamos los dos, todo.

—¿Y cuando lo viste?

Nélida: —Fue dar gracias a Dios porque me escuchó. Nada más. Eso fue todo lo que di: gracias a Dios, que lo encontré. En cada cumpleaños suyo, siempre se hacía una torta. Y la vela de Alejandro se apagaba entre todos los hermanos. Siempre estaba vivo en la mente de mis hijos. Para ellos, siempre estaba vivo.

—¿A cuánto tiempo de esa llamada viajaste por primera vez a conocerlos?

Alejandro: —A los pocos días. Tenía miedo de conocerlos, por temor a que me rechazaran. Hasta que no aguanté más, y fui.

—¿Te enojaste con Alberto y Ester?

Alejandro: —Sí, me enojé mucho.

—Nélida, ¿te pidieron perdón?

Nélida: —No, no. Yo fui para ellos un objeto: ellos buscaban un hijo adoptivo. Los que vendían encontraron el lugar para ubicarlo a él, para hacerme la maldad a mí. Los Pérez no estaban preparados para él: desde Misiones los amenazaban, que si no lo tenían a Alejandro, le sacaban el hijo por quien ellos tanto pelearon. El otro, adoptado.

—¿Esto era así?

Alejandro: —Sí. Los amenazaron diciendo eso: que no iban a poder adoptar más. Y mis papás no podían tener hijos. Entonces lo único que hicieron fue aceptarlo.

Nélida: —Pérez fue a mi casa con una asistente social, un abogado, no sé qué, a ofrecerme plata para que yo retire la denuncia. Es decir: él sabía donde yo vivía, sabía que buscaba a mi hijo. Sabía que me lo robaron. No podés tener un bebé y decir: “No supe que te robaron”.

—¿Hoy están separados?

Alejandro: —Sí. Se divorciaron en el ’98. Y para mí, esto tuvo que ver, totalmente.

—¿Cuál es tu lectura?

Alejandro: —Que vivieron cosas que unas personas normales no viven. Y habrán llegado a un punto que no quisieron más. Tenían muchas peleas, discutían mucho.

—¿Qué te pasa a vos con esa oferta de plata que cuenta tu mamá?

Alejandro: —Hay tres versiones distintas: la de mis padres biológicos, pero también la versión de Alberto y la versión de la abogada que lo acompañó. La de ellos dos se contradice mucho. Sé que hay cosas que no me están diciendo. Hay algo raro. Lo que me cuenta Alberto es que había unos chicos ahí jugando en el piso, que vivían en un lugar de mucha pobreza, con paredes de machimbre, piso de tierra, techo de chapa. Y le preguntó a la señora que estaba ahí, la hermana de ella, por qué había hecho una denuncia. Y lo que dice Alberto es que había hecho la denuncia porque apareció mi papá, que quería tener a su hijo de vuelta, y que quería plata. Entonces, se levantaron y se fueron. Ahí termina la versión de Alberto.

—¿Y vos qué crees Ale?

Alejandro: —Que se equivocaron mucho. Más que nada Alberto, porque no me habla, no me da explicaciones. “¿Vos todavía crees que te robaron?”, me dice. “Sí, por supuesto”. Yo todavía no terminé de cerrar la historia, no conozco toda la verdad.

—¿Seguís en contacto con ellos?

Alejandro: —No. A Alberto le mando mensajes para que nos veamos, me dice que sí, pero nunca tengo una respuesta. Y Ester también. Siento que están enojados conmigo. Pero bueno, es la búsqueda de mi identidad. Es más importante.

—¿Y vos, con ellos?

Alejandro: —Estoy decepcionado.

—¿Los extrañás?

Alejandro: —Tampoco.

—Nélida, yo lo escucho a Alejandro y siento que él también te buscó toda la vida.

Nélida: —O me necesitó toda la vida...

Fuente: Infobae

Sigue leyendo
Advertisement

Nuestro Clima

Facebook